¿Hay que educar a los niños de los demás?
Con los menores que ves a menudo, tarde o temprano acabará surgiendo algún momento de fricción, donde su comportamiento puede molestar a tu hijo o a ti, y si se deja pasar a la primera, se sienta precedente
Cada uno cría a sus hijos como sabe o como puede. El nivel de dificultad crece cuando te toca convivir en un espacio-tiempo concreto con otros niños que no son los tuyos, pero que más o menos los aprecias y los irás viendo a lo largo de tu vida. Aquí el rango es amplio: sobrinos, hijos de tus primos, vecinos, amigos de tus hijos, hermanos de los amigos de tus hijos o hijos de tus amigos. Lo específico para distinguirlo de criaturas anónimas con las que te cruzas en el parque, en el transporte público, en el cine o en un restaurante de manera puntual o no muy constante. Por mal que se porten estos críos, las posibilidades de volver a coincidir son pocas.
Con los niños que vas a ver muchas veces, tarde o temprano acabará surgiendo algún momento de fricción, donde el comportamiento del otro niño, un tanto salvaje o egoísta visto desde la perspectiva adulta, puede molestar al tuyo, al grupo o a ti, directamente. Y si se deja pasar a la primera, se sienta precedente de carta blanca a esta manera de ser o de hacer, y esa impunidad le dará alas al crío para seguir en su línea hasta que el estallido sea peor. Generalizo situaciones de ejemplo porque nos han pasado a todos (y como dicen las influencers que van de profundas y susurrantes, “te va a resonar”).
Invitas a gente a casa y ves que sus hijos no respetan tus cosas (o las de tus hijos) y que acabarán rompiendo algo (los típicos “no saltéis sobre el sofá”, “no pongáis las manos en la pared” y el imprescindible “no juguéis a fútbol delante de la tele”). Vas a comer fuera con otras familias y uno de los niños empieza a montar el número de manera exagerada. Montas el cumpleaños de tu crío y los invitados acaban ignorándole sin jugar con él. O hay reunión familiar por Papa Noel o Reyes y alguien acaba quitándole a empujones al tuyo los juguetes nuevos que le acaban de regalar. O te los llevas de excursión o de minivacaciones y cada vez van forzando los límites, con actitudes imprudentes, como alejarse corriendo sin mirar o acercándose a todos los estímulos de peligro físico. O para hacer la típica gracieta que han oído en el cole empiezan a insultar a pequeños y mayores. Y el colmo para los que somos de comer: la lían parda porque quieren para ellos solos un plato (del que suele haber muy poco) y cuando ya lo han manoseado o babeado, lo abandonan en su plato frío, sucio y sin comérselo.
Como ves, no son asuntos de vida o muerte, a veces simples chiquilladas (porque son niños) incómodas o molestas. Pero cuando hay críos, incluso algo objetivamente tan nimio como que uno se termine el queso rallado, puede acabar en un pequeño drama coral.
En ocasiones, estos comportamientos ocurren delante de sus padres, que tienen los sentidos suficientemente desarrollados como para verlo, oírlo y percibirlo en directo… Y actuar para arreglarlo. Solo que muchas veces… ceden o pasan o no le dan ninguna importancia y el otro niño se acaba saliendo con la suya. Porque no te vas a meter tú si ya están ellos… a menos que haya un peligro físico evidente o una incapacidad para la crianza totalmente reconocida. Pero a veces, estás tú como único adulto responsable de todos los niños y te toca a ti enderezar la situación.
¿Qué hay que hacer en estos casos, que a veces pueden llegar a ser muy irritantes? ¿Tú como adulto te acabas “enfrentando” a un crío rebelde y a veces maleducado? Cuando todas las técnicas alvarobilbaescas que te sabes (y que los tuyos siguen) no funcionan con el niño, ¿cedes porque total tampoco era tan grave y el crío no es tuyo y ya le educarán en casa? ¿Aceptas que se ría en tu cara un mocoso impertinente? ¿Te pones firme y enderezas con amabilidad y mano izquierda lo que debería haberse corregido hace tiempo, aunque el duelo de western sea tenso y largo? ¿O le sueltas un grito y le ordenas que deje de portarse así de una puñetera vez?
Que sí, ya sabemos que ellos son los pequeños y tú el mayor que debe actuar con serenidad, técnicas de crianza respetuosa y todo eso, pero a veces elegimos una u otra opción dependiendo de la confianza con la otra familia (que a veces es la nuestra), el cansancio acumulado y el pollo adulto que se puede generar cuando el niño invoque el comodín de sus padres (y el tiempo que tocará aguantar el mal rollo). No es lo mismo parchear media hora por un niño pesado en un lugar neutro que soportar la destrucción de tu hogar o tener que convivir durante días por fiestas o vacaciones en una casa que no es la tuya soportando miraditas y reproches por lo bajo. A casi nadie le gusta hacer de poli malo, pero a veces es peor la tensión ambiental que se genera cuando los críos descontrolados no respetan los límites.
Creo que lo más práctico para ir todos a la par es tener una charla previa en grupo, adultos y niños, cuando se reúnan las familias o te entreguen a la criatura en cuestión, para que queden muy claras las normas, los límites y las consecuencias. Lo que vendría a ser una versión premium extendida del clásico: “¿Te portarás bien y le harás caso al papá de X?”, pero con todos los puntos del contrato detallado. Así desde el principio el crío ya sabe que si se sale del circuito marcado debe obedecer a la primera y que sus padres respaldarán todas tus decisiones, incluso el grito cortante de “¡Vale ya!”.
Sé que es fácil decirlo, pero al menos hay que intentarlo.
Y ya puestos a compartir agobios y métodos de crianza: ¿cómo lo arreglas tú?
Puedes seguir Mamas & Papas en Facebook, X o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter quincenal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.