Muere Celeste Caeiro, la camarera que bautizó la Revolución de los Claveles y cayó en el olvido
La mujer falleció a los 91 años sin apenas recibir homenajes pese a que su gesto espontáneo se convirtió en un símbolo de la historia contemporánea de Portugal
La camarera que bautizó la Revolución de los Claveles sin saberlo hace 50 años, Celeste Caeiro, falleció este viernes en el hospital de Leiria (Portugal) debido a una insuficiencia respiratoria. Cobraba una miserable pensión, que le hizo pasar de jubilada las mismas estrecheces que pasó durante su vida activa como madre soltera. Tenía 91 años y jamás recibió un homenaje oficial. Había uno en curso, aprobado por unanimidad este año en el Ayuntamiento de Lisboa, para crear una intervención en su memoria en algún espacio público de la ciudad, pero Caeiro murió sin haberlo visto. En ese acto le fue concedida la medalla de honor de Lisboa, la única distinción que le entregaron en medio siglo.
Su gesto de repartir claveles entre los militares que se habían sublevado contra la dictadura tuvo tanto de azar como de poesía y rápidamente se convirtió en el símbolo perfecto para bautizar aquella revolución marcada por su pacifismo. El olvido de Celeste Caeiro acaso delate mejor que ningún otro la amnesia de la democracia portuguesa hacia aquellas personas que con gestos ―grandes como levantarse en armas o pequeños como repartir flores― hicieron posible que aquel día se convirtiese en la revolución casi perfecta, sin apenas violencia ni venganzas. Su historia se recoge en el documental Celeste dos Cravos, estrenado este año dentro de las conmemoraciones de los 50 años de la revolución portuguesa.
En 1974 Celeste Caeiro, que acabaría militando en el Partido Comunista Portugués, trabajaba en el restaurante Franjinhas, cerca de la plaza de Marqués de Pombal, en Lisboa. El jueves 25 de abril el negocio celebraba su primer aniversario y el propietario había comprado flores para repartir en las mesas. Cuando la empleada llegó al establecimiento, el jefe le explicó que había decidido no abrir debido a los acontecimientos que estaban desarrollándose en la ciudad. Varias unidades militares se habían desplazado desde diferentes localidades y tomado lugares estratégicos de la capital portuguesa. El golpe de Estado, gestado sobre todo por mandos intermedios del ejército que estaban hartos de combatir en tres guerras coloniales en África, triunfó en pocas horas. Celeste Caeiro regresó a su casa con los manojos de claveles.
A la altura de la plaza del Rossio se encontró con soldados de la columna de la Escuela Práctica de Caballería de Santarém, que habían recorrido casi un centenar de kilómetros esa noche para tomar instituciones estratégicas en el centro de Lisboa bajo el mando del capitán Fernando Salgueiro Maia. Caeiro contó años después que le preguntó a uno de los milicianos qué estaban haciendo y que le respondió que iban hacia el Largo do Carmo, donde se encontraba refugiado el dictador Marcelo Caetano. La camarera le preguntó si necesitaban algo y él le pidió un cigarro. “Mi abuela no fuma, nunca fumó, miró alrededor porque había un estanco, pero era temprano y estaba aún cerrado. Con lástima por él y para no dejarlo sin nada, le dijo que no tenía un cigarro, pero que tenía un clavel. El soldado lo cogió y lo colocó en la boca de su fusil”, rememoraría Carolina Caeiro Fontela, nieta de la protagonista, en un artículo publicado el 2 de mayo en el periódico local O Alcoa.
A continuación repartió el resto entre los demás soldados, entre ellos, Manuel Correia da Silva, un sargento que acabaría horas después custodiando a Marcelo Caetano en el vehículo blindado en el que abandonó el cuartel Do Carmo tras renunciar al poder. “Luego se habló solo de los claveles rojos, pero me acuerdo de que tenía también claveles blancos”, recordaba Correia hace algo más de un año en una entrevista con EL PAÍS.
En la manifestación que se celebró este año en Lisboa para conmemorar los 50 años de la revolución, Celeste Caeiro volvió a repartir claveles desde la silla de ruedas que empujaba su nieta. Se hizo fotos con los militares y con algunas de las decenas de miles de personas que salieron a la calle para recordar el día que les devolvió las libertades después de casi medio siglo de dictadura. En mayo también acudió a ver un partido del Sporting, su club del alma, poco antes de que una recaudación popular promovida por su nieta en redes sociales le permitiese comprar unos audífonos nuevos. La precariedad en la que vivió fue una constante en su vida. “Pero siempre te arremangaste y lo superaste todo”, subrayaba Carolina Caeiro Fontela en aquel artículo.
Celeste Martins Caeiro nació el 2 de mayo de 1933 en Lisboa. Cuando ocurrió la sublevación militar de abril, vivía con su hija y su madre en la rua do Carmo. Esa casa ardería unos años después durante un incendio, que la dejaría en la calle sin nada. Pese a todos los obstáculos materiales que afrontó, no abrazó el resentimiento. Su principal legado, según su nieta: “Me enseñaste desde pequeña que debo ser aquello que quiero, que nunca nadie debe decidir por mí y mucho menos me puede callar porque todos tenemos algo importante que aportar”.
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