Londres endurece su mensaje a Escocia
El Gobierno británico advierte de que la independencia tendría un coste político y económico muy elevado
Hace seis semanas, David Cameron sorprendió cambiando al entonces ministro británico para Escocia, el suave Michael Moore, por el mucho más directo Alistair Carmichael. Se dijo que Londres busca una línea más dura en la recta final del referéndum para la independencia de Escocia del 18 de septiembre de 2014. Carmichael empezó ayer a aplicar esa línea dura, en un encuentro con la prensa extranjera en el que advirtió: “Si Escocia se convierte en un país extranjero, la trataremos como a un país extranjero”.
No fue el único exabrupto. Carmichael calificó de “estupidez” la exigencia del líder independentista y ministro principal escocés, Alex Salmond, de celebrar un debate mano a mano con el primer ministro británico, David Cameron. Aseguró que la decisión de construir en astilleros escoceses barcos de la armada británica se tomó por razones comerciales pero advirtió que si Escocia votaba a favor de la independencia Londres daría marcha atrás en ese acuerdo. Se mostró firme en que Escocia debería renegociar su entrada en la UE y los privilegios de que goza ahora Reino Unido en términos de salvaguardias. Y reiteró la posición del canciller Tesoro de que es “muy, muy difícil” que el Gobierno británico acepte compartir la libra en una unión monetaria con Escocia.
¿A qué se debe el endurecimiento de Londres cuando todos los sondeos apuntan a una victoria del no en el referéndum del año que viene? Carmichael vino a dar varias pistas sobre ese asunto, que apuntan sobre todo a la batalla para decantar a su favor el voto de los indecisos, un grupo que se nutre en una proporción muy alta de los obreros desencantados que antes votaban laborista, que son intrínsecamente unionistas pero que se pueden ver tentados a votar a favor de la independencia por su desencanto tanto con el laborismo como con la coalición de conservadores y liberales-demócratas que gobierna Westminster a golpe de ajuste presupuestario. Carmichael explicó que un político sensato nunca debe dar por ganada una cita con las urnas: “Los sondeos oscilan, los votantes cambian de opinión”, advirtió. Y recordó que los unionistas canadienses tenían una gran ventaja pero casi pierden el segundo referéndum sobre la independencia de Quebec, en 1995.
Subrayó el gran número de indecisos que hay aún ante el referéndum y la alta presencia de obreros de Glasgow en ese grupo. Y se declaró legitimado para dirigirse específicamente a ellos apelando a que su propia madre nació y se crió en Glasgow y también su abuela era de origen obrero. Él, sin embargo, tiene un perfil de clase media: nacido en 1965 en Islay, una isla del Oeste de Escocia, trabajó cinco años como encargado de un hotel antes de estudiar Derecho en Glasgow, trabajar en la Fiscalía en Edimburgo y en un despacho de abogados en Aberdeen hasta ser elegido diputado liberal-demócrata en Westminster.
El ministro se dirigió directamente a los obreros de Glasgow al asegurar que seguro que prefieren que los “barcos se sigan construyendo en el Clyde”, el río que atraviesa Glasgow y en el que están los astilleros. Antes ya había dejado claro que el Gobierno no permitiría que eso fuera así si ganaba el voto a favor de la independencia porque “en muy pocas ocasiones, solo en tiempos de guerra, hemos construido barcos de guerra en un país extranjero”.
El ministro británico para Escocia pareció recurrir a la ironía al decir que el martes, día en el que Salmond presentará el libro blanco sobre la independencia, “puede ser un día potencialmente importante”. Acusó al ministro principal escocés de humillar al Parlamento escocés por presentar ese libro blanco en Glasgow sin pasar antes por la cámara de Holyrood.
Y aseguró que espera que ese libro blanco dé respuesta a tres cuestiones fundamentalmente: cuál será la moneda de Escocia si alcanza la independencia, cómo resolverá la cuestión de las pensiones en una población con más pensionistas por empleado que en el resto de Reino Unido y cómo piensa pagar la creación del nuevo Estado que surja de una Escocia independiente. A pesar de la mayor retórica que Alistair Carmichael aporta en comparación con su antecesor, Michael Moore, el debate sobre la independencia sigue agarrado, por parte británica al menos, a las cuestiones del día a día, a la sostenibilidad económica de la independencia.
El ministro destacó lo que a su juicio son otras contradicciones del proyecto independentista. Como la de querer seguir en la OTAN pero eliminar las armas nuclares: “Pueden verse en la contradicción de sacar las armas nucleares británicas para dejar entrar las de Estados Unidos”, afirmó con cierta demagogia.
Y aseguró que pedir un debate entre Salmond y Cameron “es una estupidez” porque son los escoceses quienes tienen que debatir su futuro constitucional, con independencia de que sea un teme que pueda interesar también en Gales o en Irlanda del Norte. “Si Cameron pidiera el debate le dirían que el referéndum sobre la independencia no es asunto suyo”, remachó.
Carmichael fue mucho más moderado a la hora de abordar la cuestión catalana. “No tiene sentido hacer comparaciones porque son realidades constitucionales muy diferentes. Tengo entendido que la Constitución española dice específicamente que estas son decisiones que se han de tomar a un nivel amplio y no al nivel al que lo hacemos nosotros con un referéndum en Escocia porque no tenemos Constitución escrita”, dijo. Y desmintió que hubiera habido conversaciones sobre ello entre el Gobierno británico y el Gobierno catalán. “Lo lógico es que nuestro interlocutor fuera el Gobierno español, no el Gobierno regional, en un tema como este”, dijo.
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