La sección Zabaltegi, bajo el signo de la discreción
La competición ha echado a andar en Zabaltegi, sección en la que se incluyen las óperas primas que optan al premio de 25 millones de pesetas. Y lo ha hecho con discreción: de las cinco primeras propuestas, de orígenes e intenciones distintos, sólo dos presentan elementos de interés, mientras las tres restantes muestran un aire entre contenido y anodino.
Tienen evidente interés la yugoslava Apsolutnih sto (Cien absoluto), de Srdan Golubvic, y la danesa P. O. V. Point of view, de Tómas Gislason, y ambas por razones políticas que se mezclan en tramas presididas por la descripción psicológica de sus personajes. En el primer caso, centrado en un tirador olímpico, hermano de otro que lo fue antes que él, pero que en el conflicto de los Balcanes utilizó su puntería como francotirador, la guerra se filtra por sus irritadas imágenes, en un goteo angustioso que pone en perspectiva el peso de la mafia en la sociedad serbia de hoy, la connivencia entre ésta y la policía, la degradación de los vínculos personales por obra de la droga y la culpa.
Fuga de una boda
No es un filme redondo -es atropellado, el efectismo de ciertas resoluciones de puesta en escena se antoja inútil-, pero sí valiente y honesto. Otro tanto puede decirse de P. O. V., un filme insólito que narra la historia de una joven danesa que, en viaje por EE UU, se fuga de su propia boda en Las Vegas, origen de una peripecia itinerante, de la mano de un oscuro personaje de turbulento pasado y peor presente.
Tiene gracia que Gislason proponga una historia al revés: aquí, la inocentona es la civilizada europea, mientras el estadounidense se comporta como un ser cargado de oscuridades, que pronto derivarán hacia la revelación de un secreto terrible: el hombre es un terrorista de extrema derecha, que transporta una bomba por todo el este de la nación. Ostenta una evidente falta de contención, un exceso de virtuosismo técnico y de metraje, tal vez porque está rodado en vídeo y su director se aplica a experimentos formales que se molestan con lo que cuenta. Pero tiene, en medio de su desproporcionado cuerpo dramático, momentos de extrema belleza, amén de una originalidad temática incuestionable.
Tanto la estadounidense Last Ball, de Peter Callahan, como la checa Paralelní svety (Mundos paralelos), de Pétr Vaclav, y la alemana Stiller sturm (Tormenta silenciosa), del polaco Tomasz Thomson, pueden aspirar al dudoso honor de la pequeñez.
Hay más cosas que comparten: el interés por la exploración de los sentimientos, la voluntad de levantar acta del fracaso del amor -uno de los temas estrellas, por lo que llevamos visto, de esta edición donostiarra- y de ahí en adelante, todo son diferencias. La más previsible es Last Ball. La más conseguida es Mundos paralelos, mientras que Tormenta silenciosa contagia tal hastío de la pantalla al ánimo del espectador.
Babelia
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