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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Alemania, apocalipsis y juicio universal

Berlín afronta en esta época convulsa un escrutinio especialmente intenso. Un discurso de Scholz sobre política europea aporta valiosos elementos de reflexión

El canciller alemán, Olaf Scholz, pronunciaba el 29 de agosto su discurso en la Universidad Carolina de Praga.
El canciller alemán, Olaf Scholz, pronunciaba el 29 de agosto su discurso en la Universidad Carolina de Praga.MICHAL CIZEK (AFP)
Andrea Rizzi

De la mano de los apocalipsis suelen ir los juicios universales. No es excepción en este tiempo cargado de plagas, desde la pandemia hasta el cambio climático y la guerra en Ucrania con todas sus consecuencias. Nadie se libra de la evaluación acerca de cómo se llegó a estos años tan exigentes, pero los grandes protagonistas afrontan un escrutinio especialmente minucioso. Es, en Europa, el caso de Alemania, potencia principal y central en el sector democrático del continente, que atrae en estas semanas juicios de toda índole. Algunos ponderados, otros sumarios; algunos serenos, otros con cierto aroma revanchista. En medio de ese panorama, el canciller alemán, Olaf Scholz, ha pronunciado esta semana en Praga un discurso seminal, que aclara la visión sistémica de Berlín para Europa, plantea nuevas propuestas y, en definitiva, ofrece nuevos elementos de juicio sobre Alemania.

El país ha llegado a esta especie de juicio universal con graves cargos en contra acumulados en la historia reciente, sobre los cuales cuesta imaginar un tribunal que dictaminara absolución. Por un lado, la receta de austeridad extrema impuesta en la gran crisis anterior a esta, la que se inició en 2008; por otro, la irresponsable entrega total a la dependencia de la energía barata rusa, que durante un tiempo funcionó como un turbo extra para su economía, y ahora amenaza con herirla profundamente, como evidencia el nuevo corte del suministro a través del gasoducto Nord Stream I. Hay otros elementos cuestionables, como el amplio descuido de las Fuerzas Armadas, pero es sobre la base de los dos anteriores que se pronuncian en estas semanas rotundas condenas. Es sensato considerarlos dos graves errores que, vinculados a cierto sabor de superioridad moral expresado a veces por parte de su clase política, constituyen un enorme lastre en uno de los platos de la balanza. En la misma Alemania hay una extendida conciencia de ello.

En la impetuosidad del momento, en el resquemor por lo sufrido en el pasado, algunos juicios tienden a olvidar o subestimar elementos que se acumulan en el otro plato y es importante contemplar. La apertura de las puertas de Alemania a un millón de refugiados sirios desactivó en 2015 una crisis con un potencial devastador, como es evidente debido a la extrema toxicidad política de ciertas cuestiones migratorias, con un gesto sabio, solidario y no exento de riesgos. La luz verde a la mancomunación de la deuda para sostener los fondos de ayuda pandémica de los que se benefician otros países de la UE contuvo otra crisis, y constituyó una suerte de enmienda a las intransigencias del pasado. En ese pasado, caben destacar décadas de generosa aportación como contribuyente neto a los presupuestos comunitarios, que tan valiosa ayuda ha proporcionado a tantos.

Por supuesto, es perfectamente legítimo insistir en la crítica de cuestiones concretas y muy relevantes. Pero en el debate público europeo resulta importante mantener la visión periscópica, activos y pasivos, porque de lo contrario se alimentan, aunque sea de forma involuntaria, prejuicios y rencores con potencial peligroso, como la probable llegada al poder de formaciones nacionalistas de ultraderecha en Italia ilustra. Alemania se ha beneficiado mucho del proyecto común; también ha aportado mucho, con gestos políticamente muy arriesgados como el de los sirios. Es preciso no olvidarlo en la conformación de juicios.

¿Qué lecciones extrae la propia Alemania en su proyección europea, tan importante, de ese cúmulo de elementos del pasado reciente y de los desafíos pendientes sobre la mesa? El discurso en Praga de Scholz, canciller líder de un Gobierno de coalición con tres años de legislatura por delante, tiene la virtud de ordenar y aclarar la propuesta sistémica de Berlín para la UE, lo que facilita el juicio. Las intenciones también son relevantes en las evaluaciones, como enseña el Derecho Penal. Aquí hay muchas por considerar. Veamos.

Ampliación. El claro compromiso de Berlín con la ampliación de la UE —Balcanes, Ucrania, Moldavia y “también Georgia”— destaca. Scholz exhorta a adaptar ya el club común a un futuro con ese extendido perímetro, hasta 36 miembros, entre otras cosas, reduciendo áreas de decisión por unanimidad y ampliando las de mayoría, por ejemplo, en política exterior o fiscal, territorio sensible para Berlín. Está por ver hasta qué punto querrá y sabrá Alemania ejercer de fuerza tractora en esto, a la vista de la tradicional reluctancia francesa en la materia. Al respecto, Scholz ha brindado apoyo a la confederación política europea propuesta por Emmanuel Macron como herramienta para aumentar la coordinación entre países democráticos del continente, sean o no miembros de la UE, pero precisando que Berlín la interpreta como una vía complementaria. El discurso evidencia la discrepancia con París en materia de una Europa que avance a distintas velocidades, que Berlín observa con recelo. Alemania quiere ampliar y avanzar todos a la vez.

Soberanía. El discurso menciona distintos ejes en los que avanzar para reforzar la autonomía estratégica de la UE. Quizá el de más calado es la propuesta para el desarrollo conjunto en la UE de un sistema de defensa aérea, un proyecto de indiscutible ambición en términos militares e industriales. El Gobierno alemán también propone la institución de un Consejo Europeo específico de ministros de Defensa, separado del de Exteriores, lo cual tiene mucha lógica. En la alocución se aprecia la creciente conciencia en Alemania de la peligrosidad no solo de la dependencia energética de Rusia, sino de la comercial de China.

Cerrar filas. Scholz apunta a la necesidad de coser las brechas abiertas en la Unión y señala dos en particular: las reformas del área de migración y de la fiscal, atascadas desde hace tiempo. En el segundo caso, Berlín explicitó a principios de agosto una posición negociadora conservadora. El ministro de Finanzas, el liberal Christian Lindner, mantiene el apego a los topes del 3% de PIB de déficit anual y 60% de deuda. Sí manifestó acuerdo en cambiar la norma que requiere reducir a un ritmo del 5% anual la deuda en exceso, lo que puede considerarse en el actual estado de las cosas como una concesión mínima, casi una obviedad. Hay pues aquí un claro frente de fricción con los países mediterráneos.

Valores. El canciller ha manifestado un firme propósito de lucha contra las derivas iliberales dentro del club —mencionando explícitamente a Polonia y Hungría— y proponiendo la ampliación de la capacidad de la Comisión de activar procedimientos de infracción en esta área.

Son solo algunos de los elementos del discurso, pero sirven para fotografiar el momento de Alemania, evidenciando su metamorfosis (con el giro tras décadas de reluctancia a invertir con intensidad en Defensa y asumir protagonismo en la materia; la superación de cierta actitud contemporizadora con Víktor Orbán que tenía la CDU; el reconocimiento de los riesgos de la fortísima imbricación comercial con China en un mundo marcado por la confrontación entre democracias y regímenes autoritarios, en el que Alemania se define de forma clara, sin ambigüedades) y los elementos de continuidad (una visión fiscal que, pese al salto de la mancomunación de las deudas y pese a que el SPD es más flexible que la CDU, sigue siendo muy rígida, en parte por los límites del gobernar en coalición con los liberales).

“¿Cuándo, si no ahora? ¿Quién, si no nosotros?”. El canciller mencionó al final de su discurso esas dos frases inscritas en una placa de recuerdo en Praga a los valientes estudiantes que activaron la Revolución de Terciopelo en el noviembre de 1989. Como entonces, es esta una hora oscura que requiere acción frente al desafío autoritario. Y requiere una primera persona del plural que puede y debe evaluar errores del pasado, pero también puede y debe ser ecuánime, evitar enconos inútiles, las moralinas y los “os lo dije”, que puede que ganen algunos votos, popularidad mediática, pero también desatan demonios. Es hora de cerrar filas, como dijo el propio Scholz en Praga. Que lance la primera piedra el que esté libre de pecado. Para los demás, mejor dedicarse a usar las piedras para construir más Europa.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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