Putas
Constato en las producciones nativas que están creando un nuevo género, que permite a sus creadores mostrar mogollón de carne femenina y hacer moralismo reivindicativo
Jamás tuve paciencia para ver un capítulo por semana de la Capilla Sixtina de las series de televisión. Casi todas llevaban el sello de HBO. Y esta tuvo escasa aunque admirable competencia con otras productoras, como fue el caso de las ajenas y excelentes Mad Men y Breaking Bad. Yo esperaba con ilusión y temple a que aparecieran las sucesivas temporadas en el formato de DVD o en Blu-ray. Y cuando sucedía, aquello era una impagable fiesta, las devoraba de un tirón. Sigo en su compañía después de tanto tiempo y continúan provocándome fascinación. Ocurre con el arte auténtico. No tiene fecha de caducidad. Aquel esplendor ya ha agonizado. La fábrica modélica, al atender a las audiencias inmensas y diversificadas que reclaman las múltiples plataformas, se tornó mediocre, rutinaria, convencional o infame. La calidad ya es prescindible. El gran mercado exige productos de usar y tirar. Disponen de incesante promoción en los medios de comunicación. Yo flipo con las recomendaciones de estos, con su surrealista capacidad para descubrir maravillas todas las semanas.
En las series extranjeras de los últimos años solo me resultan memorables y agradecibles Chernobyl, The Crown, After Life y Gambito de dama. Entre las españolas, independientemente de su éxito o de su eco, esas cositas tan codiciadas y prosaicas, guardo exclusivamente en mi filmoteca Patria, Antidisturbios, La peste y El día de mañana. A cambio, soporto otras en dosis muy leves, ya que la nueva y fenicia costumbre en algunas plataformas de exhibir un capítulo por semana me permite huir a toda hostia de ellas y de su progresivo embrutecimiento después de un par de vistazos. También constato en las producciones nativas que están creando un nuevo género. Es el de las putas acorraladas, su brutal supervivencia, el sadismo que utilizan los explotadores y la implacable venganza de las damas. Esta temática les permite a sus creadores mostrar mogollón de carne femenina y hacer moralismo reivindicativo. Compruébenlo en la sanguinolenta estupidez Sky Rojo y en la progresivamente delirante El inocente. Y parece funcionar. El público paga por esa crudeza.
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