Enamorarse en el pasillo de los congelados
Agosto es el mes más cruel para las salas de redacción y bien mirado prefiero a los programas de entretenimiento sobreanalizando chascarrillos digitales antes que acosando a los afectados por algún suceso truculento
Si le sorprende lo arreglada que va la gente últimamente al Mercadona le explico el motivo: el origen está en un vídeo de TikTok, en el que la humorista Vivy Lin y su amiga Carla Alarcón explican que, al igual que los bares tienen una hora feliz, Mercadona tiene una hora para ligar. Los expertos en seguridad sospechan que la red social china nació para espiar a occidente, pero por el medio nos estamos echando tantas risas a su costa que casi compensa.
Hay códigos en el asunto, no vale ir a lo loco. Según cuentan, para dejar claras las intenciones lúbricas es esencial introducir en el carrito una botella de vino y una piña del revés —memorice lo del revés, no vaya a ser que usted únicamente quiera una piña y acabe envuelto en 50 sombras de Roig— y una vez que se aviste al ser que le suliveye, chocar distraídamente el carro con el suyo; un choque sutil, no como para tener que hacer un parte de siniestro.
Suena absurdo, desde luego, y poco romántico, seré vulgar, pero prefiero enamorarme paseando al lado del Sena y no entre gambas congeladas y a ritmo del Just the way you are de Billy Joel y no del Mercadooonaa, Mercadooona de Lluis Miquel Campos y Mamen García.
Esto del amor en el supermercado es la enésima anécdota que debería nacer y morir en las redes sociales, pero aún no había adquirido forma de hashtag y las cadenas ya estaban enviando a sus reporteros a hacer guardia a la puerta de los Mercadona. Agosto es el mes más cruel para las salas de redacción y bien mirado prefiero a los programas de entretenimiento sobreanalizando chascarrillos digitales antes que acosando a los afectados por algún suceso truculento.
A esta moda le han llamado con poca imaginación “el Tinder de Hacendado”, lo que no deja de tener su gracia porque según acaba de publicar The Economist, Tinder está moribundo. Parece que la gente se niega a pagar por ver los mismos perfiles en bucle, ser blanco fácil de estafadores del amor y decepcionarse tanto como en cualquier bar, pero sin un poco de música y alcohol que ayuden a exorcizar el disgusto. Dicen que hay cierto hartazgo de lo virtual y añoranza de la vida analógica. Se ve que a pesar de los agoreros no hay pantalla que pueda competir con el tacto humano, ni siquiera con el de una piña.
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