‘El vecino’, el superhéroe de barrio vuela más alto
La segunda (y tristemente última) temporada de la serie suma surrealismo y diversión apoyada en las incorporaciones al reparto
Titán es un superhéroe de barrio. De barrio español. De esos con sus bares y sus casas de apuestas por doquier. Un superhéroe que no tiene mucha idea de para qué utilizar sus superpoderes. Y como buen superhéroe español, su secreto no es secreto durante mucho tiempo. Si una cosa tenía buena (y no era la única) El vecino, la serie basada en el cómic de Santiago García y Pepo Pérez, es precisamente toda esa carga de barrio, de personajes que viven a ras de suelo, que habitan en pisos normales de barrio y tienen vidas normales, es decir, bastante lamentables. Si la primera temporada fue aire fresco en el panorama español en plataformas, la segunda entrega (estrenada este viernes en Netflix) logra reinventarse para terminar siendo aún más divertida.
La acción arranca en el punto en el que se quedó la anterior temporada, cuando los protagonistas descubren que también Lola es capaz de controlar los poderes que le confieren las pastillas. Entonces, ¿quién es el verdadero Guardián del Universo? ¿No era Javier el elegido? ¿Hay varios elegidos? Para tratar de dirimirlo llega al barrio Tucker, un misterioso funcionario (interpretado por Javier Botet) que acude a la fuente más fiable posible: un grupo de frikis que se reúne en el bar. Dar con Titán también es el objetivo de Fran Perea (el actor interpreta una versión ficcionada de sí mismo) para preparar una serie en la que dará vida al superhéroe madrileño. Y la alcaldesa de Madrid (interpretada por Gracia Olayo) también quiere tener a Titán a su lado para lograr el tanto definitivo que le asegure la concesión de los Juegos Olímpicos a la ciudad de una vez por todas. A todo esto, la Policía del Karma sigue decidida a hacer justicia por su cuenta y José Ramón da un uso inesperado al mindfulness.
Las tres incorporaciones al reparto, Perez, Botet y Olayo, funcionan como un tiro. Botet está divertidísimo con un punto surrealista y chanante del que se contagia la serie (no obstante, Ernesto Sevilla es uno de los directores de esta segunda tanda de capítulos junto a Raúl Navarro, Víctor García León y Mar Olid). Olayo también divierte (y parece divertirse) mucho sumando una sátira política que también encaja muy bien con esa parte tan española de la serie de la que hablábamos arriba. Y Perea se entrega a la metaficción y las metarreferencias, a eso tan sano de reírse de uno mismo con referencias constantes a su pasado. Sin ir más lejos, la sintonía del móvil del personaje es la canción de Los Serrano. A ese juego también se ha prestado con mucha inteligencia Andoni Ferreño, que regresa a la serie. Los tres personajes nuevos encajan muy bien en el conjunto y ayudan a refrescar las tramas para buscar nuevos rumbos. Como suele ocurrir con las comedias, hay que conectar con su humor, pero si se entra, todo va como la seda y la temporada de ocho episodios de media hora escrita por Raúl Navarro, Miguel Esteban y Marc Crehuet se pasa volando.
Es una lástima que Netflix considere que la historia de El vecino tiene que terminar aquí (¿seguro que no hay forma de que se lo replanteen? Da para mucho más, y merecería un final cerrado). Esta segunda temporada va de menos a más, desde esos hombres y mujeres de barrio hasta los extraterrestres fans de Nena Daconte. Atrás quedó la presentación de personajes y de conflictos para crecer libremente ahora que ha madurado. En el universo de El vecino cabrían mil historias y no tiene síntoma ninguno de desgaste. Que la Policía del Karma, Titán, Perruedines o alguien ponga solución a esta injusticia.
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