Los seis días de cólera que estremecieron Senegal
Tras las protestas por la detención del diputado Sonko, que provocaron 13 muertos según la oposición, subyacen la frustración por el deterioro de la democracia y las penurias económicas
Senegal, conocido por ser uno de los países más estables de África, vivió entre el 3 y el 8 de marzo su semana más trágica. Bastó la detención de un líder opositor, un hecho relativamente frecuente en el continente, para que toda la rabia, la desesperación y las frustraciones acumuladas por el mal gobierno, los recortes a las libertades y la crisis económica agravada por la covid-19 convergieran en seis días de protestas, saqueos y pillajes que concluyeron con 13 muertos, según el recuento de la oposición, una quincena de establecimientos comerciales arrasados y un terremoto que ha puesto del revés el escenario político y que aún no ha dicho su última palabra.
“Senegal lleva tiempo viviendo una involución política preocupante con serias amenazas a las libertades, hay muchos signos preocupantes. A eso se suma las restricciones por la covid, el toque de queda, la imposibilidad de desplazarse, que duran ya un año. Era una olla a presión”, asegura el analista político Gilles Yabi. El último Afrobarómetro, publicado a principios de marzo, revelaba dos datos inquietantes: dos de cada tres senegaleses piensan que las leyes les tratan con desigualdad y cuatro de cada cinco consideran que deben tener cuidado cuando hablan de política. Revelador para un país que se considera una democracia consolidada. “Eso es muy relativo, la democracia da pasos adelante y pasos hacia atrás”, remacha Yabi.
Hace solo cinco años, Ousmane Sonko era un desconocido inspector de Aduanas. Sin embargo, su libro Petróleo y gas en Senegal, crónica de un expolio, en el que sacaba a la luz los comportamientos supuestamente corruptos del presidente Macky Sall y su hermano Aliou en la gestión de los hidrocarburos recién descubiertos en el país, fueron su pistoletazo de salida. El libro, que le costó el despido, comenzó a circular en los grupos de WhatsApp como la pólvora y decenas de miles de senegaleses apreciaron su osadía. Sonko dio entonces el salto a la política.
En 2017, su pequeño partido, Patriotas Senegaleses por la Ética, el Trabajo y la Fraternidad (Pastef), logró un exiguo 1% de los votos que, sin embargo, le abrió las puertas de la Asamblea Nacional. Como diputado de un anodino Parlamento dominado por el rodillo de la mayoría gobernante, Sonko marcó distancias con un rupturista discurso de denuncia de la corrupción y trufado de patriotismo y panafricanismo que conectó rápidamente con los jóvenes que sueñan con un futuro, pero se enfrentan a la dura realidad de un país con altas tasas de paro y casi un 40% de la población (de un total de 16 millones) por debajo del umbral de la pobreza.
“Sonko ha sido el detonante, la chispa que provocó el incendio, pero lo sucedido no se explica solo por él”, asegura el economista Demba Moussa Dembélé. A su juicio, “la situación económica es catastrófica. Según un informe de septiembre, a consecuencia de la covid-19 hay dos millones más de pobres en el país, un 85% de los hogares han visto reducidos sus ingresos y se han destruido unos 40.000 empleos. De cada uno de esos sueldos vivían cinco o seis personas. Y aquí no se recoge el sector informal, el medio de vida de la mayoría de la población”. Dembélé recuerda que en Senegal, a diferencia de Europa, no hay subsidio de desempleo o expedientes de regulación temporales. “No tenemos chaleco salvavidas estatal. Los jóvenes no ven ningún futuro, ¿cómo se explica si no que se jueguen la vida en los cayucos?”.
Para muchos de ellos, Sonko, de 46 años, representa una esperanza de cambio. De ahí que en 2019 consiguiera un meritorio 15,6% de los votos en su primera participación en unas elecciones presidenciales. Todo ello, pese a haberse convertido en el principal objetivo a batir desde el poder, que trató de poner en cuestión sus fuentes de financiación y le atribuyó una supuesta adscripción al islamismo radical. Lejos de amedrentarse, el líder opositor se fue afianzando en el inmenso espacio vacío que le había ido dejando la desaparición del escenario político de la izquierda tradicional, absorbida por la coalición en el poder.
Hasta que llegó el 3 de febrero y una joven empleada de un salón de masajes de Dakar acudió a un juzgado a denunciar a Sonko por una presunta violación. “Ella es tan víctima como el propio Sonko, si no más, es una huérfana en situación precaria de la que se han aprovechado”, asegura la feminista senegalesa Bombo N’Dir. “La Justicia debe hacer su trabajo y aclarar la verdad. Me duele que se utilice algo tan serio como una supuesta violación para el juego político. Hay que proteger a esta inocente a la que todavía no hemos escuchado”. El opositor ha negado los hechos y denunciado la existencia de un complot para acabar con su carrera política. En la cabeza de miles de senegaleses sobrevoló el recuerdo de Khalifa Sall, exalcalde de Dakar y también rival de Macky Sall, condenado por malversación de fondos públicos en un proceso judicial que arrojó muchas dudas.
Las protestas se extendieron con rapidez por todo el país, con especial intensidad en Dakar y en la región sureña de Casamance, de donde procede Sonko. Supermercados y gasolineras franceses sufrieron especialmente la ira de los manifestantes y fueron saqueados. La policía, acompañada en ocasiones por civiles armados cuya presencia ha sido objeto de polémica, se vio incapaz de contener a los jóvenes y respondió al lanzamiento de piedras con gases lacrimógenos. Cayeron los primeros muertos. El Gobierno, también desbordado, cortó la emisión de dos cadenas privadas y movilizó al Ejército. En respuesta, grupos de jóvenes incendiaron los locales de una televisión próxima al régimen y del periódico gubernamental, unas escenas de violencia que el país no había vivido en mucho tiempo.
El viernes, tras más de 48 horas de caos, apareció en las pantallas Antoine Diome, ministro de Interior, para acusar a los manifestantes de estar movidos por “fuerzas oscuras” y señalar la posible comisión de “actos de naturaleza terrorista”. El tono no pudo ser más amenazador. Las llamadas a la moderación de actores sociales y religiosos siguieron sin hacer efecto y el fin de semana se vio salpicado de nuevas protestas aquí y allá. Hasta que el pasado lunes Sonko fue llevado a declarar ante el magistrado, quien dictó su libertad provisional bajo control judicial. El Gobierno habla de cuatro fallecidos; la oposición, de 13.
Los manifestantes lo celebraron como una victoria. Esa misma tarde, el líder opositor ofreció un discurso a sus seguidores en medio de una sensación de euforia contenida; minutos más tarde, el presidente hizo una declaración televisada en la que se le notó incómodo, casi derrotado. “He comprendido el mensaje”, dijo a los jóvenes y anunció el retraso del inicio del toque de queda, de las nueve a las doce de la noche, así como medidas para fomentar el empleo.
“Sall parecía desconectado de la realidad, no se salió de la clásica intervención llena de cifras; mientras tanto, Sonko adoptó un tono casi presidencial”, asegura Yabi. “Se vio claramente la diferencia de edad, de recorridos y de aspiraciones”. Para Dembélé, “Sall sabe que las cosas ya no serán iguales. Por primera vez se ha asustado, ha perdido la confianza. Después de nueve años en el poder, sufre su primer contratiempo. Sonko, por el contrario, se ha convertido en el gran líder de la oposición, no solo política, sino también civil”.
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