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Mentiras, pánico y filtraciones en Rusia tras la detención de Pável Dúrov, fundador de Telegram

El régimen teme que el arresto amenace la seguridad nacional por disponer de información sobre la guerra en Ucrania o secretos de los oscuros despachos de Moscú

Soldados rusos miran sus teléfonos en la Plaza Roja de Moscú, durante la conmemoración del Día de la Victoria, el 9 de mayo.Foto: Contributor/Getty | Vídeo: EPV
Javier G. Cuesta

Cuando el fundador de Telegram fue detenido en Francia el pasado sábado, tanto el Kremlin como su Ministerio de Defensa y, en definitiva, el omnipotente Estado ruso, entraron en pánico y dieron una orden absurda a sus empleados: “Borrad todos los chats”. Absurda porque sería tan ineficaz como arrancar los cables del ordenador o apagar el teléfono: Telegram no funciona así y los datos de sus usuarios permanecen almacenados en la nube de la empresa. Sin embargo, aquel gesto evidenció cómo Rusia ha dejado en manos de un enfant terrible, Pável Dúrov, un asunto de seguridad nacional extremadamente sensible: sus telecomunicaciones, desde la primera línea del frente a los oscuros despachos de Moscú.

“Pável Dúrov ha sido arrestado. Era previsible este ataque al sistema de mensajería del que depende la mitad de la operación militar en Ucrania. ¡¿No se pudo pensar esto antes?!”, denunció en su propio canal de Telegram uno de los pocos corresponsales proguerra rusos a los que recibe Putin en su despacho, Alexánder Sladkov.

“Hay muchos chistes de que la detención de Pável Dúrov equivale a la del jefe de comunicaciones de las Fuerzas Armadas rusas. Pues bien, gran parte del control de las tropas depende de Telegram”, reconocía por su parte el asesor del Kremlin Alexéi Rogozin. “No importa lo loco que pueda parecer: datos de inteligencia, ajustes de artillería, transmisiones de vídeo desde helicópteros y mucho más”.

Al otro lado del teléfono responde a EL PAÍS Mijaíl Klimariov, director de la Sociedad para la protección de internet. “El uso de Telegram para fines militares demuestra una franca falta de profesionalidad y un fracaso”, afirma este experto en telecomunicaciones ruso desde el exilio.

“Los ucranios tomaron Signal [otro servicio de mensajería con código abierto] y le dieron la vuelta. Tomaron el código y desplegaron sus propios servidores”, explica el activista. “Rusia también puede hacerlo, pero tomará tiempo. Signal no funciona tan bien como Telegram y ahora tienen miles de personas combatiendo que necesitan otro sistema de telecomunicaciones, pero están acostumbrados a Telegram”, señala Klimariov.

“Lo más probable es que [las Fuerzas Armadas rusas] intenten hacer el cambio de inmediato, pero está claro que el arresto de Dúrov ha mermado la efectividad de combate del ejército ruso”, apunta el disidente. “Están en una situación difícil”.

Veto hasta 2020

Telegram estuvo prohibida en Rusia por no colaborar con sus fuerzas de seguridad hasta el 18 de junio de 2020, el día en el que el organismo con el que el Kremlin censura internet, Roskomnadzor, levantó por sorpresa su veto sobre la plataforma de Dúrov.

Pocas semanas después, todo el entramado estatal del Kremlin sustituía sus comunicaciones con software occidental, como WhatsApp y Skype, por Telegram. Fue una orden generalizada que afectó tanto a los organismos de la administración presidencial como a los canales de televisión con los que Putin emite su propaganda al extranjero, según ha podido confirmar este periódico.

Margarita Simonián, directora de uno de estos medios, Russia Today, pidió a todo el mundo que borrara sus mensajes de Telegram en cuanto se conoció la detención y aludió a un mito sobre la plataforma. “Dúrov fue detenido para tomar las llaves [de los chats]”, publicó Simonián en su canal de, precisamente, Telegram.

En realidad no existe esta “llave universal” con la que terceras partes pueden leer todos los mensajes a discreción, pues sus claves de cifrado se crean entre usuarios en el momento de su envío. El Servicio Federal de Seguridad ruso reclamó a Dúrov estas supuestas claves en 2018. El dueño de Telegram respondió con una carta que incluía unas llaves de hierro gigantescas.

Sin embargo, el verdadero problema está en los servidores que tiene Telegram repartidos en sus centros de datos por todo el mundo. “No sabemos cómo funciona realmente Telegram. Existe el riesgo de que pueda acceder a algún tipo de correspondencia o a archivos almacenados. Telegram se vendió como un mensajero en la nube en el que los datos pueden almacenarse durante bastante tiempo”, señala Klimariov.

Nunca se supo si hubo algún tipo de acuerdo con el Gobierno en 2020, justo cuando fracasó el lanzamiento de la criptomoneda de Dúrov, TON, en EE UU, pero existen varios indicios. Pese a su supuesta política de neutralidad hacia los contenidos de sus usuarios, Telegram borró en 2021 un bot del equipo del disidente Alexéi Navalni, Voto inteligente, que recomendaba a los rusos, circunscripción a circunscripción, a qué candidato alternativo debían votar para superar al del partido de Putin, Rusia Unida, en las elecciones legislativas de aquel año. La formación más perjudicada por aquella censura fue el Partido Comunista, aunque se mantuvo fiel a Putin y no protestó.

Otro indicio fue la eliminación este año de los canales de Telegram de la oposición en la región de Baskortostán durante las protestas por la encarcelación de un disidente ecologista.

Pese a ello, Dúrov trata de mantener su independencia con una moderación laxa de su plataforma. “El Estado le exige que viva según sus leyes, pero cada Estado tiene sus propias ideas sobre lo que es el contenido ilegal”, enfatiza el periodista Andréi Zajárov en su canal de Telegram.

Telegram ha sido objetivo este mismo mes de un intento de bloqueo en Rusia y el Kremlin ha dictado que todos los canales con más de 10.000 suscriptores deben registrarse. Algunas notorias figuras de la guerra de Ucrania, como el comandante Alexánder Jodakovski —que tiene más de medio millón de suscriptores—, han anunciado que no escribirán más.

La gran mentira

El quid de la cuestión es hasta qué punto han colaborado Putin y Dúrov. “No hay vuelta atrás, especialmente tras negarme públicamente a cooperar con las autoridades [rusas]”, afirmó el emprendedor en su supuesto adiós a su tierra natal en 2014. El empresario se marchaba tras negarse a entregar al Kremlin los datos que tenía en VK (su versión de Facebook, vendida entonces al entorno de Putin) de los ucranios que participaron en las protestas del Maidán.

Una década después, el empresario volvió a presumir de ser un supuesto adversario del Estado: “Viajo a lugares que creo que están en línea con nuestros valores. No visito las grandes potencias geopolíticas ni otros países como China, Rusia o, incluso, Estados Unidos”, aseveró Dúrov al presentador ultra estadounidense Tucker Carlson en abril de este año.

Pero Dúrov mintió todo este tiempo. Una enorme filtración de una base de datos del Servicio de Seguridad Federal ruso (el FSB, sucesor del KGB) ha revelado que el dueño de Telegram viajó a Rusia más de 50 veces entre 2015 y 2017, y otra el 18 de junio de 2021, el día que el Kremlin levantó su persecución contra la plataforma.

Ningún medio ha podido corroborar si tras estos viajes hubo algún tipo de compromiso con el Kremlin. “Es una señal muy mala”, afirma Klimariov. “[Telegram] estaba bloqueada y Dúrov apareció en Rusia tranquilamente pese a que podía temer ser arrestado. Esto es un indicio muy malo de que hubo algún tipo de negociación”, explica el activista desde el exilio.

Klimariov está en la lista de buscados de las autoridades rusas desde 2022. “En cuanto cruce la frontera me meterán en la cárcel. Y aunque ahora es un poco diferente, resulta que Dúrov podía hacerlo. Y no solo pudo, sino que lo hizo. Nadie lo encarceló. Por supuesto, surgen preguntas”, concluye.

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