El capitán Schettino vuelve a abandonar el barco
El comandante del 'Costa Concordia' intenta culpar del naufragio a un timonel indonesio
El capitán Francesco Schettino ha vuelto a abandonar el barco. Ya lo hizo aquella noche del 13 de enero, cuando el Costa Concordia, un buque de 114.500 toneladas, 17 pisos y 4.200 personas a bordo, se estaba yendo a pique frente a la isla toscana del Giglio, adonde Schettino lo había acercado peligrosamente para ejecutar una maniobra de saludo. Y lo ha vuelto a hacer ahora, ante el tribunal de Grosseto que este lunes abrió una vista preliminar por homicidio --murieron 30 personas y dos continúan desaparecidas--, naufragio y abandono del buque. A través de su abogado, el capitán, de 52 años, ha pretendido descargar parte de su responsabilidad hacia un timonel indonesio que no habría entendido sus indicaciones. Aunque la juez de instrucción Valeria Montesarchio ha rechazado el intento, Schettino ha vuelto a ganarse el apodo con el que lo bautizaron los periódicos ingleses: “capitán cobarde”.
Schettino solo permaneció cuatro días detenido. El 17 de enero, la jueza Montesarchio le concedió el arresto domiciliario y, desde el pasado 5 de julio, la libertad a condición de que permaneciese localizado en su localidad de residencia, Meta di Sorrento, al sur de Nápoles. El domingo por la tarde, Schettino -rostro bronceado, gafas de sol y un propio llevándole la maleta- abandonó su casa para dirigirse en un Mercedes con los cristales tintados a la ciudad toscana de Orbetello, donde está previsto que al menos durante tres días se analicen las pruebas de la instrucción. Según declaró en el momento de partir, su intención al acudir a la sesiones que, por cuestión de espacio, se celebran en el Teatro Moderno de Orbetello era “dar la cara”. Pero la realidad, una vez más, ha sido distinta. Bruno Leporatti, el abogado de Schettino, solicitó a la juez que incluyera entre los imputados al timonel indonesio, quien se habría confundido al ejecutar una orden del capitán durante la maniobra de acercamiento del buque a la isla.
Schettino no lo tiene fácil. La fase actual del proceso consiste en estudiar, ante todas las partes afectadas, la documentación a la que ha tenido acceso la instrucción, desde las conversaciones grabadas la noche del naufragio entre el capitán en fuga y su colega de la capitanía de Livorno -aquellas en las que se le ordenaba volver a bordo al grito de “¡que suba al barco, coño!”- hasta el contenido de la caja negra. A la espera de sorpresas improbables, prácticamente todo lo que se ha ido filtrando de la investigación, que ha sido mucho, deja en muy mal lugar a Schettino, pero no solo a él.
Los abogados de las víctimas parecen tener clara su estrategia: el capitán no es el único culpable. La responsabilidad última, sostienen, la tiene el armador del barco, la compañía Costa Cruceros, que fue quien contrató a Schettino, lo puso al mando de una tripulación inexperta, admitió o incluso alentó maniobras peligrosas -el saludo al pasar por la isla del Giglio era al parecer una práctica habitual- y, finalmente, falló a la hora de gestionar el accidente. Peter Ronai, abogado de los familiares de las víctimas, dijo: “Estas personas murieron por la negligencia en las prácticas y en los procedimientos de seguridad de la compañía”. De hecho, además del capitán, su segundo en el puente de mando y otros cuatro oficiales, la fiscalía mantiene bajo investigación al vicepresidente de operaciones de Costa Cruceros, al jefe de la unidad de crisis y al superintendente de la flota. Desde el primer momento, el armador intentó que el peso del naufragio cayese en solitario sobre los hombros de Schettino, al que terminó despidiendo. Pero también desde el principio se tuvo conocimiento a través de los supervivientes que el plan de rescate no funcionó. La alarma sonó con 40 minutos de retraso y, por tanto, se perdió un tiempo precioso en organizar la evacuación de 4.200 personas, de noche y a bordo de un gigante de 17 pisos que se tumbaba irremediablemente sobre el costado de estribor.
Tras analizar las pruebas en el Teatro Moderno -al que el lunes asistieron 500 personas-, la juez de instrucción deberá decidir si mantiene la imputación contra Schettino y el resto de los acusados. Durante un momento de la sesión, Luciano Castro, uno de los supervivientes, se acercó al capitán, le estrechó la mano y le dijo: “Esperemos que la verdad se aclare pronto”. Schettino le respondió: “Sí, la verdad debe saberse”.
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