La casa dinamitada por Israel que da alas a Hamás en Cisjordania
El ejército israelí demuele la vivienda del número dos de Hamás, Saleh al Aruri, pero vecinos y familiares aseguran que eso aumenta la popularidad de la milicia
Israel no solo acaba con líderes de Hamás a bombazos en Gaza como parte de su campaña para liquidar a la organización islamista tras la matanza del 7 de octubre. También trata de volar por los aires símbolos de esta milicia. Así ocurrió al amanecer del martes en el pueblo de Arura, en la Cisjordania ocupada, con la casa de Saleh al Aruri, el número dos de Hamás, que reside en Líbano. Un grupo de militares colocó explosivos y los activó, al tiempo que grababa la operación en vídeo para multiplicar el impacto mediático. El plan de Israel es destruir la estructura política y armamentística de Hamás. Pero, según lo observado en Arura, tras casi 9.000 muertos en Gaza, borrar del hastío de los palestinos el ideario de la milicia fundamentalista para que no resurja de sus escombros parece más complicado.
Lo atestiguan los testimonios recogidos por EL PAÍS en esa localidad, a unos 25 kilómetros al norte de Ramala, capital administrativa de la Autoridad Nacional Palestina. “Después de la demolición de su casa, solo quedan piedras, pero eso nos da fuerzas y la gente apoya más a Hamás. Hechos como este hacen que la gente vea la humillación con sus propios ojos. Los jóvenes sienten la agresión de cerca. Derriban las casas, nos invaden… todo lleva a que Hamás tenga más apoyo”, sostiene Um Quteiba, de 52 años, hermana del líder de la milicia.
Su tono de voz casi plano y la media sonrisa no dejan entrever a primera vista el odio visceral que, con las décadas, ha calado entre unos y otros. “La popularidad de Hamás se ha agrandado tras el 7 de octubre”, comenta refiriéndose al ataque que su brazo armado llevó a cabo en territorio israelí ese día matando a 1.400 personas, la mayoría civiles, según las autoridades locales.
En su móvil, Um Quteiba guarda lo que para ella es un tesoro: la imagen de la última vez que estuvo con su hermano, el verano pasado. Ambos aparecen, además, en compañía del máximo líder de Hamás, Ismail Haniya, y otros máximos responsables de la organización. “Que [los israelíes] me consideren lo que quieran. Yo solo soy la hermana de Saleh al Aruri y, pase lo que pase, seguiré siéndolo”, comenta.
Sobre los cascotes de lo que era el chalé ondea ahora una bandera de Hamás, verde con la shahada (profesión de fe islámica) escrita en blanco. Es una de las enseñas que medio centenar de vecinos, muchos chavales, portaban durante la manifestación improvisada que siguió a la voladura de la vivienda. “Mira, Al Aruri, nosotros somos tu gente sobre el terreno”, coreaban mientras se dirigían a la montaña de escombros, convertido en algo parecido a un altar de la resistencia. Horas más tarde, algunos niños siguen dando saltos sobre los pedruscos cual cabrillas montesas. A unos metros, pintadas con espráis de diferentes colores dejadas como recuerdo por el ejército israelí: desde estrellas de David a la fecha del infausto 7 de octubre o referencias a Hamás como si fuera Estado Islámico (ISIS, según sus siglas en inglés).
“Aquí vive un mártir”
La casa que se levanta en la finca adyacente sufrió algunos daños. Un grupo de hombres se afana en repararlos. Se muestran convencidos de que la demolición no debilita los cimientos de Hamás, pese a que no es un movimiento mayoritario en Cisjordania. “Aquí vive un mártir”, dice uno de los presentes: se refiere a que un miembro de su familia murió por la causa palestina. Se trata del joven Abdelyawad Saleh, de 22 años, fallecido el 7 de julio, según su tío, Ismail Saleh, de 38. El hombre, de complexión huesuda, comenta, que su hermano y padre del mártir, Hamdan Saleh, es uno de los detenidos en las recientes redadas del ejército de Israel.
Algunos de ellos son familiares próximos a Al Aruri. Quteiba Jasib, de 35 años e hijo de la hermana del líder de Hamás, cuenta que se lo llevaron de casa en la madrugada del 20 de octubre maniatado y con los ojos vendados. Acabó junto a otras decenas de arrestados en la residencia de su tío, que el ejército de Israel tuvo como centro de interrogatorios antes de dinamitarla, según varios testimonios de habitantes de Arura. Los militares le insistían en que Hamás es el ISIS. Jasib cuenta que quedó libre cinco horas después, pero que a 27 se los llevaron.
La orden de derribo es un recurso habitual de las autoridades israelíes contra palestinos. Un vídeo de los propios militares muestra el momento en el que la casa vuela por los aires sin. Instantes después, en la grabación, aparece un grupo de soldados con la cara tapada colocando los explosivos en el interior. Hay, además, otros vídeos hechos de la voladura, que no dejó víctimas, desde otros puntos de vista y que circulan por los móviles de los vecinos.
En el caso de Saleh al Aruri, de 57 años, tampoco es que la destrucción haya sorprendido en exceso en su localidad en medio de la actual coyuntura bélica. “Todas las casas de Arura son para él”, remata en español Rami Saleh, un militar palestino que estudió fisioterapia deportiva en Cuba. Ese desmesurado sentimiento de acogida para dar a entender que hospedaje no le va a faltar al líder de Hamás, al que todos, por respeto, tratan de sheik (jeque), no va a ser necesario ponerlo en práctica. No puede regresar.
Al Aruri fue liberado en 2010 tras pasar en varios periodos más de una década entre rejas en Israel. Lo hizo con la obligación de irse al exilio. Allí, el que fuera elegido en 2017 número dos tras Ismail Haniye, es hoy una herramienta fundamental de Hamás en la escena internacional. El 25 de octubre mantuvo una reunión de alto nivel en Beirut con el líder de la guerrilla chií Hezbolá, Hasan Nasralá, a la que también respalda Irán. Asistió también a ese encuentro Ziad Najale, secretario general de la Yihad Islámica palestina.
“Me prohíben ir a Al Aqsa [principal mezquita de Jerusalén] a rezar mientras los colonos se mueven con total libertad”, lamenta Um Quteiba (que, en árabe, significa madre de Quteiba). “El cierre y bloqueo de Gaza han obligado a llevar a cabo lo del 7 del octubre. ¿Qué esperas de la gente humillada en una gran cárcel?”, defiende. La carretera que culebrea entre colinas desde Ramala hacia el norte atraviesa un control militar israelí donde unos jóvenes piden los papeles y otros apuntan con su fusil. Hay, además, cámaras que graban mientras los vehículos desfilan por los alrededores de las tierras usurpadas a los palestinos en las que se han levantado los asentamientos para los colonos judíos. El tráfico se agolpa a veces por estrechas travesías que no están preparadas para tanto vehículo, pero las vías principales están cortadas y es necesario dar un rodeo, explica un habitante de la zona.
Um Quteiba, calcula que hace como un mes que no habla con su hermano. “Ellos nos vigilan. Estoy 100% segura de que guardan copias de nuestros mensajes. Pero siempre será mi hermano, siempre hablaré con él, aunque me metan entre rejas”, afirma la mujer. “Yo sigo el camino que marca Saleh, no el de la Autoridad Palestina”, señala en referencia al Gobierno de Cisjordania, que mantiene desde hace años un enfrentamiento con Hamás.
Instantes después, la mujer muestra en la pantalla de su móvil una foto de la última vez que coincidió con su hermano. Fue durante el verano, durante la peregrinación a La Meca, en Arabia Saudí. No es una imagen cualquiera. Y menos en estos momentos. Junto a Um Quteiba, que posa en el medio, aparecen mirando al objetivo, de izquierda a derecha: Jalil al Jayya (alto mando del buró político), Ismail Haniya (líder del movimiento), Jaled Meshal (líder del buró político), el propio Saleh al Aruri e Izzat al Rishq (uno de los fundadores del aparato político). La mujer sostiene el teléfono a la entrada de su vivienda, a unos 200 metros de donde se levantaba, hasta unas horas antes, la de Al Aruri. La deja ver, pero no permite que se publique. “Me detendrían”.
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