Antony Beevor: “No hay una sola batalla decisiva en la Segunda Guerra Mundial”
El historiador británico, autor de Día D. La batalla de Normandía, cree que “si la invasión llega a fracasar, la historia de la posguerra en Europa hubiese sido muy diferente”
Antony Beevor (1946) encontró un filón en los archivos militares soviéticos tras la apertura que se produjo después de la desaparición de la URSS. Militar de carrera antes que historiador, autor de varias novelas y de un libro sobre la guerra civil española que pasó sin pena ni gloria, logró convertir en best sellers internacionales las grandes batallas de la II Guerra Mundial (1939-1945) con obras como Stalingrado, La batalla de Berlín o El Día D. La batalla de Normandía (todos en Crítica), además de una imponente historia global del conflicto, La Segunda Guerra Mundial (Pasado y Presente). Utilizando testimonios muchas veces inéditos y numerosos relatos a pie de combate, Beevor traza vibrantes y rigurosas reconstrucciones de las batallas que, además, ofrecen revelaciones importantes, más allá de los tópicos que rodean muchas veces al conflicto de los conflictos.
Gracias a sus libros volvió a hablarse de los sufrimientos de los civiles alemanes, sobre todo de las violaciones masivas de mujeres por parte del Ejército Rojo; recordó el sufrimiento de los no combatientes en Normandía o descubrió que, en los estertores de la guerra, los japoneses utilizaron a prisioneros aliados como ganado humano en un episodio de canibalismo planificado tan poco conocido como espeluznante. Beevor respondió por correo electrónico a tres preguntas sobre el Día D, cuyo aniversario ha reunido este 6 de junio a 18 jefes de Estado y de Gobierno en Normandía, además de a cientos de veteranos y sus familias.
Pregunta. ¿Es el Desembarco de Normandía la batalla más famosa de la II Guerra Mundial?
Respuesta. Han pasado 70 años desde la invasión aliada de junio de 1944. Uno podría esperar que el interés por la invasión aliada de Europa disminuyese con el paso del tiempo y la paulatina desaparición de los participantes, pero hay más museos y más visitantes que nunca. Mientras grupos y familias contemplan desde los acantilados que se alzan sobre la playa de Omaha la bella bahía del Sena, la imagen del mayor desembarco anfibio de la historia se apodera de su imaginación. El Día D siempre será recordado porque marcó el principio de la liberación de Europa Occidental de la terrible ocupación nazi.
La escala de los preparativos de la invasión no tenía precedentes. Nunca antes se había puesto en marcha una operación marítima de esta envergadura. Cuando los soldados se embarcaron y partieron hacia el Canal de la Mancha, la visión de más de 5.000 naves era asombrosa. Los pilotos de los miles de aviones que participaron apenas podían creer lo que contemplaban. También fue un acontecimiento de gran intensidad emocional para todos los aliados: no sólo los estadounidenses, británicos y canadienses, sino también los soldados de 30 naciones diferentes. Muchos de ellos procedían de países, como Francia, ocupados durante los últimos cuatro años por la Wehrmacht alemana después de sus victorias devastadoras en 1940. Para los franceses, el momento de ayudar a liberar a su patria era especialmente conmovedor. Para los británicos, marcó su regreso al continente de Europa después de la amargura de su evacuación de Dunkerque. Para los soldados estadounidenses, la invasión representaba un momento de suprema obligación. Estados Unidos, una vez más, iba a acudir al rescate de una Europa devastada por la guerra .
La historia puede ser engañosa cuando miramos hacia atrás. A menudo, esto anima a pensar que todos los eventos tuvieron que salir como salieron. El éxito de la invasión a través del canal el 6 de junio parece inevitable debido a la superioridad militar de los aliados. Pero el azar jugó un papel muy importante. Un número de oficiales de alto rango esperaba un desastre. La meteorología era crucial. El general Eisenhower se enfrentó a una decisión muy difícil. Si hubiera tomado la decisión equivocada sobre si se debía o no confiar en las estimaciones de los meteorólogos, que le informaron de que iba a haber una breve pausa en el mal tiempo el 6 de junio, y hubiese retrasado la invasión dos semanas, entonces la flota aliada se hubiese enfrentado a la peor tormenta conocida en el Canal durante 40 años. Si se llega a posponer la invasión por segunda vez, esto habría dañado gravemente la moral y casi seguramente revelado el objetivo a los alemanes.
P. ¿Cambió el Desembarco de Normandía el curso de la guerra o Alemania ya estaba condenada a la derrota?
R. No hay una sola batalla decisiva en la II Guerra Mundial. El punto de inflexión geopolítico se produjo en diciembre de 1941, cuando la Wehrmacht no tomó Moscú y Hitler declaró la guerra a Estados Unidos. A partir de ese momento, era imposible que ganasen las potencias del Eje. Los siguientes siete u ocho meses, sin embargo, fueron desastrosos para los aliados. El punto de inflexión estratégico y psicológico se produjo a finales del otoño de 1942, cuando la Wehrmacht había alcanzado su “punto acumulativo” como consecuencia de combatir a lo largo de un frente demasiado amplio, tanto en el sur de Rusia como en África del Norte. A partir de ahí, perdió completamente la iniciativa y los aliados estaban destinados a ganar. Pero el éxito del Día D fue decisivo en otro sentido. Si la invasión llega a fracasar, con los avances soviéticos en el Rin, la historia de la posguerra de Europa podría haber sido muy diferente.
P. ¿Por qué este año la conmemoración decenal es tan especial y reúne a tantos jefes de Estado y de Gobierno?
R. El 70 aniversario es probablemente el último al que acudirá un número significativo de veteranos supervivientes de la batalla. Aquellos que entonces eran adolescentes, ahora tienen en torno a 90 años. El resto están en su décima década. Esta, creo, es la razón principal por la que vamos a ver en Normandía el 6 de junio a tantos miembros de familias reales, presidentes y jefes de Gobierno. Pero quizás haya otra razón tácita para este interés internacional. Estamos viviendo un momento histórico que ofrece paralelismos inquietantes con 1938 y 1939. Es difícil no pensar en las exigencias de Hitler sobre los Sudetes, el corredor de Danzig y el deseo nacionalista de unir a todas las regiones con minorías alemanas en una Grossdeutschland. Rusia, bajo la presidencia de Putin, también expresa la misma sensación de resentimiento y muestra la misma determinación de volver a establecerse como una potencia mundial, la misma sensación de estar rodeado por el resto del mundo y el mismo egocentrismo nacional que le impide ser consciente del punto de vista de los demás. Afortunadamente, hay una diferencia importante: Hitler estaba decidido a desatar una guerra. Putin, en mi opinión, es más realista y no quiere un conflicto. En cualquier caso, el Día D siempre tendrá una resonancia especial.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.