Sobrevivir bajo cero en Ucrania
La guerra de Rusia contra la red eléctrica sitúa a los ucranios al límite de la resistencia frente al frío. Seis millones de personas permanecen sin luz, mientras el Gobierno habilita puntos de asistencia
Nikol Goldman no quiere que la fotografíen porque lleva dos días sin ducharse: “Mi cabello está sucio, no quedaría bien”. En Kiev la temperatura ya baja de los cero grados y en su apartamento no ha tenido ni agua ni luz en tres días, desde el ataque ruso que el 23 de noviembre volvió a golpear la red eléctrica de Ucrania (44 millones de habitantes). El 50% del sistema eléctrico del país ha sido destruido y el viernes había seis millones de personas sin luz, según afirmó su presidente, Volodímir Zelenski. Sin electricidad no pueden operar las estaciones de bombeo de agua; sin electricidad tampoco pueden funcionar los sistemas que combustionan el gas o que calientan el agua para las estufas de las ciudades. A esta mujer de 18 años le preocupa su imagen porque no quiere perder la dignidad, pese a que es consciente de que ella y el resto de ucranios se enfrentan a un problema más grave, sobrevivir a este invierno.
Goldman no quiere pensar en los meses que vienen porque teme que sea dramático, y porque tampoco tiene intención de abandonar su país. “Quiero demasiado a mi patria como para abandonarla precisamente ahora, en el momento de la verdad”, dice. El momento de la verdad para ella son los meses de frío que se avecinan tras la ofensiva rusa que desde el pasado octubre se ceba contra la red energética.
“El pasado enero estábamos a unos -20°C. Imagíneselo sin electricidad ni calefacción”, lamenta Goldman. La joven renunció este año a iniciar una carrera universitaria porque si algo necesita ahora su familia son ingresos. Se desplazó por trabajo el viernes a Yitómir, a dos horas de Kiev, una capital de provincia de relevancia industrial. Las subestaciones eléctricas del municipio han sufrido tres ataques desde el 10 de octubre. “Nuestras empresas están afrontando muchas dificultades, y sin puestos de trabajo, no hay futuro”, subraya Sergi Sukhomlin, alcalde de Yitómir.
La semana pasada, recuerda Sukhomlin, la actividad en los polígonos de Yitómir se paró casi por completo por la falta de suministro eléctrico y de agua. “Las fábricas han encontrado una alternativa, que es doblar los turnos de noche, porque es cuando menos presión hay en la red”. Lo confirma Yuri, empleado de una planta metalúrgica de Yitómir y vecino de Kalinivka, un pueblo colindante a la ciudad: “Estamos trabajando más por la noche, pero estamos perdiendo muchos días de producción porque, o bien no hay electricidad o bien las alarmas aéreas están activas durante horas y la planta termina por cerrar aquella jornada”.
Yuri está satisfecho, pese a las circunstancias, porque él no tiene las limitaciones que sufren en la ciudad. “Vivir en un pueblo es definitivamente mejor, primero por seguridad”, enumera este hombre de 58 años, “los rusos no gastarán sus misiles en un lugar en el que no hay nada estratégico”. “Es mejor porque yo tengo estufas de leña, y tengo el bosque delante de casa, también tengo un pozo, por lo que agua no nos falta, y tengo animales y un huerto para hacer conservas”.
Los vecinos de Kalinivka tienen la posibilidad de instalar generadores en sus casas, también paneles solares, algo más difícil de tener en un bloque de pisos urbanos. Sukhomlin confirma que la prioridad ahora para Yitómir —y para el resto de ciudades ucranias— es conseguir generadores y diésel. Su objetivo es recibir aparatos con una potencia de 5 megavatios, los mejores que pueden fabricarse con cierta celeridad. “Estos generadores pueden aportar luz durante una hora a 2.500 apartamentos. Pero no es posible tenerlos en funcionamiento durante mucho tiempo, cada hora consumen 1.500 litros de diésel, pero es mejor que nada”.
Refugios invernales
Bajo un edificio en estado casi ruinoso, un vecino de Járkov, al este de Ucrania, avanza sin prisa con una garrafa vacía de cinco litros de agua en la mano. La botella, abollada, sobada e iluminada por el contraluz, pendula en su mano izquierda al ritmo de sus pasos. El hombre, de unos 60 años, no se dirige a ninguna fuente. Unos metros más allá, se adentra en el interior de una tienda de campaña verde militar. Se sienta en un banco y, entre ruiditos, empieza a sorber el té que le sirven en un vaso de plástico. Lo siguiente que hace es introducir la clave del wifi que aparece escrita en un folio que reposa sobre la mesa para conectarse a internet a través de su móvil.
Por una pantalla de televisión desfila en bucle el monotema, la guerra. En su pausa del bocadillo, dos obreros buscan acomodo delante. Sobre el suelo brillan dos generadores nuevos. Hay sillas, mesas, butacas y hasta alguna tumbona. A la espalda del hombre, hay un sencillo aparador con enchufes, alargaderas y un microondas, entre otros enseres. Dos estufas de leña caldean la estancia y la convierten casi en un paraíso tropical frente al puñado de grados de temperatura bajo cero que refrigeran la calle.
Ucrania ha decidido levantar una empalizada a lo largo de toda la línea del frente del frío. Zelenski anunció esta semana la creación de una red de más de 4.300 puntos que, a modo de refugios, van a servir para defender a la población del rigor del invierno. Estarán abiertos las 24 horas cada vez que haya cortes prolongados en el suministro eléctrico y, además de calor y luz, servirán para dar apoyo, compañía o información necesaria para que los ciudadanos sobrevivan en su día a día.
La iniciativa no ha estado, sin embargo, exenta de cierta polémica. Zelenski reconoce que hay “muchas quejas” en relación con esa red de atención en Kiev. Fue un claro tirón de orejas al alcalde de la capital, Vitali Klischko. El frío y los problemas energéticos en esta ciudad suponen no solo un problema para los ciudadanos, sino también de imagen que puede minar la moral de la población de todo el país. El presidente acusó al primer edil capitalino de no tener engrasada la maquinaria para que estén ya funcionando esos puntos básicos de atención. Zelenski, eso sí, salvó de la quema a los que son responsabilidad de los Servicios de Emergencia y al de la estación central de trenes. “La gente de Kiev merece una mejor atención”, espetó.
El hombre de la garrafa es el primer usuario que, en la mañana del viernes, acude al refugio invernal de esa red ubicado en el barrio de Saltivka, uno de los lugares más castigados por el Ejército ruso de la ciudad de Járkov, la segunda en número de habitantes del país. Un empleado de los Servicios de Emergencias le ayuda a conectarse. Lo hacen a través de la red de satélites del sistema Starlink del magnate Elon Musk, que está haciendo posible que el apagón en las comunicaciones no sea total.
Solo en la región de Járkov hay disponibles casi 300 refugios, de los que una decena, como esta tienda de campaña militar, son móviles, según datos ofrecidos por el gobernador, Oleg Sinegubov. Están enclavados en zonas rurales y urbanas. En parques de bomberos, en escuelas, en edificios oficiales… “Si la situación empeora con los ataques y tenemos más apagones, habrá que abrir más lugares como este. Estoy seguro de que serán necesarios más”, afirma Evgeni Ivanov, el vicegobernador regional de Járkov, durante una visita el jueves al punto de Saltivka.
Este barrio sigue siendo un erial en el que la mayoría de los edificios mantienen sin cicatrizar las heridas de los combates. Sus calles, parques y zonas ajardinadas son un desierto humano donde campa a sus anchas la soledad rodeada de los escombros de la guerra y algún que otro perro. Delante de la tienda de campaña, una cuadrilla de trabajadores se afana en adecentar uno de los edificios. Para Tatiana, de 72 años, no es más que postureo, una forma por parte de las autoridades de tratar de lavarle la cara al barrio sin llevar a cabo las reparaciones necesarias de los destrozos que permitan regresar a los vecinos. “¿Dónde hay alguien que esté al cargo de esto? ¿Cómo pueden tratar así a la gente?”, pregunta indignada la mujer al comprobar que hay movimiento de autoridades en la tienda de campaña.
Tatiana escapó de Saltivka el 24 de febrero, el día que comenzó la invasión rusa, y no ha vuelto “a esta pesadilla” hasta hace poco, cuando se le han evaporado los ahorros. “Les voy a enseñar en qué condiciones estoy viviendo”, sigue en su airada protesta sin mostrar interés en acceder al interior de la tienda de campaña. Se conforma con mostrar cómo ha quedado el apartamento de su nieta, totalmente inhabitable, una azafata que había llevado a cabo una reforma importante poco antes de que el barrio saltara por los aires.
Éxodo a zonas rurales
El alcalde de Yitómir es explícito en su entrevista con EL PAÍS: “La situación desembocará probablemente en una nueva ola de refugiados hacia zonas rurales, donde los recursos están más garantizados, y hacia la Unión Europea”. “Yo aquí tengo una responsabilidad”, admite Sukhomlin, “pero si tuviera la oportunidad de irme a vivir a un pueblo, donde por lo menos tengo leña y un pozo, lo haría”.
En Yitómir habitan 240.000 personas y de estas, unas 20.000 son huidos de las zonas donde se libran los combates. Son el grupo más vulnerable porque huyeron de sus hogares con lo puesto. En toda Ucrania hay siete millones de desplazados por culpa de la guerra. En las últimas semanas se han multiplicado los puntos de distribución de ropa de abrigo, también de comida, como el que Cáritas ha habilitado en Yitómir. Sin recursos para cocinar, los alimentos calientes que preparan en esta organización sin ánimo de lucro para más de 500 personas son una bendición.
Anatoli Samusha es un asiduo del comedor de Cáritas. El viernes ya llevaban más de 24 horas sin luz en la casa que él y otros familiares han alquilado a las afueras de Yitómir. Una de las razones por las que se decidieron por esta vivienda es porque tiene un pozo propio. Samusha está curtido en este tipo de inclemencias: huyó este año de Marinka, su pueblo natal, en Donetsk, un municipio en el que ya no habita nadie, según las autoridades ucranias, al encontrarse en la zona cero del frente. “Desde 2014 [cuando estalló la guerra entre Ucrania y los prorrusos del Donbás] estoy acostumbrado a vivir sin estos suministros esenciales”, afirma Samusha. “Para los de aquí es algo nuevo, están menos preparados, por ejemplo, hay una escasez de generadores que nosotros no teníamos”. Su casa-refugio cuenta con un depósito de gas, para calentar la casa y cocinar, pero no tienen dinero para el combustible.
Las dificultades afectan a cada hogar y también a instituciones fundamentales como los hospitales. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que hay cientos de centros sanitarios en Ucrania que no pueden trabajar en buenas condiciones. Uno de ellos es el Hospital Regional de Yitómir. En su entrada principal hay almacenados nuevos cristales pendientes todavía de ser instalados en una de sus fachadas. Un bombardeo ruso destrozó el pasado marzo parte de sus instalaciones y 300 ventanas quedaron dañadas. El subdirector de la institución, Vladislav Dubchak, afirma que están pendientes de que sean instalados dos generadores más, porque el único que tienen solo da para el área quirúrgica y de cuidados intensivos. El peor día, afirma Dubchak, fue el 10 de octubre, cuando dio comienzo la ofensiva rusa contra el sistema energético: el hospital se quedó siete horas sin luz, y los pacientes que no eran considerados graves ya estaban preparados para regresar a casa porque la temperatura cayó en picado.
La OMS ha alertado de que la agresión rusa supone “una amenaza mortal para millones de ucranios”. Lo sabe bien Anatoli Torianik, subjefe de los Servicios de Emergencias de Járkov, un cuerpo equiparable al de Protección Civil en España. “Esta tienda representa la fortaleza de Saltivka en Járkov, una ciudad héroe”, añade en el centro de la estancia, con capacidad para 50 personas.
Fuera del centro, el frío y la nieve recuerdan como una bofetada que la lucha por la supervivencia impone su ritmo. Tatiana, de 65 años, Ludmila, de 79, y Liuvob, de 63, rebuscan en una montaña de prendas de ropa y calzado que ha dejado una organización humanitaria, aunque lamentan que han llegado algo tarde y no hay mucho que consideren útil. Junto a ellas está Serhi, de 44 años, un vecino que ejerce de voluntario. Está esperando la llegada de un vehículo para organizar el reparto de raciones de comida. Explica que han llegado a un acuerdo para habilitar un sótano, que ya han equipado con sacos de dormir que les han donado desde Eslovaquia, para repartir comida y ayuda durante el invierno. “No tengo forma de calentarme. En mi apartamento hace incluso más frío que fuera”, asegura Serhi. Por la zona deambula Volodímir, de 58 años, un buscavidas que vende el metal que encuentra para sacar algo de dinero. Reconoce que comparte una casa sin ventanas y con las puertas reventadas junto con tres hermanos. Tratan de calentarse como pueden con una estufa de leña.
Avanzada la mañana, el sosiego y la paz reinan en medio de la soledad de Saltivka, lejos ya del permanente estruendo con que castigó al barrio la artillería rusa al comienzo de la invasión. La guerra ahora es plantar cara a un invierno que se acerca como caballo desbocado. Tatiana, ya más sosegada, reconoce que los bloques de estilo soviético en los que viven podrían estar en mucho peores condiciones si los bomberos no se hubieran jugado la vida entre las bombas. Y corrige el tiro de las críticas anteriores: “Creo que Ucrania está llena de héroes”.
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