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El sufrimiento de los afganos expulsados de Pakistán: “Antes de cruzar, les quitan todas sus pertenencias”, denuncia Acnur

Miles de personas regresan a Afganistán tras vencer el plazo dado por las autoridades paquistaníes a los inmigrantes sin papeles, una situación que agrava la precariedad en ese país sumido en el abismo desde la vuelta de los talibanes

Refugiados afganos regresan a su país a través del paso fronterizo de Chaman, el miércoles 8 de noviembre.
Refugiados afganos regresan a su país a través del paso fronterizo de Chaman, el miércoles 8 de noviembre.BANARAS KHAN (AFP)

Miles de personas siguen cruzando cada día la frontera de vuelta a Afganistán desde que el pasado 1 de noviembre expirara el plazo dado por las autoridades paquistaníes a los inmigrantes sin papeles para que volvieran a su país, so pena de ser expulsados. Algunos de los que retornan se habían exiliado tras el regreso al poder de los talibanes en agosto de 2021. Otros, según relatan trabajadores humanitarios en el terreno, llevaban viviendo en Pakistán “más de 30 años” y se han visto forzados a volver con hijos y nietos que nunca habían puesto un pie en su patria de origen. “Uso el adjetivo ‘funesto’ para describir lo que está pasando, personas que vuelven a un lugar al que no quieren regresar, en muchas ocasiones sin nada”, explica Thamindri de Silva, directora nacional de la ONG World Vision en Afganistán, en una entrevista por teléfono con este diario tras su visita al paso afgano de Torkham, en la frontera con Pakistán.

“Antes de cruzar, les quitan todas sus pertenencias, incluidas las joyas y el dinero, y solo les dan 100 dólares (unos 94 euros) para abandonar Pakistán”, denuncia De Silva, una acusación que también confirma Caroline Gluck, trabajadora de Acnur (la agencia de la ONU para los refugiados), tras visitar el mismo paso fronterizo. “Los refugiados nos han contado que les despojan de todo”, lo que supone que llegan sin medios para subsistir a un país donde 15 millones de personas —de una población de unos 40 millones— dependen ya de la ayuda humanitaria, explica en una conversación por teléfono.

Pese a ello, continúa Gluck, deciden marcharse de Pakistán porque “el castigo de las autoridades para quienes se quedan parece muy severo”. “Una mujer me contó que vino porque le dijeron que si no se marchaba destruirían, quemarían y tirarían su casa abajo; a otros los amenazaron con llevarlos a prisión”, explica. Las organizaciones humanitarias y los refugiados afganos denuncian que existe una campaña masiva de detenciones en el país para forzar la salida de quienes no tienen permiso de residencia, aproximadamente 1,7 millones de afganos de los 4,4 que se calcula que viven en Pakistán.

Helai, una joven afgana que de momento continúa viviendo en Pakistán pese a no tener un visado, confirma esta campaña de persecución. “Los afganos en Pakistán corren muchos riesgos. La policía nos maltrata en la calle. Si te detienen, te llevan [a comisaría] y te quitan el dinero y las joyas. A quienes no tienen visado, los expulsan. No les importa separar a una madre de su hijo o a un hijo de su madre”, lamenta en un audio por WhatsApp.

Las autoridades del régimen talibán y la Organización Internacional para las Migraciones gestionan las llegadas, registran a los retornados, intentan facilitar su desplazamiento a otras ciudades e instalan tiendas para los que llegan, confirma Gluck. Aunque no hay datos exactos de cuántas personas han regresado a Afganistán, el primer ministro interino de Pakistán, Anwaarul Haq Kakar, anunció el miércoles que “unas 252.000” personas habían abandonado ya el país, de las que se estima que la gran mayoría son afganos. “Sin alternativas y tras haber sufrido un vuelco sus vidas, hay familias que están improvisando un refugio en el lecho seco de un río cerca de la frontera, porque no hay tiendas para todos ni letrinas suficientes, pero con las lluvias invernales a la vuelta de la esquina, el riesgo es enorme”, alerta De Silva.

Afghan refugees in bus
Refugiadas afganas en un autobús, tras cruzar el paso de Torkham de entrada al país, el pasado 4 de noviembre.SAMIULLAH POPAL (EFE)

La elección del momento para las deportaciones, que las autoridades paquistaníes justifican por el aumento de ataques terroristas de los que culpan a los talibanes, “no podía ser menos oportuno”, sostiene Gluck. “El invierno en Afganistán es brutal, el año pasado fue el más frío en 15 años y las temperaturas descendieron en algunos lugares hasta los 30 grados bajo cero. Y si no tienes refugio o dinero para calentarte, la situación es muy difícil”, apunta.

Además de sin dinero suficiente para instalarse en el país, “muchas familias llegan separadas”, lamenta Da Silva, que recuerda el caso de “una mujer que acaba de regresar sola con sus ocho hijos porque su marido ha sido encarcelado en Pakistán”. “Le pregunté a esta mujer cuál era su plan y me dijo que ninguno, que no sabía qué hacer”, apunta esta veterana trabajadora humanitaria, que subraya la situación de especial dificultad para las mujeres en Afganistán, a las que el régimen talibán ha prohibido trabajar en la mayor parte de los sectores.

El “desarraigo” que sufren los refugiados afganos es abrumador, coinciden las organizaciones humanitarias. “Conocí a una familia de 10 personas, en la que la madre había vivido en Pakistán durante 40 años, sus hijos y nietos habían nacido todos en este país”, relata Gluck. Según contaron a esta trabajadora de Acnur, “muchos tenían trabajo en Karachi, pero se vieron obligados a dejar sus empleos de un día para otro para regresar a un país que no habían visto en décadas o que ni siquiera habían visitado nunca”. “Tienen que empezar desde cero porque no tienen nada y su principal preocupación es encontrar trabajo para mantener a su familia y pagar el alquiler de una casa y las necesidades de la vida diaria”, añade.

“Prisioneras” en Pakistán

Helai y Roya, dos licenciadas afganas en Filología Hispánica, ambas de 23 años, se han arriesgado, por el momento, a permanecer en Pakistán. En diciembre del año pasado, huyeron a este país días después de que los talibanes prohibieran a las mujeres estudiar en la universidad. Lo hicieron sin sus títulos, pues cuando intentaron recogerlos en la Universidad de Kabul, los talibanes las expulsaron a golpes. Ninguna tiene visado en Pakistán, ya que cuando intentaron renovar el permiso con el que entraron en ese país, se lo denegaron.

Desde el 1 de noviembre, aseguran que viven “prisioneras”, sin poder salir de la casa “por miedo a que las detengan” las autoridades paquistaníes, asegura Roya en un audio de WhatsApp. “Nuestra situación es terrible. Helai y yo intentamos regularizar nuestra situación por todos los medios y obtener el visado, pero no hubo forma. El Gobierno de Pakistán no da visados a ningún afgano. Los paquistaníes tampoco nos alquilan las casas”, explica Roya, que vive escondida con su amiga en el domicilio de otra afgana que sí tiene permiso de residencia en Pakistán y que puede salir a la calle para comprar la comida.

Regresar a Afganistán no es una opción. “Nosotras no podemos volver. Nuestra vida corre peligro porque los talibanes nos han amenazado por los contactos que tenemos con periodistas españoles y de otros muchos países. Hace casi un año que hemos pedido una cita con la Embajada de España [para solicitar protección internacional] pero, desafortunadamente, no nos ha llamado aún para esa cita”, explica Helai.

Si retornan, insisten las organizaciones consultadas, lo harán a un país que “acumula crisis tras crisis”. El pasado 7 de octubre, el mismo día que Hamás atacó el sur de Israel, Afganistán sufrió varios terremotos en el oeste del país que dejaron miles de muertos y a miles de personas sin hogar. “La guerra en Gaza ha eclipsado la situación en Afganistán”, protesta Gluck, que asegura que la financiación para responder a la crisis humanitaria no está llegando a este país asiático. “Todas las agencias de la ONU en el país, incluida Acnur, se enfrentan a graves problemas de financiación”, reconoce. Este contratiempo también lo sufre World Vision. “Nosotros no tenemos ni un solo donante”, lamenta De Silva. Y concluye: “Pero la vida de los afganos continúa y cada día tienen que hacer frente a otro problema más”.

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