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Sobre conversos y recalcitrantes

Produce melancolía el desfonde de las convicciones marxistas que se observa junto con ese desleimiento de los regímenes políticos que, singularmente en Europa, aunque no sólo, se proclamaban ejemplos del socialismo real. Aunque viene de antes.Y no sé hasta qué punto hay lógica en esa consecuencia; al menos, lógica intelectual. Hay mucho marxismo asimilado en los principios y en la práctica de esas economías florecientes que tan orgullosamente exhiben su ejecutoria capitalista.

El pensamiento marxista introdujo en el mundo capitalista liberal de un cierto momento histórico unos motivos de reflexión que, al fin y al cabo, le han permitido a éste incorporar pautas de corrección que no sólo han impedido su extinción por el desastre, sino que han estimulado positivamente la prosperidad. El marxismo ha aportado, pues, reflexión, acoso que provocó la defensa, y, además, instrumentos conceptuales para el análisis y técnicas de actuación política y social. El resultado es un sistema capitalista de múltiples variantes transformado de modo que en muchos aspectos produciría asombro en los capitalistas de hace un siglo y medio.

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Sin embargo, los movimientos socialistas no violentos han ido renunciando, por de pronto, al marxismo como dogma y criterio de actuación política. Todos, o muchos, han ido teniendo su Bad Godesberg. Y hasta los partidos comunistas emprendieron esa vía de renunciación.

Hay que reconocer que en esa dirección les ayudaron eficazmente sus hermanos del Este y del resto del mundo, afanados en hacer del socialismo real, que también pregonaba su ascendencia marxista, un ejemplo de ineficaz brutalidad, dogmática y tiránica, que la gente que vivía en libertad acabó por conocer y temer. Decir, además, que se pretendía acabar con la gallina de los huevos de oro era demasiado para partidos que se tenían que presentar en elecciones libres. La peculiar Canosa de los partidos socialistas de la II Internacional algo recuerda la conversión de Enrique IV, el bearnés, y otros ilustres, ejemplos históricos. Un partido político está para ganar las elecciones y no para hacer filosofía.

El precio tuvo que ser el abandono del principio de sustitución del sistema capitalista. En vez de eso, habría que conformarse con reformar el capitalismo y, sobre todo, con ennoblecerlo mediante la presencia, en los puestos de mando, de gentes de izquierda. La verdad es que la solución es ingeniosa. El capitalismo deja de ser nefando en cuanto que los gestores del sistema son izquierdistas que ejercen, a ser posible a la perfección, un capitalismo moderno, o séase, pragmático. Marx debe removerse de satisfacción en su tumba londinense; ni a él se le había ocurrido.

Alguien podrá pensar que todo esto es un poco falso y confuso. Pues no. Tan real como la vida misma. Porque no se crea que los izquierdistas, llegados al poder, no aportan nada; por supuesto, algunas reformas que incluso muchos que no se proclaman izquierdistas celebran y apoyan con entusiasmo, cuando no son ellos mismos los que las hacen, llevados de su espíritu humanitario, o de su deseo de apuntalar con solidez el capitalismo en el que creen. Pero es que, además, las gentes que se proclaman de izquierda (no hay más izquierda que la socialista, en sentido amplio, según autodefinición machacona; el resto, si es que existe, curiosidad entomológica fosilizada) proporcionan al sistema algo que los demás, por buenas intenciones que tengan, no pueden suministrar, ese algo que no sólo lo legitima, sino que, incluso, lo santifica (si es que se permite esta licencia del lenguaje).

En efecto, aportan la ética. Hace poco (21 de marzo) lo escribía el señor Régis Debray en este mismo periódico. Socialista teórico y práctico, describía cómo el socialismo se ha quedado sin sustancia ideológica, y más aún: "Hoy día la izquierda socialista sufre una crisis de credibilidad, de legitimidad y de identidad. ¿Por qué ... ? Porque el deportivo de dos plazas introducido en los caminos apartados de la política mundial durante la revolución industrial del siglo XIX perdió hace tiempo el tanque de la gasolina, el motor y las luces. Lo extraño es que dicho vehículo siga en pie". Pero el señor Debray encuentra, aparte de metáforas tan afortunadas como la que antecede, solución para tamaño descalabro: el socialismo del futuro, socialismo "como argumento moral y método civil", en lugar del "socialismo como idea utópica". Y ¿en qué se basa la moral de ese socialismo vacío de su sustancia? Cualquier memo puede verlo; porque la derecha (Debray dixit) "siempre defiende ante todo sus propios intereses", mientras que la izquierda "lucha por la actualización de una idea para lograr una sociedad más justa". Y el señor Debray no es el único.

El día siguiente (22 de marzo), en la presentación espectacular de la revista El Socialismo del Futuro, el señor Felipe González definía a la izquierda (la actitud progresista, el socialismo) como la fuerza política capaz de "asumir ese poder que actúa compensando los desequilibrios que produce una pura economía de mercado sin sensibilidad frente a los problemas educativos, o a los problemas sanitarios, o a los problemas de la solidaridad internacional".

Es decir, que la izquierda es simplemente el contrapunto de una derecha que es, por esencia, insolidaria y proterva. Y no hay que preocuparse: como el sistema de economía de mercado no puede funcionar sin una derecha que es la maldad misma, aquí estaremos siempre para traer el bien, haciendo funcionar como un reloj esa economía de mercado y transmutándola en algo bueno sin dejar de ser capitalista. Bendita maldad que hace brillar sobre la Tierra la luz de la bondad.

Hasta hace algún tiempo, había socialistas donde se profesaba el socialismo marxista. Ahora es mejor aún: hay socialismo donde haya socialistas. La praxis política socialista era consecuencia de una teoría. De un dogma, dirían algunos. De unas verdades científicas, el materialismo dialéctico, dirían otros. La moral socialista era la única digna de tal nombre, en cuanto mero apéndice inevitable de una verdad clara como la luz. Ahora se ha renunciado a aquella verdad, la práctica ya no es coherente con la vieja verdad arrumbada; pero, oh milagro, el monopolio de la moral política y social subsiste pegado a las faldas y pantalones de la izquierda, de cualquier izquierda, y les acompaña adonde vayan y en cualquier objetivo y actividad en que se empeñen. Por ello pueden reinventarse el socialismo, eso que llaman buscar nuevos caminos, incluso nuevas teorías. Como se han quedado con la bondad en exclusiva, pasarán por el mundo haciendo el bien, mientras los demás hozarán en sus inmundos intereses. Ellos no tienen intereses, y si los

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tuvieran concidirían con el bien. Vaya suerte. Se han quedado con el derecho de autor de la melodía, y ésta es la que vale; se le pone una letra que rime, y ya está. Aunque tenga ripios o sea intrascendente. No hay que fijarse en ella. Lo que cuenta es el son.

Antes, un burgués era un explotador, aunque estuviera dotado de virtudes franciscanas. Explotador maigré lui, en este caso, y no podía dejar de serlo. Ahora un hombre de izquierda no es un explotador, aunque haga lo mismo que un burqués, siempre y cuando se aprenda la melodía, se apunte al asunto y marque bien el paso. Para estar en lo bueno ya no hay que creer un dogma o aceptar una presunta verdad científica. Ni mucho menos tener una determinada conducta. Basta colocarse el marchamo en lugar bien visible. Algo parecido a la vieja justificación por la fe, pero sin fe: pecca fortiter, sed crede fortiter. Ahora es la justificación por la. ética insuflada, es decir, por la melodía, que a su vez se obtiene por la aceptación en el clan.

Construcción admirable. Profunda filosofía social. Buenos y malos, he ahí el secreto. Zoroastro redivivo. Lo importante es ser de los buenos. Porque todo está previsto. En esto de la nueva izquierda, caber, lo que se dice caber, caben todos incluso los marxistas, digamos: ortodoxos o nostálgicos. Pero eso sí: el que no está ahí puede que no esté en el error, ya que en época pragmática hablar de verdad y error es de mal gusto, pero, desde luego, no está entre los buenos. Porque los buenos somos nosotros. Y ya se sabe que lo que no es bueno es malo. Así que los que son del gremio, que se apliquen el cuento y carguen con su miseria.

Claro que el ingenuo (siempre hay maníacos de la lógica) puede preguntar: pero, entonces, ¿dónde está el elemento de referencia para definir a un hombre de izquierdas9 Ya sabemos que todo está previsto. La respuesta es sencilla: en loshombres de izquierdas. ¿Y quién define a los hombres de izquierda?. Ellos mismos. Un sujeto es de izquierdas en tanto en cuanto sea aceptado como tal por los sujetos de izquierdas, una filogénesis cooptativa, para entendernos, algo así como la crianza de los vinos de Jerez; una buena madre, por remota que sea, y a vivir. ¿Que la madre era falsa? ¿Que el producto se desnaturaliza en el camino? Pero, ¿de qué tontería está usted hablando?

A pesar de todo, el ingenuo está un poco molesto. El ingenuo siempre ha visto con buenos ojos a los profesos de la izquierda marxista, por comprender y participar de los ideales humanitarios de su utopía, a pesar de la endeblez de su dogma científico y del horror que le producían las fechorías del llamado socialismo real. Pero, caprichos de la gente, no le gusta que lo dejen sin moral, sin bondad; no le gusta que los de la izquierda se atribuyan tan importante exclusiva, y se atreve a pensar que esta concepción monopolística de la bondad no parece compatible con las bases éticas e ideológicas de una convivencia política y social basada en el pluralismo. Porque, claro, según esa lógica aplastante, el ingenuo, al no ser bueno, es decir, de izquierdas, es malo; como, a pesar de todo, está lleno de buenas intenciones, no querrá imponer a las pobres gentes el gobierno de los malos, y tendrá que estar dispuesto a retirarse al yermo.

Qué se le va a hacer, si la bondad es insobornable en su inserción personal. Pero tampoco es para ponerse así. De todos modos, los malos pueden siguir viviendo, e incluso gobernando, porque los buenos son, desde luego, tolerantes.

Y el ingenuo, dale que te pego, ahí te agarré: la tolerancia es la virtud de los dogmáticos, de los monopolistas de la verdad o de la bondad. Pero el pluralismo libre y democrático no necesita de la condescendencia de nadie. ¡Abajo los monopolios de bondad! Los demás también tienen derecho a ser buenos sin dejar de ser lo que son. Eso es lo que fundamenta, piensa el ingenuo, el pacto constitucional, la declaración universal de derechos y las menos universales, y es lo que opinan ilustres pensadores maestros en relativismos.

Pero también esta objeción está prevista: no se suba a la parra, hombre, y, además, somos tan buenos que hasta toleramos, no ya la maldad, sino la Suspicacia del ingenuo, su cerrazón e intolerancia. ¿Cabe mejor prueba de que la ética nos asiste y de nuestra cegadora bondad?

Y el ingenuo, cegado por la bondad, cae del burro. Ahora comprende por qué, cuando quiso hacer el bien, e incluso lo consiguió, tuvo tan mala prensa. Y abrumado por su condición de gusano moral que quiere redimirse, repta y dice: ¿me dejáis tocar la orla de vuestra túnica, a ver si se me pega algo de vuestra inmarcesible virtud? Y piensa para sus adentros: ¿cómo no había visto antes esta seductora combinación de justicia, placer y gusto, a la par que accedo a la condición de apóstol de la humanidad? El yermo (da un suspiro), para los necios recalcitrantes. ¿No es la necedad una cara obvia de la maldad?

Jaime García Añoveros es catedrático de Hacienda de la Universidad de Sevilla.

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