¿Hacia un alineamiento transatlántico sobre China?
Estados Unidos y la UE siguen manteniendo importantes diferencias sobre cómo lidiar con el desafío del gigante asiático
Joe Biden realiza su primer viaje a Europa como presidente de EE UU para asistir a las cumbres del G7 en Cornualles (11-13 de junio), de la OTAN (14 de junio) y la bilateral EE UU-UE (15 de junio), estas dos últimas en Bruselas. Con esta serie de cumbres, la Administración Biden busca escenificar el relanzamiento de la relación transatlántica, a su juicio desatendida por su predecesor Donald Trump. Más allá de dicha escenificación, Biden busca lograr un mayor alineamiento transatlántico en relación con el principal desafío estratégico para EE UU a largo plazo: el auge de China. ¿Será esto posible?
La idea de un alineamiento transatlántico en relación con China parecía difícil de alcanzar en la era Trump. Este último entendió la relación con China como un mero pulso de poder interestatal (EE UU vs. China). Además, percibía el orden multilateral y las alianzas de EE UU (incluida la relación transatlántica) como problemáticos en el contexto de la rivalidad geopolítica con China. Según Trump, China instrumentalizaba el multilateralismo a su favor, con la connivencia de una Europa que miraba para otro lado. El multilateralismo se había convertido en un lastre estratégico para EE UU. Esta visión contrasta claramente con la de Biden.
La administración Biden percibe el multilateralismo y la relación transatlántica como importantes activos en la rivalidad estratégica con China y no como distracciones (no digamos ya lastres). Además, Biden ha planteado el desafío chino en términos normativos; como parte de una tensión global entre democracia y autocracia, y no como un mero pulso de poder interestatal entre EE UU y China. Por otro lado, Biden reconoce la posibilidad de cooperar con China en ámbitos como la lucha contra el cambio climático.
El planteamiento que Biden hace del desafío chino está en mayor sintonía con las sensibilidades políticas europeas. Además, Biden ha realizado en los últimos meses una serie de gestos que contribuirán a una mejoría del clima político entre EE UU y Europa, como la congelación de los aranceles comerciales por el litigio Airbus-Boeing, la decisión de revertir la retirada de tropas estadounidenses en Alemania anunciada por Trump, el levantamiento de sanciones contra las empresas concesionarias del gaseoducto Nordstream 2 entre Alemania y Rusia, o el reciente acuerdo del G7 para un impuesto mínimo global de sociedades del 15%. A esto hay que añadir el reciente enfriamiento entre las relaciones UE-China, alimentado por las sanciones europeas a Pekín por violaciones de derechos humanos contra la minoría uigur en Xinjang, o la reciente decisión de la UE de secundar a Biden en una nueva investigación sobre el origen de la covid-19. Estos acontecimientos parecerían allanar el camino para un alineamiento transatlántico en relación a China.
Sin embargo, EE UU y la UE siguen manteniendo importantes diferencias sobre cómo lidiar con el desafío chino. Seguramente una de las más relevantes esté relacionada con sus distintas formas de entender el multilateralismo. Si bien la administración Biden ha hecho gala del multilateralismo, su énfasis en la promoción de la democracia se traduce, de facto, en una priorización de foros “minilaterales” (más que multilaterales) como el propio G7 o el Quad (un grupo que incluye a EE UU, Japón, Australia e India y se ha convertido en punto de referencia para la política de Biden en la región Indo-Pacífica). Esta versión más reducida del multilateralismo contrasta con la concepción más expansiva de la UE, que aboga por marcos multilaterales que den cabida a todo el mundo, incluido China.
En última instancia, la Administración Biden tiene una concepción más utilitaria y estratégica del multilateralismo, que percibe como algo potencialmente instrumental a la hora de promocionar ciertos valores (por ejemplo, la democracia) o intereses estadounidenses (estrechar el cerco diplomático y estratégico a China). Por su parte, la UE tiende a ver el multilateralismo como un fin en sí mismo, y no tanto como un medio. En buena medida, Europa sigue mentalmente anclada en los maravillosos años de la posguerra fría, y parece resistirse a aceptar la creciente tensión entre la preservación del orden multilateral tal y como lo conocemos y la creciente rivalidad entre grandes potencias, que sitúa al propio multilateralismo como terreno de juego geopolítico.
Luis Simón es director de la oficina del Real Instituto Elcano en Bruselas y profesor de Relaciones Internacionales en la Vrije Universiteit Brussel.
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