La vida y la política en la ciudad más pobre de Brasil
Belágua, en el estado de Maranhão, registró en las pasadas elecciones un 95% de apoyo a Dilma Rousseff
Un día, hace un mes, dejaron de construir la casa de Antônio José de Nascimento en Belágua, en el estado de Maranhão, en el norte de Brasil. Los obreros le explicaron que se había acabado el dinero del programa del Gobierno del Estado y se largaron, con todo a medias: un esqueleto de casa inservible y un montón de ladrillos que se achicharran al violento sol de la una de la tarde de estas latitudes casi ecuatoriales. Unos meses antes, estos mismos obreros le habían contado a Nascimento, de 37 años, con dos hijos de 14 y 15 años y la mujer enferma, que el Estado iba a sustituir su vieja cabaña de adobe y techo de palmera, aquí llamada taipa, por una casa de ladrillo y cemento, dentro de un programa que incluía a otras cincuenta familias miserables de la ciudad.
Pero ahora, esta mañana calurosa, Nascimento contempla su casi-casa con la melancolía de quien estuvo a punto de ganar por una vez. Él y los suyos subsisten a base de la mandioca que recolectan día a día en las tierras comunales y que constituye su comida principal y casi exclusiva, mezclada con agua. También de lo que compran con los 381 reales (menos de 100 euros) de la subvención mensual Bolsa Familia que el Gobierno del país les da por escolarizar a sus hijos.
Belágua (una calle asfaltada, un ramillete de casas y cabañas desperdigadas, pistas de tierra, nadie de una a cuatro de la tarde, burros trabados con cuerdas a las puertas de las casas, cerdos y gallinas por los caminos) es la ciudad más pobre de Brasil. Con 7.000 habitantes, situada a 200 kilómetros de la capital São Luis, la localidad cuenta con una renta per cápita media de 240 reales al mes (60 euros), según el último censo, elaborado en 2010. La tasa de analfabetismo supera el 40%.
Nascimento es uno de estos analfabetos. Su mujer, tumbada ahora por la artrosis en la cama, es otra. Belágua (tiendas diminutas que viven indirectamente de la Bolsa Familia, niños que lavan mandioca en el río) ostenta otro récord nacional: el mayor porcentaje de apoyo electoral a Dilma Rousseff en la última elección: una extraña unanimidad del 95%. Nascimento también encaja: votó al Partido de los Trabajadores (PT) de Rousseff, debido precisamente a la subvención Bolsa Familia, instaurada por el Gobierno de Lula. “Gracias a eso tiramos para adelante. Ahora sé que han apartado a Dilma del poder. Me lo han dicho, porque mi televisión se quemó. No sé qué va a pasar con nosotros”, dice. Nascimento se refiere no al futuro del país en abstracto sino al futuro de esos 381 reales al mes vitales para su familia. El Gobierno del presidente interino Michel Temer ha asegurado que va a respetar ciertos programas sociales, incluido éste, pero Nascimento, desconfiado y hecho a que le vengan mal dadas, mira de reojo el proyecto inacabado de su casa inútil de ladrillo sin fecha de terminación y arruga la cara.
La Secretaria de Estado das Cidades e Desenvolvimento Urbano del Gobierno de Maranhão, del Partido Comunista de Brasil (PCdB), reconoce, por medio de una nota, ciertos problemas con los materiales pero asegura que ya ha dado orden para que las viviendas se terminen y cumplan sus plazos.
Belágua es un ejemplo fiel del Nordeste brasileño, rural, atrasado, pobre y resignado a su suerte, que acepta la ayuda estatal un día y que acepta con el mismo fatalismo que se la quiten al día siguiente. También un exponente de la desigualdad descomunal que aflige al país: mientras en los barrios buenos de São Paulo hay quien se monta en un helicóptero para saltarse el atasco del viernes por la tarde, en la bochornosa cabaña sin grifos de Nascimento el agua se almacena en una tinaja de barro tapada con un pañito de punto.
A veces incluso es peor: Su vecino Aderaldo Ferreira, de 36 años–también en una cabaña de adobe y paja, también con el absurdo montón de ladrillos inútiles de la casa prometida en la puerta- ni siquiera cuenta con los reales de la Bolsa Familia. Aderaldo tiene tres hijos pequeños, uno de ellos ya escolarizado, pero por un embrollo burocrático le han denegado la ayuda, sin que él sepa bien por qué. Muestra el carné de identidad al periodista como si eso sirviera para demostrar algo. También es analfabeto, también vive de la mandioca que arranca día a día. Su mujer, embarazada, amamanta a su hijo pequeño sin decir ni una sola palabra, muda y ausente, como si tanta desgracia junta no fuera con ella.
Cerca, en otra cabaña, Joana dos Santos, de 35 años, teje escobas de ramas de palmeras para pagar una deuda. La contrajo hace dos años por un examen médico que costó 280 reales (70 euros) para una hija suya aquejada de una parálisis extraña. Terminará de pagar en diciembre. “Si Dios quiere”, añade. Al lado se ponen tres de sus hijas. Tiene ocho. Y tres hijos. Una hace los deberes. Otra, de 12 años, mira al periodista con curiosidad.
- ¿Vas a la escuela?
- Sí
- ¿Qué quieres ser de mayor?
- Lo que Dios me dé.
- ¿Te gusta la escuela?
- Sobre todo cuando dan merienda.
A las cuatro o a las cinco de la tarde, cuando el sol deje de torturar la calle, llegará el padre con la mandioca del día: la vieja mandioca que se transforma en harina tras triturarla y tostarla como hacían ya los indios antes de llegar los portugueses.
De la Bolsa Familia, Joana recibe al mes 562 reales (140 euros). “No es sólo el dinero. Es que el de la tienda te fía porque sabe que lo vas recibir. Cuando no lo teníamos, no era así: a mí no me han vendido un pescado porque me faltaban 50 céntimos (menos de 10 céntimos de euros). Por eso yo siempre votaré a Dilma y a Lula”.
En la misma Belágua hay quien ha escapado al círculo cerrado de miseria, ignorancia y mandioca. En el otro extremo de la localidad, Raimundo Dos Santos, conocido como Seu Cota, (52 años, 14 hijos, 14 nietos) mantiene y explota una huerta. Y vende lechugas, pepinos, tomates, patatas… Obtuvo el mes pasado 1.500 reales al mes (casi 400 euros), una suma que crecerá el mes que viene. Consiguió una bomba de agua gracias a una subvención del Estado de Marahnão y que unos técnicos también del estado le enseñaran a plantar y a recolectar. Su casa tiene suelo de terrazo, una televisión vieja pero que funciona, y su mujer y sus hijos van vestidos y sonríen.
Aderaldo Ferreira, el de la mujer sin palabras, el de la choza sin nada, el que enseña el carné de identidad como todo documento, dice que ha oído hablar de ese Se Cota, que irá a verlo una tarde, que le preguntará cómo lo hizo, cómo lo hace, y señala hacia el otro lado del pueblo, como si fuera el otro lado del mundo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
Archivado En
- Lula da Silva
- Bolsa Familia
- Michel Temer
- Dilma Rousseff
- Vicepresidente Brasil
- Pobreza
- Presidente Brasil
- Presidencia Brasil
- Política social
- Brasil
- Gobierno Brasil
- Sudamérica
- Latinoamérica
- Gobierno
- América
- Administración Estado
- Economía
- Problemas sociales
- Administración pública
- Sociedad
- Partido de los Trabajadores
- Partidos políticos
- Política
- Planeta Futuro