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Trabajar cansa
Columna
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Nadie avisó, pero lo sabíamos

De pronto una colosal inundación arrasa con todo y no hay más que hablar, solo de la vida y la muerte. En medio del caos, del dolor, te preguntas de qué hablábamos el día antes, qué era la normalidad, cuáles eran las urgencias

Dana en España
Una carretera junto al barranco de Torrent (Valencia) tras el paso de la dana el jueves pasado.Albert Garcia
Íñigo Domínguez

Esta semana en Japón hubo otra señal, una ausencia sutil, como cuando notas que alguien de repente no está. En la cumbre del monte Fuji no hay nieve, y es la primera vez en estas fechas desde que se llevan registros, 130 años. En un wéstern de Sergio Leone, Hasta que llegó su hora (1968), una familia prepara alegremente un banquete en su granja, y el espectador nota que demasiado alegremente, como se notan las cosas en las películas, e intuye que algo va a pasar, algo trágico. No sabe de qué manera, porque no se ve el peligro, pero de pronto algo ocurre: cesa el estruendo de las cigarras que acompañaba toda la escena y de golpe se hace el silencio. Esa es la señal, la muerte aparecerá en unos momentos, unos pistoleros. Es una sensación de pánico primitivo, cuando los animales saben algo que tú no sabes. Las aves y los cangrejos que huyen de la playa porque va a llegar un tsunami, los perros que sienten antes un terremoto. Nosotros, tontos seres humanos, solo lo vemos cuando es demasiado tarde. No es que no comprendamos las señales de la naturaleza, es que no hacemos caso ni de las racionales.

De pronto una colosal inundación arrasa con todo y no hay más que hablar, solo de la vida y la muerte. En medio del caos, del dolor, te preguntas de qué hablábamos el día antes, qué era la normalidad, cuáles eran las urgencias. Ah sí, lo de Errejón, y el balón de oro, y mejor no rebobinar los últimos meses de discusiones políticas para buscar una sobre un problema real. Nadie avisó, decimos tras la tragedia. Es verdad, habrá que verlo, si hay negligencia y responsabilidades. Ya pasó con el temporal Filomena en Madrid, había señales, partes, no se creyeron, se subestimaron, quién se lo iba a imaginar. Nadie avisó, pero ¿sabíamos que algo así podía pasar? Claro que lo sabemos, y hace mucho tiempo. Y sabemos otra cosa: solo nos creeremos el cambio climático con terribles catástrofes que nos pasen a nosotros mismos, no a otros, no en otro lugar del mundo, ni siquiera cerca. No sirven inundaciones en Italia, incendios en Portugal, lo tienes que ver debajo de casa. Se repite el modelo del Brexit: como dijo un idiota, y era un ministro, “la gente está harta de expertos”, prefiere creer lo que le da la gana o lo que le cuentan los iluminados. Vete allí ahora a preguntarles si tenían razón los expertos. Esta vez, en España, en cuestión de minutos ya estaban todos los chalados de las redes diciendo tonterías, cualquier explicación era buena, menos la que ya sabemos: el planeta se está calentando, todo esto no es normal y aunque podemos hacer algo, no hacemos nada. Se ríen mucho de Greta Thunberg, que despotrica y coge barcos en vez de aviones. Y dicen que es ideología hablar de transición ecológica, de acabar con los motores de gasolina, de plantar árboles. Pon la tele, mira los coches amontonados en el barro como si fueran de juguete y me explicas dónde está la ideología.

Pero al menos las tragedias hacen reaccionar a la política. En Italia, Giorgia Meloni, referente de la extrema derecha, ataca como otros “el fanatismo ultraecologista”, y pide un enfoque “pragmático, libre de inútiles radicalismos, no ideológico”. Por eso, tras las enésimas inundaciones en la región de Emilia-Romaña, donde a las mismas personas se les ha inundado la casa ya tres veces en los últimos años, uno de sus ministros declaró que es necesario “un cambio cultural”. Hombre, me dije, por fin. Y explicó la solución: hacer obligatorias las pólizas de seguro de terremotos e inundaciones, porque todo este destrozo no se paga solo. ¿No lo sabían? Estamos ya en la privatización de la catástrofe natural.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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