Antonio Alcaraz, el cirujano de los 1.600 trasplantes: “El de útero fue como pisar la Luna”
El urólogo lleva más de 30 años haciendo estas cirugías y recientemente participó en el primer caso en España de implantación de una matriz a una mujer que nació sin ese órgano
No hace ni 12 horas que el doctor Antonio Alcaraz (Castril, Granada, 62 años) estaba en quirófano trasplantando un riñón y al término de esta entrevista volverá a la sala de operaciones a implantar otro. No para. “El quirófano tiene algo de adictivo y el trasplante, más”, se justifica. El urólogo, responsable del programa de trasplante renal del Hospital Clínic de Barcelona, lleva tres décadas realizando estas intervenciones y ya suma más de 1.600 como primer cirujano. “Seguramente soy el cirujano que más órganos ha trasplantado” en España, resuelve. Juega con ventaja: “Hígado hay uno; riñones, dos”, bromea. Y su hospital es el centro español que más trasplantes renales ha realizado: unos 5.000.
Tienen algo de “mágico” estas intervenciones, repite una y otra vez. Tanto, que ya de residente se colaba en los quirófanos para verlas, fuese la hora que fuese, a ver si le dejaban echar una mano. “Si tenía suerte, te lavabas y si no, te colgabas detrás del cirujano, a ver si veías algo”. Como especialista, participó en varios centenares de trasplantes hasta que llegó su primera vez al mando, en junio de 1990. Lo recuerda, asegura, “como si fuera ayer”: “Era un chico joven, un trasplante sin gran dificultad. Me ayudaba mi maestro [el doctor Roberto Talbot-Wright] y recuerdo que, como era tan meticuloso con mi sutura, me dijo: ‘Antoniño, que esto se trata de coser, no de bordar. ¡Espabila!”.
Y espabiló. Alcaraz fue quien introdujo en el Clínic la cirugía robótica en el trasplante renal y el primero en el mundo en describir y practicar una extirpación de riñón a causa de un tumor a través de la vagina. Recientemente, además, ha participado en el primer trasplante de útero en España, que culminó hace pocos meses con el nacimiento de un bebé. Nunca se deja de aprender, dice. Ni de sufrir. Frío y distante de puertas adentro, pero cercano —y sin bata— con todos sus pacientes antes y después de la intervención, el médico admite que los niños son siempre los más “especiales”, por la complejidad de la intervención y la vulnerabilidad de los más pequeños.
A pocos minutos de volver a lavarse y enfundarse el pijama de quirófano, el médico asegura que tiene cuerda para rato. A sus 62 años, aún tiene muchas ideas y no piensa en jubilarse, pero se sabe mortal: “De imprescindibles está el cementerio y el parque lleno”, reflexiona. Un día se irá, avisa, pero no será hoy ni mañana. La sala de operaciones sigue siendo su casa.
Pregunta. ¿Por qué es mágico un trasplante?
Respuesta. Tú estás creando, a partir de otra persona, un ser que es una mezcla. Esa persona cambia porque tiene parte de otro, es capaz de integrar parte de otro. Y luego está el componente de la donación: una persona que es capaz de dar parte de su cuerpo para que alguien pueda sanar.
P. Dice que el quirófano es adictivo. ¿Qué siente cuando entra en él?
R. Es mi medio natural. Me da mucha paz porque me aíslo del mundo, todo se queda fuera y nos concentramos en lo que tenemos que estar. Es una responsabilidad tremenda, tiene que ir bien. Yo creo que el 90% de las personas tienen habilidad manual para ser cirujanos, pero [la cuestión] no está ahí: yo creo que la cirugía es más un ejercicio de inteligencia, de planear, de ser capaz de generar una estrategia y luego, claro, no tienes que ser torpe. También es controlar tus emociones.
P. ¿Tiene que ser como un témpano de hielo?
R. Exactamente. Tienes que ser muy frío. La semana pasada tuvimos un señor con un tumor, con un trombo dentro de la cava, y hacíamos la intervención por laparoscopia, pero probablemente no tensamos bien uno de los tensores y teníamos una pérdida de sangre que acabó con dos litros en el aspirador. Pero hay que tener el temple suficiente para saber cómo tensar eso y no perder los papeles.
P. ¿Se pueden perder los nervios alguna vez?
R. No. Puedes tener un ataque de mal humor porque algo no está bien, pero intento no tenerlo. No puedes hacer que tu ataque de mal humor ponga nerviosa a la gente porque puedes hacer perder el control al equipo. Tú lo que tienes que trasmitirle es tranquilidad y que tú controlas.
El donante es como Dios, no le puede pasar nada”
P. ¿Alguna vez se ha quitado esa especie de chubasquero de frialdad con algún paciente?
R. Sí, pero te toca antes y después, nunca durante. Por ejemplo, los niños: impacta más ir a operar niños, cuando los ves tan indefensos entrando al quirófano, yo me alejo, no quiero ver nada de eso. Marco distancias total.
P. ¿Y eso no deshumaniza la atención?
R. No, porque en la visita preoperatoria, en general, se me dice que tengo buen transfer con el paciente: le transmito mucha tranquilidad, confianza… Intentas ser próximo. Yo no llevo nunca bata porque creo que genera una barrera.
P. Decía que los niños eran especiales. ¿Le imponen más?
R. Sí. Un niño es una responsabilidad muy especial: está todo lleno de vida, son 80 o 90 años por delante, es mucha vida y sobre todo, hay que ser capaces de [hacer] que esa vida sea de calidad.
P. ¿Ha llorado alguna vez al salir de quirófano?
R. Claro que he llorado. Hay muy pocas muertes intraoperatorias, pero yo he vivido alguna, y es una sensación de impotencia total. Por ejemplo, una muchacha de 25 años con una masa renal que acabó muriendo y bueno... pues, te quieres morir tú también.
P. ¿Y se lleva historias de pacientes a casa?
R. Sí. De más joven siempre estaba con los pacientes dándole vueltas a la cabeza. Con el tiempo, aprendes a dejarlos en el hospital. Eres más cerebral, más analítico y menos emocional, y eso es bueno para el paciente. La experiencia también es eso: ser capaz de dejar la emoción para ser muy objetivo en la toma de decisiones. A nosotros nos gusta trasplantar a todos, nos cuesta mucho decir que no a un trasplante, pero a veces también puede ser la decisión más sabia no trasplantar. Técnicamente se puede trasplantar todo, pero que se pueda no quiere decir que se deba, porque el trasplante también tiene sus riesgos y su mortalidad.
P. A propósito de esto, usted ha sido uno de los artífices del trasplante de útero. Dijo que era una intervención difícil. ¿Cuál es el nivel de complejidad?
R. Es muy alto. Te pone en el límite. Tienes vasos muy pequeños y la del útero no grávido [sin embarazo] es una vascularización básicamente pobre, así que tienes que ir a buscar arterias suficientes para poderlas coser con seguridad. La extracción la hicimos robótica y ahí es fundamental el conocimiento anatómico de los ginecólogos y, por otra parte, nuestro conocimiento de qué es trasplantable y qué no y hasta dónde debemos llegar.
P. Y cuando lo consiguieron, ¿qué se le pasa por la cabeza?
R. ¡Lo hemos conseguido! Probablemente, hay tres o cuatro hitos quirúrgicos que yo he considerado especialmente importantes en mi carrera. Este, como nivel de complejidad quirúrgica, era el máximo que había hecho. Es como el día que acabas la primera maratón. Es una satisfacción total. Además, el trasplante de útero tiene un componente emocional también importante al conocer a la mamá. Entonces, cuando ya acabas y ves que aquello se pone rojo, y que le hacemos un doppler [una prueba para ver si la sangre circula] y le entra y le sale sangre, dices: ¡Esto es la hostia! Para mí era pisar la Luna, no se puede ser más feliz.
Técnicamente, se puede trasplantar todo, pero que se pueda no quiere decir que se deba”
P. Técnicamente han demostrado que se puede hacer. Pero, ¿merece la pena correr ese riesgo cuando no se trata de un órgano vital?
R. Yo puedo tener mi opinión, pero mi opinión vale muy poco. Es una entre 47 millones.
P. ¿Cuál es su opinión?
R. Yo creo que esa es una decisión de sociedad. La tiene que tomar gente mucho más cualificada que yo al respecto. Yo tengo mi propia opinión: la infertilidad está declarada como enfermedad; [el útero] no es un órgano vital y se puede vivir sin tener hijos, pero hay gente a la que realmente le marca: hay muchas vidas arruinadas por no tener hijos. La infertilidad no se debe banalizar e incluso hay mujeres que cometen suicidio por no tener hijos. Si hay una mujer que no puede tener hijos porque ha nacido sin útero y ella, conociendo los riesgos de esta cirugía, quiere ir para adelante, yo no soy nadie para decirle que no. Otra cosa diferente es a nivel de sociedad: si el sistema público de salud debería sufragar este tipo de intervenciones. Para mí vale la pena, pero admito que otro piense diferente.
P. Antes decía que, aunque técnicamente se pueda trasplantar todo, hay que valorar hasta dónde pueden llegar. ¿Hasta dónde pueden llegar?
R. Creo que todavía no hemos alcanzado los límites. Por ejemplo, en el trasplante de riñón, deberíamos explorar cómo ser capaces de no tener rechazo; o tendríamos que ver cómo podemos utilizar órganos de animales manipulados genéticamente y que fueran aceptados; tendríamos también que ver si somos capaces de generar órganos artificiales para implantar. Lo que no me parece de recibo es que sigamos teniendo 4.000 pacientes en lista de espera, y eso que España, a través de la Organización Nacional de Trasplante (ONT), funciona maravillosamente y somos capaces de trasplantar muchos órganos. Pero todavía tenemos 4.000 en lista de espera y da un poco de pena.
P. ¿Cuáles son las líneas rojas que no estaría dispuesto a pasar?
R. Los límites éticos están muy claros, y uno es no hacer daño. Nosotros, que hacemos mucho donante vivo, lo pensamos mucho y lo primero es mirar al donante: el donante es como Dios, no le puede pasar nada.
P. La ONT ha flexibilizado [gracias a la mayor disponibilidad de órganos y a la evidencia científica] los criterios de acceso a los trasplantes de hígado a pacientes con hepatitis alcohólica: ya no tienen que pasar los seis meses de abstinencia que antes se exigían. ¿Hay límites según cómo el receptor va a tratar el órgano que ha recibido?
R. Esa es una pregunta clave y una de las cosas que a los médicos nos genera un poco de disconfort. No hay que culpabilizar a nadie, pero el paciente tiene que valorar el tesoro que lleva porque detrás de ese tesoro hay un donante de una generosidad sin límite y también hay una cuestión de economía de órganos: es un bien limitado y hay que buscar una distribución justa.
P. Usted que es experto en cirugía robótica, ¿qué más se puede hacer? ¿Puede haber un robot quirúrgico que sustituya al doctor Alcaraz?
R. La robótica nos da precisión. ¿Se puede automatizar más? Sin duda. En las suturas que yo hago manuales, por muy asistidas que estén con el robot, soy yo el que mueve el brazo, pero seguramente llegará un momento en que el robot te hará la satura. Pero sigo pensando que el cirujano debe mantener el control. Los robots lo que hacen es que a un cirujano regular, lo hacen bueno; a uno bueno, lo hacen muy bueno; y a uno muy bueno, lo hacen vivir mejor y más tranquilo.
P. ¿Hay algo que le gustaría hacer que todavía no ha hecho en trasplantes?
R. Me encantaría trasplantar un hígado u otros órganos. Pero bueno, como eso no es realista y mis colegas lo hacen de maravilla, zapatero a tus zapatos. Pero hay otros órganos que podrían ser trasplantables, como la vejiga. Me gustaría trasplantar de forma remota, a un paciente que esté, por ejemplo, en Australia: hacer cirugía remota, estar asistiendo a equipos de otro sitio y ser capaz de tomar el control de la cirugía.
P. Tiene 62 años. ¿Se ve fuera del quirófano?
R. El quirófano tiene algo de adictivo y el trasplante todavía más, probablemente por ese discutible aspecto mágico que yo siempre le encuentro. La cirugía es mi vida y realmente va a ser muy complicado dejar los quirófanos. También he de decir que cuando estás acostumbrado a jugar en Champions, no puedes acabar en segunda división: tienes que saber acabar tu carrera profesional con dignidad y jugando el último partido en Champions. Pero por ahora me veo bien física y mentalmente, en una fase muy creativa y cuando veo mi forma de operar, la veo en el cénit.
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