La lucha de Kate Middleton por controlar el relato de su combate contra el cáncer
El vídeo con el que la princesa de Gales ha revelado esta semana el final de su tratamiento de quimioterapia ha conmocionado a muchos británicos, pero también ha incomodado a otros tantos
El anuncio de Kate Middleton de que por fin había terminado su tratamiento de quimioterapia ha sido acogido con alivio y alegría por todos los que ven en ella el mayor activo para asegurar el futuro de la monarquía en el Reino Unido. El modo en que ha realizado ese anuncio, sin embargo, ha provocado controversia. El vídeo del realizador Will Warr, especializado en bodas, ha llevado a muchos a preguntarse si los príncipes de Gales inauguran de este modo un nuevo e inquietante método de comunicarse con los ciudadanos y la prensa.
“No me puedo imaginar al rey haciendo una cosa así. Era algo ligeramente incongruente, y algunas partes del texto no me convencieron del todo, pero en general creo que fue algo positivo”, resumía esta semana, con cierta benevolencia, el periodista decano en asuntos reales Robert Jobson, autor de la reciente biografía de Middleton ―Catherine. The Princess of Wales―, ante un grupo de corresponsales de la Asociación de la Prensa Extranjera. “El vídeo conmovió a muchos de los que lo vieron, es cierto, pero ¿es este el modo en que la monarquía debe hacer las cosas?”, se preguntaba Jobson.
Cuando la familia real británica experimenta con la idea de abrirse a los ciudadanos y exponer su vida íntima, surge una doble reacción. Los hay que se incomodan ante una monarquía demasiado terrenal ―una reina como Isabel II comprando helado a su hijo Eduardo; los príncipes de Gales dándose arrumacos en una manta sobre el césped―, y los hay que consideran el gesto una justificación para exigir más tarde entrada libre hasta el dormitorio.
“Los ciudadanos modernos están tan acostumbrados a darse un banquete con los detalles íntimos de las vidas de los famosos que cualquier exigencia de privacidad les parece ya una afrenta”, ha escrito James Marriot, uno de los columnistas más sagaces a la hora de interpretar la realidad británica, en The Times. Forma parte de los que opinan que Middleton ha caído en la trampa de otorgar una “triste concesión” a un público con un hambre insaciable.
Aunque haya sido ella quien ha decidido cuándo revelaba el final de su tratamiento y cómo lo hacía, el vídeo es un modo de admitir que su vida privada es ya patrimonio de todos. Si hubo un tiempo en que el príncipe Guillermo arremetía furioso contra cualquier fotógrafo que intentara robar una instantánea de sus hijos, la película de tres minutos que el palacio de Kensington colgó en las redes sociales expone una intimidad, controlada, sí, pero inconcebible hasta hace bien poco.
Guillermo y Catalina se juntan, se dan la mano, se besan, se ríen. Juegan con sus hijos y se muestran como una familia idílica que afronta unida la desgracia y la recuperación.
En 1969, la reina Isabel II permitió que las cámaras de la BBC entraran en la vida de su familia para rodar un documental que se tituló sencillamente Royal Family. Fue una idea del entonces secretario de prensa del palacio de Buckingham, William Heseltine, con la que pretendía humanizar a los Windsor ante unos ciudadanos que los consideraban altivos y distantes. Un total de 37 millones de personas vieron la película. Cuenta la leyenda ―como se encargó de reafirmar la serie The Crown, de Netflix― que Isabel II se arrepintió enseguida del intento y ordenó que la cadena pública guardara las cintas en un cajón, para no volver a emitirlas.
Otros, como el biógrafo de la difunta reina, Robert Hardman, discrepan de esta versión. Asegura que en palacio estaban encantados con el efecto logrado, pero quisieron retener el control de un producto que tenía más de álbum familiar que de material informativo.
En la era de las redes sociales, resulta difícil volver a meter el genio en la botella una vez que está fuera.
“El vídeo de la princesa de Gales parece un intento de hacer frente a las redes sociales con sus propias reglas. Pero las redes sociales son ese espacio donde la ‘caza de Kate’ se convirtió en un divertido y sangriento deporte global a principios de este año, a pesar de que se advirtió expresamente que la princesa no iba a reaparecer en público hasta Semana Santa por su delicado estado de salud”, ha recordado la columnista Marina Hyde en el diario The Guardian.
Una princesa con los pies en la tierra
A pesar de criarse en una familia acaudalada, de clase media alta, Kate Middleton procede de una realidad más prosaica que la vivida desde la cuna por su esposo, el príncipe Guillermo.
“Fue a colegios privados, y sus padres siempre le dieron lo mejor, pero entiende lo que es una vida corriente. Y creo que eso es importante cuando entramos en un mundo donde las nuevas generaciones cuestionan la idea de una monarquía hereditaria”, señala Jobson. “En cuestión de 20 años será puesta en cuestión en lugares como Australia, Canadá o Nueva Zelanda [donde el monarca británico sigue ocupando simbólicamente la jefatura del Estado], y la aportación de Kate será muy importante para aconsejar a Guillermo”, asegura.
La princesa de Gales es la persona de la familia real más apreciada por los británicos. Según el sondeo de la empresa YouGov, que se actualiza regularmente, su popularidad es del 71%. La de su esposo, Guillermo, del 69%. La del rey, Carlos III, del 56%.
La enfermedad de Middleton llegó en el momento más dulce, cuando esa popularidad de la futura reina era estratosférica. Ocupaba todas las portadas y recibía todos los elogios de una prensa británica e internacional entregada. Los apenas dos meses en que se ausentó de la vida pública, para recuperarse de una intervención quirúrgica abdominal de la que no se quisieron dar más detalles, desataron un pandemonio de rumores y teorías conspirativas sobre su paradero o su salud.
La sobriedad con que reapareció, el 22 de marzo, en el vídeo donde revelaba su cáncer contrasta con la artificiosa realización ―con cámara lenta, filtros, música y escenas ensayadas― del vídeo de esta semana.
Y algunos monárquicos a los que ese pequeño cortometraje sentimental no ha convencido se lamentan de que la princesa de Gales se haya rendido a la voracidad de cierto público y haya interpretado ―erróneamente, según ellos― que el único modo de saciarla es con una versión edulcorada, abierta y compartida de una realidad íntima, personal y dolorosa como es la lucha contra el cáncer.
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