“Muchos afganos pensaban que con los talibanes al menos no habría más atentados”
El director de rehabilitación de la Cruz Roja en Afganistán, Alberto Cairo, describe el “miedo y la incertidumbre” que atenazan Kabul tras el ataque del jueves
El fisioterapeuta italiano Alberto Cairo (Ceva, Piamonte) lleva 31 de sus 69 años haciendo un trabajo que antes de él nadie hacía en Afganistán: fabricar prótesis ortopédicas y ofrecer rehabilitación a la legión de heridos y amputados de una guerra que dura ya 42 años. Gracias a su esfuerzo, a estos heridos se sumaron después los discapacitados de la polio, de la miseria y la falta de atención médica, o de otras de las muchas formas que adopta el infortunio en ese país. El director del programa de rehabilitación del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) ha conocido cinco regímenes desde 1990. Todos han respetado su trabajo, quizás por el mandato de neutralidad de su organización. O bien porque Cairo y el CICR han tratado a 210.000 discapacitados afganos en esas tres décadas, según la organización. Desde Kabul, a través de una llamada de internet, relata a El PAÍS este viernes el miedo que atenaza a los afganos tras el atentado del jueves. En 2010, Alberto Cairo fue candidato al Nobel de la Paz.
Pregunta. ¿Cómo amaneció Kabul este viernes tras el atentado?
Respuesta. Con mucho miedo. Muchos afganos esperaban que con este nuevo régimen los atentados acabaran, que hubiera más seguridad, pues consideraban que los talibanes eran capaces de controlar a cualquier terrorista, una esperanza que este atentado ha revelado vana. Y a la tristeza, una tristeza infinita que se percibía hasta ahora, se ha añadido este miedo. Porque se preguntan qué futuro les espera si ni siquiera los talibanes garantizan la seguridad. Este es un país martirizado por 42 años de guerra, y la guerra no solo destruye edificios; también las sociedades. Los afganos tienen miedo de ser abandonados, como sucedió en los años noventa, antes de los talibanes y durante los talibanes, cuando ni a Europa ni al mundo les importaban nada.
P. ¿Se puede garantizar la seguridad con un Estado que prácticamente ha desaparecido, con los funcionarios y los agentes de policía y militares escondidos o huidos?
R. Un afgano me decía el otro día que tiene cerrada su tienda por temor a que alguien le robe porque, si eso sucede, no va a tener a quién denunciarlo. No está claro quién ejerce de policía. El viejo Estado ya no existe y el nuevo aún no está. Muchos afganos se preguntan qué se puede hacer y qué no se puede hacer porque el nuevo régimen no ha dicho nada al respecto. Se habla del problema del aeropuerto, de la seguridad y de la evacuación, pero ese problema probablemente acabará pronto, cuando concluyan los vuelos de repatriación, y aquí se quedará la mayoría de afganos que tiene que seguir viviendo y trabajando. La seguridad, que no haya atentados, no es su única preocupación.
P. ¿Cuáles destacaría entre las otras?
R. El hambre. Tienen miedo a pasar hambre. Aquí hay mucha gente que trabaja en pequeños oficios de la economía informal. Si no pueden salir a trabajar, no comen. De los otros, de quienes trabajaban para el Gobierno, para Naciones Unidas o para ONG extranjeras, muchos se han marchado, y a menudo eran el único sustento de sus familias extensas. Ahora, esos ingresos ya no existen.
P. Muchas familias viven del sueldo de las mujeres
R. Los talibanes han dicho que las mujeres no acudan a trabajar hasta que se den las condiciones de seguridad, sin precisar cuánto tiempo deberán permanecer en casa, cuando muchas familias viven exclusivamente del sueldo de las afganas [los fundamentalistas han anunciado este viernes que permitirán volver al trabajo a las profesionales sanitarias]. En parte porque hay muchas viudas por la guerra, o porque sus ingresos contribuyen a la economía familiar. Por ejemplo, las maestras, que son casi todas mujeres. Ese es uno de los signos negativos.
P. ¿Los hay positivos?
R. Los talibanes no son tontos, saben que no pueden construir un Estado desde cero. Al menos en parte tienen que utilizar el sistema y a las personas del régimen precedente. Yo confío en que se limiten a colocar a personas afines en puestos clave. Y hay algunos signos de que eso es lo que van a hacer. Por ejemplo, los policías de tráfico son los mismos de antes. Yo espero que, en las otras estructuras del Estado, hagan lo mismo. Es cierto que se expresan de manera menos ruda que en el pasado, pero solo el tiempo dirá si han cambiado. Todo el país está expectante, incluidos los afganos que les apoyan.
P. ¿Son numerosos? ¿Hay mujeres entre ellos?
R. Los talibanes forman parte de este pueblo. Son afganos. Y tienen muchos seguidores, sobre todo en su etnia, la pastún. Seguramente hay mujeres entre ellos, por difícil que resulte creerlo, sobre todo en las zonas rurales, muy apegadas a las tradiciones. Para ellos, es una cuestión de honor. Sin embargo, la mayoría de afganas, incluso aquellas que apoyan a los talibanes, querrían tener seguramente más libertad porque, con talibanes o sin ellos, la mujer es el eslabón débil de la cadena en Afganistán. Sus vidas se desarrollan en medio de enormes dificultades. Y las normas que las oprimen no se remiten tanto a la religión como a esas tradiciones tribales. En los últimos 20 años, las afganas, sobre todo en las ciudades, han accedido a la educación y esto les ha abierto los ojos, pero siguen disfrutando de pocas libertades.
P. Los afganos dependen de una ayuda humanitaria que ahora podría suspenderse si no se respetan los derechos humanos, ¿será la población quién pagará el precio?
R. Ese es el dilema de todo tipo de embargo. Es comprensible que se exija el respeto de los derechos humanos, pero es cierto que, si eso no sucede, quien pagará un alto precio serán los afganos.
P. ¿Están recibiendo más personas con heridas de guerra a causa de la ofensiva de los talibanes?
R. Es pronto para decirlo porque nosotros trabajamos en rehabilitación y estos heridos nos llegan después de unos meses. Hay un signo preocupante y es que, durante ese tiempo, hemos recibido más peticiones para enviar [a provincias] muchas más muletas.
P. ¿Qué siente al ver el éxodo de tantos afganos?
R. Alegría y dolor. Alegría por quienes han conseguido cumplir su deseo de marcharse y dolor por la vida difícil que les espera. Muchos de ellos mandan fotos sonrientes en el aeropuerto para tranquilizar a las familias y luego me mandan otra foto en la que se refleja el dolor de la partida. Los afganos se encuentran bien en sociedad, entre ellos, cuando los sacas de su ambiente son como un pez fuera del agua. Se van dejando atrás a sus padres, sus familias, sus casas. No se piensa en el dolor, en la soledad, que conlleva abandonar así tu país. Muchos jóvenes bien formados se han marchado. Ellos son el futuro perdido de Afganistán.
P. ¿Se dará un trato adecuado a los refugiados?
R. Estas personas no tendrán una vida fácil. Llegan a países -y pienso en el mío, Italia- donde para muchos no son bien recibidos. Luego habrá otros refugiados, de Libia, de África. Dentro de unos meses se confundirán en la masa de refugiados, de migrantes, y caerán en el olvido.
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