Uruguay, el país donde la Semana Santa es la Semana del Turismo
El proceso de secularización iniciado a mediados del siglo XIX convierten a esté país en el más laico de Latinoamérica
Durante siete días, Uruguay se detiene y deja en suspenso las cuestiones mundanas. En esta semana que termina las oficinas públicas han estado cerradas, no ha habido clases en las escuelas y el Parlamento no ha sesionado. Son días de fiesta en todo el país: espectáculos musicales, festivales gastronómicos, ferias cerveceras y jineteadas han copado la Semana de Turismo, como se denomina oficialmente aquí a la Semana Santa desde 1919. Y como es habitual, no abundan los programas de recogimiento espiritual y menos de abstinencia, siguiendo la tradición laica que está en la matriz de esta sociedad, la menos religiosa del continente según un informe de Pew Research Center. En esa investigación, Uruguay figura como el país más secular de América Latina, con un 37% de su población sin afiliación religiosa, cuando el promedio continental se sitúa en el 8%.
La laicidad es para los uruguayos un asunto medular que se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando en la novel República cobró fuerza una variopinta corriente anticlerical. “Era un Estado confesional, pero con una iglesia débil y un elenco político favorable a la laicidad”, dice el historiador Gerardo Caetano. Las primeras señales fueron claras: los cementerios se secularizaron en 1861, la enseñanza pública pasó a ser laica en 1877 y el registro civil quedó en manos del Estado en 1879. Además, el ánimo anticlerical era explícito en parte de la sociedad. Recuerda Caetano que, en los últimos años del XIX, tenían lugar frente a la catedral de Montevideo los “banquetes de la promiscuidad”, que servían carne a la parrilla contra la abstinencia durante el Viernes Santo. Estos banquetes, frecuentes hasta principios del siglo XX, nunca pasaban de ser festines irreverentes que congregaban a librepensadores, anarquistas, liberales y masones, dice el historiador.
La tendencia anticlerical se consolidó y radicalizó bajo la presidencia de José Batlle y Ordoñez (1903-1907 y 1911-1915), político y periodista del Partido Colorado considerado unos de los mentores de la modernización uruguaya. “Batlle nunca fue ateo; se apartó de la Iglesia y asumió posiciones fuertemente anticlericales, pero no antirreligiosas”, subraya Caetano. En El Día, diario que fundó, Batlle ordenó que la palabra Dios se escribiera con minúscula y bajo el seudónimo de Laura firmó artículos que promovían políticas favorables a la liberación de la mujer, en un contexto que iba en sentido contrario. “Entre las cartas de los lectores aparecían también textos que defendían los principios católicos frente al batllismo, escritas por el propio Batlle para polemizar”, añade.
Con el impulso de esta figura clave de la historia uruguaya se concretaría la separación del Estado y la Iglesia Católica en la Constitución de 1919, no sin antes aprobar una serie de medidas que aún hoy dejan pasmados a progresistas y conservadores. En 1906 se quitaron los crucifijos de todos los hospitales públicos y al año siguiente se aprobó la ley de divorcio, que cinco años después, en 1913, se modificaría para permitirlo por la sola voluntad de la mujer. Como recoge el sociólogo Néstor da Costa, uno de los autores del libro 100 años de laicidad en Uruguay, también en 1907 se suprimió toda referencia a Dios y a los evangelios en el juramento de los parlamentarios.
“Había un esfuerzo iluminista de inspiración francesa por hacer desaparecer lo religioso del mapa, con un fuerte soporte de los clubes racionalistas y de la masonería”, dice da Costa. En 1919, la obsesión por quitar las referencias religiosas del ámbito público llegó al calendario oficial de feriados. Por ley, la Semana Santa pasó a llamarse Semana de Turismo, la Navidad es el Día de la Familia y Reyes el Día de los Niños. Los legisladores determinaron, asimismo, que el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, se denominase oficialmente Día de las Playas, y que se cambiara la nomenclatura de 30 poblaciones, retirando los nombres de santos e incorporando otros laicos. Sin embargo, aclara da Costa, el proceso reformista no incluyó algunas de las visiones más radicales, que defendían la secularización de los bienes eclesiásticos o proponían el monopolio estatal de la enseñanza.
“Acá hubo reyerta de ideas, pero no existió nada parecido a la Guerra Cristera”, afirma Caetano en referencia al conflicto bélico que enfrentó al Gobierno mexicano con los católicos en la década de 1920. Por otro lado, considera que hay otras diferencias de base entre la temprana separación de la Iglesia del Estado mexicano de 1857 y la uruguaya de 1919. “La laicidad en países como México o Cuba se dio en sociedades muy religiosas. En cambio, en Uruguay la laicidad caló hondo porque ya había una sociedad secularizada, donde el lugar de lo religioso era mucho más débil”, dice.
Sobre ese aspecto, el sociólogo da Costa sostiene que los uruguayos llenaron los vacíos religiosos con una suerte de religión laica alternativa, transmitida en las aulas públicas. “El batllismo tenía claro que había que crear símbolos que unificaran a la población”, explica. Una las expresiones más claras de esto, ejemplifica, es la letra del himno dedicado al héroe nacional José Artigas (1764-1850). “El Padre nuestro Artigas / señor de nuestra tierra / para la historia un genio / para la Patria un Dios”, reza este padrenuestro laico escrito en 1910 y que es cantado en las escuelas.
La secularización, entendida como la privatización de lo religioso, es un hecho que distinguió al Uruguay de otros países latinoamericanos en los dos siglos anteriores y lo hace también en este nuevo milenio. El informe de Pew Research, citado al comienzo de este artículo, indica que este es el único país encuestado donde el porcentaje de adultos que dicen no tener afiliación religiosa (37%) “rivaliza” con el segmento que se identifica como católico (42%). Además, Uruguay es el único de la región donde la mayoría, un 57%, dice que los líderes religiosos no deberían tener “ninguna influencia” en asuntos políticos.
Educación laica
“La educación laica se expresa en el respeto de todas las opiniones y creencias, siempre que no haya ninguna mención del nombre de Dios”, polemizaba con ironía en un artículo el actual obispo emérito de Minas (este del país), Jaime Fuentes. Según él, la educación pública uruguaya –laica, gratuita y obligatoria desde 1876- habría derivado en la “ignorancia religiosa obligatoria”. Por otro lado, Fuentes acusaba al laicismo de haber impregnado la cultura uruguaya de un “cerrado escepticismo”. “¿Cómo explicar que Uruguay tenga el mayor número de suicidios de todo el continente?”, cuestionaba.
Caetano discrepa con esta posición, común en los círculos católicos, según la cual el espíritu de la laicidad le ha quitado sentido de trascendencia a los uruguayos. “Frente a la moral católica, el batllismo y no solo el batllismo, construyó una moral laica, que curiosamente estaba cargada de valores cristianos”, expresa. En ese sentido, asegura, se proponía crear un país modelo en el que los pobres fueran menos pobres y los ricos menos ricos, con un Estado fuerte “escudo de los débiles”. “Decir que esa es una moral sin exigencias es una visión profundamente equivocada”, concluye.
Más de 100 años después del divorcio oficial entre el Estado y la Iglesia Católica, el laicismo sigue generando en Uruguay acalorados debates, mientras su cumplimiento es motivo de una vigilancia sin pausa. Excepto durante esta popular y festiva Semana de Turismo, mundialmente conocida como Santa, cuando los guardianes de estas leyes también descansan.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la región.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.