El país más joven del mundo está roto
Sudán del Sur, fundado en 2011, tiene casi la mitad de su población desplazada debido a los conflictos entre etnias. El Papa se reunió en Yuba con 2.500 víctimas de esta situación: “No puede haber futuro en los campos de refugiados”
Un perro despistado cruza la calle de tierra, justo antes del puente de hierro que atraviesa el Nilo Blanco, el río que baña Yuba, capital de Sudán del Sur (10,7 millones de habitantes). El conductor del todoterreno agarra con fuerza el volante. No se inmuta. Luego se oyen un par de crujidos secos y los aullidos de la bestia, cuyo supuesto dueño comienza una trifulca, quién sabe si compinchado con la policía, para obtener la mayor compensación posible por la desgracia. Una oportunidad como otra para sobrevivir un día más en uno de los países más pobres del mundo —con cuatro millones de desplazados, casi la mitad de la población— y donde el Papa trata desde el viernes de impulsar los acuerdos de paz firmados hace dos años en Roma.
La muerte del perro tenía un precio, proclama su dueño: unos 100 euros. Una cifra que avala la policía y que permite seguir el camino hacia Gumbo, en la periferia de la ciudad, donde se encuentra la misión de las monjas salesianas que educa a miles de desplazados por un conflicto tan antiguo como el propio país. Ahí, un sendero de tierra, polvo y escombros recorre los 700 metros que hay entre la puerta de hierro oxidada del recinto de las monjas —un prodigio de gestión y solidaridad donde trabajan cooperantes como el español Fernando López Cabello— y un campo de refugiados que acoge a más de 10.000 personas.
El campamento se estableció aquí en enero de 2014, después del estallido de la guerra civil en diciembre de 2013, derivada de la independencia de Sudán del Sur. Muchos de los desplazados por el conflicto (alrededor de dos millones), se fueron a otros países como Uganda y Etiopía, según ACNUR. La misma cifra de personas buscó fortuna en los alrededores de la nueva capital. Algunos, como Gloria y su familia, quisieron hacerlo lo más cerca posible de la misión salesiana que proporciona a sus habitantes asistencia y educación. “Sufrí mucho, tuvimos que marcharnos con mi madre y mis cinco hermanos pequeños”, explica señalando la chabola de metal y plásticos donde viven.
Gloria, alta, elegante y con una camiseta rosa, tiene 19 años y vive encerrada aquí desde los 10. Esa ha sido su única realidad. Como Jon y Sherikat. “Estamos bien. Mucho mejor que en el lugar de donde tuve que marcharme”, explica Linoukoo, uno de los profesores que dan clase a los chicos del campo de refugiados. Pero ella es mujer. Un handicap para la supervivencia (muchas son vendidas como esposas a precios que pueden rondar las 40 vacas). También una condición fundamental para cambiar las dinámicas del país y por la que ha apostado también la misión en su proyecto Woman Promotion Center. El Papa se refirió a ellas en un encuentro con desplazados internos en Yuba este sábado. “Las madres, las mujeres, son la clave para transformar el país. Si reciben las oportunidades adecuadas […] tendrán la capacidad de cambiar el rostro de Sudán del Sur y de proporcionarle un desarrollo sereno y cohesionado. Pero les ruego que la mujer sea protegida, respetada, valorada y honrada. Si no, no habrá futuro”.
Sudán del Sur, el país más peligroso del mundo para ejercer como cooperante, obtuvo su independencia de Sudán en 2011 tras un referéndum en el que el 98,3% de la población votó a favor de separarse del norte árabe. Pero la decisión desató una guerra civil, cuyos estertores condujeron a una terrible crisis humana y a la hambruna actual. El PIB per cápita es un buen indicador del nivel de vida y en el caso de Sudán del Sur, en 2018, fue de 359 euros, por lo que se encuentra en la parte final en el tablero mundial, en el puesto 194. Parte del estancamiento económico tiene que ver con el conflicto bélico en curso (esta semana han sido asesinadas 27 personas cerca de la capital), fruto de no haber respetado los acuerdos de paz firmados en 2020.
El 13 de enero de ese año, la comunidad de San Egidio —muy próxima al Papa— logró sentar en la misma mesa al Gobierno y a sus opositores, para firmar la Declaración de Roma, que reconocía la legitimidad política de todos los grupos en la oposición. Quedó en papel mojado. Los últimos enfrentamientos violentos entre grupos armados en el área administrativa del Gran Pibor (al este del país) han provocado el desplazamiento de unas 30.000 personas, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios.
En el encuentro del Papa con algunas víctimas de este conflicto, un grupo de desplazados narró sus vicisitudes y la vida que llevan encerrados tras los muros de este tipo de campos. “Un gran número de niños nacidos en estos años solo ha conocido la realidad de los campos para desplazados, olvidando el ambiente del hogar, perdiendo el vínculo con la propia tierra de origen, con las raíces, con las tradiciones. No puede haber futuro en los campos para desplazados. Es necesario crecer como sociedad abierta, mezclándose, formando un único pueblo, atravesando los desafíos de la integración, también aprendiendo las lenguas habladas en todo el país y no solo en la propia etnia. […] Es absolutamente necesario evitar la marginalización de grupos y la segregación de seres humanos. Pero para satisfacer todas estas necesidades se necesita paz. Y la ayuda de muchos, de todos”.
Las elecciones en Sudán del Sur se han aplazado al año que viene. El presidente del país, Salva Kiir Mayardit, acaba de aceptar incluir en el acuerdo a facciones y etnias hasta ahora vetadas. Pero muchos creen que la única consecuencia cuando se celebren los comicios será otra guerra civil. El Papa tampoco fue demasiado optimista con las perspectivas. “Aquí perdura la mayor crisis de refugiados del continente, con al menos cuatro millones de hijos de esta tierra que han sido desplazados; con inseguridad alimentaria y malnutrición que afectan a dos tercios de la población, y con las previsiones que hablan de una tragedia humana que puede empeorar aún más en el transcurso del año”. Un lugar en el que la vida de un perro puede costar más que la de un niño o una mujer.
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