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Tribuna
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El mundo desde la periferia

Hay asuntos que para los gobiernos occidentales constituyen una prioridad, como lo es en este momento la guerra en Ucrania, que no se perciben del mismo modo por China, India o Indonesia

El presidente chino, Xi Jinping, y el primer ministro indio, Narendra Modi, en Nueva Delhi en octubre de 2019.
El presidente chino, Xi Jinping, y el primer ministro indio, Narendra Modi, en Nueva Delhi en octubre de 2019.HARISH TYAGI (EFE)
Olivia Muñoz-Rojas

Hace poco un buen amigo estadounidense me contaba cómo llegó con el ejército de su país a Irak con la genuina convicción y loable intención de llevar la democracia a los iraquíes. Cuál no fue su sorpresa al darse cuenta de que no todos los iraquíes veían con buenos ojos su labor. Una de las razones por las que las visitas de Estado a otros continentes, como las que han realizado recientemente Pedro Sánchez, Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen a China, resultan positivas es que el debate público se sustrae, aunque sea brevemente, de las preocupaciones geográfica y culturalmente más inmediatas para alzar la mirada y recordar que el mundo desde Oriente, en este caso, no se ve igual que desde Occidente. Que hay asuntos que para los gobiernos occidentales constituyen una prioridad y se presentan al mundo como tales —sin ir más lejos, la guerra en Ucrania— que no se perciben del mismo modo por los Gobiernos chino, indio o indonesio. Que, siguiendo con el ejemplo, aquello que parece evidente para los ciudadanos de Occidente, como la condena sin paliativos de la invasión rusa y la defensa incondicional de las fuerzas ucranias, no lo es para millones de ciudadanos del mundo que no ven la diferencia entre el imperialismo ruso en Ucrania y el estadounidense en Oriente Próximo, pero sí perciben el impacto del conflicto en el precio de la energía o de los cereales, razón por la cual muchos apoyan la neutralidad o, incluso, la colaboración de sus Gobiernos con Rusia.

Es conocida la teoría del centro-periferia desarrollada originalmente por el economista argentino Raúl Prébisch en los años 50 y sometida a numerosas revisiones desde entonces. Algunos dirán que la idea de un mundo dividido entre un núcleo de países industrializados, compuesto esencialmente por Europa y Estados Unidos, junto con Japón, Corea y Australia, y una periferia compuesta por el resto de países, dedicados a suministrar materias primas a los primeros y en creciente desventaja respecto de ellos, ha quedado desfasada o que incluso nunca estuvo en vigor. Sin embargo, más allá del debate académico sobre la teoría de Prébisch, cabe decir que, en el imaginario de la periferia, continúa asentada la idea de que existe un centro que trata de marcar el paso al resto a partir de sus prioridades y de cómo entiende el mundo en cada momento. Si bien, como idea, esta no es ajena a numerosos intelectuales críticos en Occidente, sus consecuencias resultan inevitablemente más palpables, más reales, para quienes las experimentan desde la periferia —hablemos de África, América Latina o Asia—.

No se trata aquí de relativizar o simplificar la realidad global, sino de recordar, una vez más que, para asimilar su complejidad es recomendable, en lo posible, colocarse en distintos puntos geográficos y entornos culturales a la vez. Pues lo mismo que sucede en el centro sucede en la periferia: las preocupaciones y las prioridades de sus gobiernos y sus ciudadanos se circunscriben en primera instancia a su entorno geográfico y cultural inmediato. Aquellos que observan el mundo y experimentan sus dinámicas desde la susodicha periferia, tienen, al menos, la ventaja histórica y epistemológica de poseer una doble perspectiva, esto es, están familiarizados tanto con la mirada hegemónica occidental como con la o las visiones periféricas. A la inversa, no necesariamente sucede lo mismo.

Pese a que se escucha cada vez más que el orden mundial está mutando rápidamente, en numerosos foros occidentales tiende a asumirse tácitamente que la perspectiva del centro sigue prevaleciendo. Es posible que, desde la propia periferia o periferias, cueste desmontar un esquema mental que ha operado a lo largo de los dos últimos siglos y que inevitablemente ha condicionado la percepción que tienen los países periféricos de sí mismos. Pero es claro que, de un tiempo a esta parte, potencias emergentes como la India y no digamos China, aspiran a ocupar un lugar cada vez más prominente, no solamente en términos económicos y geopolíticos, sino también simbólicos, en el imaginario global. En el caso de China, hace tiempo que se trabaja en la consolidación de una identidad nacional fuerte que reivindica, entre otros, el carácter milenario de su civilización. Algo similar está sucediendo en la India con la civilización hindú, cuyas aportaciones a los distintos ámbitos de la actividad humana se presentan al mundo con creciente orgullo y convicción, como en su momento lo hicieron los británicos y, en general, los europeos con las suyas. Convendría prestar atención a estas narrativas emergentes y las sinergias que puedan surgir entre ellas. Si los intentos por parte de la periferia de que trasciendan narrativas globales alternativas a las del centro no son nuevos –pensemos en el movimiento de los no alineados durante la Guerra Fría– quizá la coyuntura actual, en la que China busca jugar un papel mediador en el conflicto entre Rusia y Ucrania, prioridad absoluta de Occidente, y la India preside este año el G-20, sea inusualmente propicia para ello.


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