Myra Landau: la artista que huyó del nazismo, innovó en México y cayó en el olvido “por el discurso patriarcal”
El Museo Universitario de Arte Contemporáneo presenta una retrospectiva que recorre más de sesenta años de producción de la creadora rumana, centrada principalmente en el trabajo que realizó en México
En la blanda arena de las playas de Tecolutla, en el Estado mexicano de Veracruz, Myra Landau (Bucarest, 1926; Alkmaar, Países Bajos, 2018) descubrió que el mar no solo podría consolarla, curar las heridas que la partían por dentro, sino que le dio el poder de innovar. Landau —que a los 15 años había huido junto a su familia de su natal Rumanía por la persecución de los nazis, llegó como inmigrante a Brasil abordo de un barco llamado Angola, se trasladó a México siguiendo un amor, perdió a su hijo cuando era muy pequeño y sufrió la destrucción de parte de su obra—, entendió que el color grisáceo de la arena, las líneas que dibujaba, las formas poéticas que trazaba esa naturaleza exuberante del golfo de México podrían marcar un nuevo comienzo en su carrera como artista.
“Desde entonces sigo el color de la arena, el lino crudo, y juego en las ramas líneas”, escribió la creadora, que se sumergió entonces, a mediados de la década de 1960, en el arte abstracto hasta convertirse en una artista puntera en un México que bullía con nuevas expresiones artísticas. “Descubre en las líneas del mar que por ahí debe ir su arte, comienza a trabajar con líneas concéntricas que se replican, lo que se llama ritmo partido, y empieza así a desarrollar su lenguaje abstracto”, explica Pilar García, quien ha estado a cargo de la curaduría de una retrospectiva que el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) ha montado para celebrar el trabajo de esta autora innovadora que con el paso de los años cayó en el olvido. “Una de las premisas de la exposición es rescatar a una de las mujeres artistas que fueron apartadas de la historiografía canónica por el discurso hegemónico patriarcal”, han explicado desde el MUAC.
El viaje de Landau a Tecolutla se dio por una crisis. A inicios de los años sesenta del pasado siglo la autora comenzó a trabajar con placas de grabados, para lo que utilizaba diferentes ácidos que le permitían insertar y pulir sus obras sobre el papel, lo que era una apuesta poco común en el México de entonces, por lo que se consideraba que la artista rompía con los parámetros impuestos hasta el momento. “Logra tener mucho éxito”, apunta García, quien además está a cargo de la Colección Artística del MUAC, uno de los mayores museos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y no de los más importantes de arte contemporáneo de Latinoamérica. “Trabaja esta línea como por cuatro o cinco años, pero llegó un momento que la deja porque también eran muy tóxicos todos los ácidos que tienen que ver con estas placas. Conseguimos desafortunadamente pocas piezas de esa época”, se excusa la experta. Hubo, además, un acontecimiento desventurado. No queda claro el motivo, pero lo que se conoce, porque ella lo ha contado en sus libros de memorias y los expertos lo narran a grandes rasgos en esta exposición, es que “por alguna razón se destruyen sus piezas”. Es cuando Landau se desmorona. “Uno de los hijos de Miguel Salas Anzures [destacado pintor mexicano] destruye sus piezas y ella entra en crisis y es el momento que decide que tiene que cambiar”, dice escuetamente García.
Landau había conocido a Salas Anzures en Brasil, donde ella y su familia se establecieron tras llegar huyendo de la barbaridad nazi. En ese momento Landau pintaba retratos y paisajes de la selva amazónica, de las favelas o barrios pobres de Río de Janeiro, donde vivió, pero cuando conoce al mexicano en Brasilia durante una convención de críticos de arte se enamoran y decide mudarse a México. En el país norteamericano los artistas estaban fascinados por la abstracción, por explorar nuevas formas artísticas, romper con los parámetros de la escuela de pintura tradicional mexicana, del muralismo, del apego a las formas oficiales. Landau se ve fascinada por ese escenario de vanguardia y entra en él de la mano de Salas Anzures. La pareja tuvo un hijo, que falleció a muy corta edad, lo que la marcó profundamente. “Empieza a explorar otros lenguajes artísticos”, dice García. “Desde el año 63 comienza a exponer su trabajo, que era poco común en aquel momento, sus grabados”, agrega. Ahí comenzó un éxito que se truncó en parte con la destrucción más tarde de su obra y su autoexilio en Veracruz. Es en ese Estado del sureste de México donde Landau vivió y trabajó por mucho tiempo, creó su lenguaje artístico al incursionar en lo que sus expertos llaman la abstracción geométrica sensible. La arena del mar de Tecolutla la inspiró a usar lino crudo en su obra y también colores pasteles y una textura que le permite trazar líneas de rectángulos concéntricos que dibujaba a mano alzada. “El resultado es una trama que recuerda a textiles tradicionales, pentagramas o laberintos”, explican desde el MUAC.
Aunque la obra de Landau fue importante y reconocida por los grandes críticos de su época, poco a poco fue cayendo en el olvido, lo que no ocurre de forma común con los artistas masculinos que alcanzan la fama en el mundo del arte. La pintora viajó a mediados de los años setenta del pasado siglo a trabajar en la Facultad de Artes Plásticas y en el Instituto de Investigación Estéticas y Creativas de la Universidad Veracruzana y al alejarse de Ciudad de México, el centro neurálgico del arte, su nombre se fue diluyendo. “Si bien logró reconocimiento en su momento, nunca estuvo reconocida como una artista geométrica. Cuando Jorge Alberto Manrique [escritor, historiador, investigador y académico] hace un libro sobre geometrismo mexicano y escribe varios textos, nunca incluye a Landau como un artista geométrica y es algo que siempre he me preguntado, por qué sucedía eso”, cuestiona García. “Pero lo que él concibe más como geometrismo tiene que ver mucho con lo racional, con líneas muy delimitadas, casi como hechas con regla, y él no incluyo este tipo de geometría sensible que es como yo le llamo, porque es una geometría a mano alzada, donde pones el cuerpo y que no crea líneas completamente derechas ni hechas con compás o con regla, sino que tienen que ver mucho más con una cuestión emotiva”, explica la curadora.
El MUAC intenta ahora resarcir esa injusticia con una de las grandes artistas contemporáneas con una exposición impresionante, que reúne más de 200 piezas de Landau, titulada Geometría sensible y que estará abierta al público hasta febrero próximo. La exhibición abre con una obra espectacular, Ritmo No.7, de 1970, una técnica mixta sobre tela y madera, de colores pasteles, un entrelazamiento de líneas, una cadencia tan llena de armonía que algunos críticos la han comparado con la perfección de las pirámides prehispánicas, porque Landau también admiró la arquitectura y el arte de los pueblos originarios de México. La obra también tiene toda una declaración de intenciones: en ella la artista colocó recortes de periódicos, algunos en apoyo al presidente Salvador Allende, derrocado por un golpe militar en 1973, o con titulares sobre la libertad.
Vale mucho la pena la experiencia de moverse por este ritmo de colores, líneas y laberintos que cuentan la historia de una mujer que a pesar de sus desdichas siempre buscó innovar desde el arte. “Me parece que esta exposición permite recuperar y dar visibilidad a una artista que fue importante en su momento”, dice la curadora García. Y agrega: “Es también una oportunidad para muchos de nosotros de ver sus obras por primera vez, de ver qué es lo que hacía y hasta dónde estaba experimentando e incluirla en un contexto muy específico. Y romper también con esta historiografía patriarcal, como un ejemplo más de muchas mujeres que han tenido visibilidad. Es aportar un grano de arena para poder hacer un relato distinto, en el que las mujeres realmente tengan mucha más presencia”.
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