El adiós de un valiente
Alberto Puig deja las carreras al no recuperar la competitividad por culpa de su última lesión
Lo dice la canción: "No os cambia el cielo por la orden de la Legión de Honor que le dio la República Francesa...". Alberto Puig, el nieto de ese tío Alberto al que cantaba Serrat, es otro luchador infatigable que también guardará para siempre, y con pasión, un trofeo muy especial: su victoria en Jerez, en el Gran Premio de España de 500cc, la única de un historial deportivo que quedó cerrado oficialmente ayer.El piloto barcelonés, de 30 años, confirmó que se retira de la competición motociclista. El más valiente de un deporte para intrépidos cuelga el mono y el casco incapaz de superar la mala suerte y las lesiones que le han acompañado a lo largo de toda su carrera. De la última, sufrida en Francia en 1995, nunca se ha recuperado del todo.
La suya será una de aquellas historias de lo que pudo ser y no fue. Después de 10 años de dejarse media vida sobre el asfalto, a Puig le quedará siempre la duda: ¿hubiera podido ser un número uno si no le hubieran azotado graves lesiones? Nunca se podrá contestar. "Lo más correcto y lo que más me conviene en estos momentos es dejar la competición profesional", leyó en su comunicado de despedida.
Puig, vestido con traje azul marino, se enfrentó solo a dos docenas de periodistas. Solo, de cara, igual que ha afrontado los traspiés que le ha ido colocando su vida deportiva, leyó durante 15 minutos tres folios que resumían sus sentimientos. Su cara era el espejo del alma, de un alma triste pero convencida.
"¿Si he tenido mala suerte? Eso debe medirse al final de la vida, pero sinceramente creo que soy afortunado. Podría no estar aquí hoy", dijo aludiendo al grave accidente que en última instancia le ha apartado de lo que más ama, correr en moto.
Ocurrió en Francia, en Le Mans, un sábado del verano de 1995. Allí se quebró, a 280 kilómetros por hora, su pierna izquierda. Allí empezó a languidecer una carrera que había alcanzado el pináculo apenas ocho semanas antes en Jerez. "Mi pena es que realmente sólo he podido competir al máximo nivel durante unos meses reconoció ayer.
El año 1995 expresa la dicotomía de esta historia. De ese año, Puig recordará tanto su victoria más importante como la desgracia que le acabó jubilando prematuramente. En la mejor vitrina de su casa de Cardedeu, una copa. Para siempre. Y para siempre, también, una pierna destrozada que una docena de operaciones han dejado medio útil para la vida de un ciudadano corriente, pero no para la exigencia de un piloto.
Las dos últimas temporadas y su actuación en el último Mundial anunciaban el adiós. Su mejor resultado desde el accidente fue un tercer lugar, pero su regreso al cajón fue un espejismo. Últimamente Puig tenía problemas para clasificarse entre los 10 primeros. "Lo mejor era dejarlo, pero me voy tranquilo porque lo he intentado todo".
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