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La relación ambivalente de Lula con el Partido de los Trabajadores

El candidato y fundador del PT es una figura mucho más poderosa que su formación, sacudida por múltiples escándalos y debilitada

Naiara Galarraga Gortázar
Partidarios de Lula celebran este jueves su 77 cumpleaños con una fiesta en Río de Janeiro, donde han ondeado banderas del PT con una foto antigua del candidato a las presidenciales.
Partidarios de Lula celebran este jueves su 77 cumpleaños con una fiesta en Río de Janeiro, donde han ondeado banderas del PT con una foto antigua del candidato a las presidenciales.MAURO PIMENTEL (AFP)

Nadie cuestiona en Brasil que Luiz Inácio Lula da Silva es mucho mayor que el Partido de los Trabajadores que fundó en 1980 en un colegio de São Paulo junto a otros sindicalistas, algunos sacerdotes católicos e intelectuales, como los padres del cantante Chico Buarque. Lula afronta este domingo sus sextas elecciones con la misión declarada de derrotar al presidente Jair Bolsonaro y salvar la democracia brasileña. Y si gana, será más una victoria personal que un triunfo de su partido, que en los últimos años, sacudido por los escándalos y con un poder menguante, ha sido visto más como un lastre que como un activo. El PT acaricia el regreso al poder de la mano de Lula pero, en ese caso, tendrá que compartirlo con una amplia alianza que empieza a su izquierda y abarca hasta el centro derecha.

Reflejo de esa relación ambivalente de Lula con el PT, unos datos: toda la publicidad electoral gira en torno a él, las cuatro letras de su nombre son la marca; el partido solo asoma, para los entendidos, en forma de una estrella de cinco puntas. Y el rojo PT ha sido gradualmente sustituido estas últimas semanas por un blanco neutro a petición de los socios más centristas de la coalición. Se trata de no ahuyentar de ninguna manera a todo el que esté descontento con el ultraderechista Bolsonaro. Y más relevante aún, la expresidenta Dilma Rousseff desapareció de los mítines después de la primera vuelta, cuando Lula sacó a Bolsonaro cinco puntos.

Buena parte del empresariado y las élites preferiría un Lula sin el PT porque lo consideran mucho más pragmático que sus camaradas de toda la vida. Y, al otro lado del espectro, para muchos en la izquierda brasileña, es un partido de vocación hegemónica y personalista. Pero ante una situación que consideran crítica han unido filas como nunca.

Los candidatos se miden este viernes por la noche en el último debate. Lula “debe calibrar su discurso para asegurarse electores que quieren derrotar a Bolsonaro pero no son fans del PT”, escribe el analista Bruno Boghossian en Folha de S. Paulo. Encarna ese elector la cantante brasileña más internacional, Anitta, que quiere al actual presidente desalojado del poder por Lula pero rechaza de plano cualquier vínculo con las siglas de su partido.

Ninguna formación brasileña ha tenido jamás el poder suficiente para gobernar en solitario. Siempre hicieron falta socios. Pero en esta ocasión la alianza era necesaria para el paso previo, ganar las elecciones. Para limar asperezas con el poder económico y que olvidara los errores de la expresidenta Rousseff, que hundieron a Brasil en la recesión y llevaron a su destitución, Lula resucitó a un adversario venido a menos. Geraldo Alckmin, antigua figura del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), regresó a la primera línea de la política cuando ni él mismo se lo esperaba. Reconocido gestor, es moderado y católico conservador.

Para emprender la batalla contra Bolsonaro, Lula forjó la llamada coalición de la Esperanza, que es especialmente amplia. Incluye además del PT, el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), que es una escisión del PT por la izquierda; el Partido Comunista de Brasil; Rede, de Marina Silva; y otras seis formaciones. Los candidatos que quedaron tercera y cuarto han pedido el voto para Lula, aunque solo Simone Tebet se ha sumado a la campaña. Ciro Gomes está desaparecido.

La corrupción es el principal argumento de Bolsonaro contra Lula. El escándalo de sobornos sistemáticos de la petrolera Petrobras a cambio de licitaciones de obras públicas, conocido como Lava Jato, y el pago de sobornos a diputados a cambio de apoyo parlamentario, el Mensalão, todavía pesan mucho en la opinión pública aunque las condenas contra Lula fueran anuladas.

Lula ha conseguido llegar a las puertas de las elecciones sin entrar en detalles, sin compromisos concretos ni siquiera en economía ni nombres de posibles ministros. Sí ha anunciado “muchas mujeres en el Gobierno” y que el Gabinete no será monocolor: “Hay mucha gente que nunca fue del PT y participó de mis Gobiernos, y así será. No será un Gobierno del PT sino un Gobierno del pueblo brasileño, más allá del PT”.

Tras la victoria de Bolsonaro hace cuatro años, los ambulantes dejaron de vender parafernalia del PT, que nació para defender a los obreros y sus derechos laborales. Muchos de los que tenían una gorra o una camiseta la guardaron. Aquellas ropas rojas estuvieron hibernando hasta que Lula salió de la cárcel, fue rehabilitado y se lanzó a la campaña para la Presidencia. A partir de ese momento, Bolsonaro tuvo una oposición digna de tal nombre.

El carisma de Lula eclipsa a ojos de muchos electores los escándalos de corrupción del Partido de los Trabajadores y los errores pasados. Inmensa es la nostalgia por los profundos cambios sociales impulsados gracias a la voluntad política y a la bonanza económica durante sus mandatos (2003-2010).

Pero, más allá de los simpatizantes del PT, buena parte del apoyo que cosecha no es incondicional. Muchos de los que le votarán este domingo preferirían otros candidatos inmaculados y que ilusionan más, pero le consideran el único con fuerza para derrotar al mandatario de extrema derecha. Otros, convencidos de que robó de las arcas públicas, se taparán la nariz con tal de neutralizar la amenaza que para ellos encarna Bolsonaro.

En el arranque de la campaña, la expresidenta Rousseff sí que tuvo protagonismo pero en esta recta final incluso los militantes más izquierdistas consideran que conviene no arriesgar lo más mínimo en vista de lo que está en juego: los derechos conquistados.

Lula, que cumplió este jueves 77 años, ha anunciado que si logra un tercer mandato no se presentará a la reelección, pero no tiene sucesor. Ni siquiera cuando estuvo en prisión permitió que nadie le hiciera sombra. Da la impresión de que su favorito es todavía Fernando Haddad, candidato a gobernador de São Paulo, pero está por ver si logra para Lula y el PT ese trofeo que hasta ahora se les resiste: dirigir el Estado más próspero y poblado del país.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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