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Reportaje:

'Inspección' en cárceles rusas

El comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Álvaro Gil-Robles, visita en Rusia prisiones recién pintadas

Pilar Bonet

Las cárceles de Rusia, desde el Pacífico al mar Negro, han gastado litros y litros de pintura en un esfuerzo por dar una mejor impresión al comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Álvaro Gil-Robles. Las realidades, sin embargo, se han filtrado en el periplo que éste concluyó ayer en Moscú y cuyo fin es preparar su primer informe global sobre Rusia. El PAÍS le acompañó en las dos últimas etapas del viaje que le llevó de Jabárovsk, en el Extremo Oriente; a Irkutsk, en Siberia, y de allí a Yekaterinburg, en los Urales; a Kazán, en Tatarstán, en el Volga, y la región de Krasnodar, en el sur.

En el marco de un "viaje anunciado" y amparado por el presidente Vladímir Putin, los dirigentes, fiscales, jefes de policía, carceleros y otros interlocutores locales se esforzaron por quedar bien. En la ruta, en mayor o menor medida, había "aldeas de Potemkin", como llaman en Rusia a los intentos de disfrazar la realidad en recuerdo de los decorados que el favorito de Catalina II ponía en el camino de la emperatriz a lo largo de sus viajes. Pero la pintura -que se pegaba a los pies, manchaba las camisas de los visitantes o mareaba a los presos con sus efluvios- no era suficiente para ocultar el deplorable estado de los detenidos en las celdas disciplinarias de la prisión preventiva de Jabárovsk.

En Kazán, 10 hombres ojerosos, encerrados en una recalentada habitación de 10 metros cuadrados con una repugnante letrina a la entrada, trataban de no quejarse de sus guardianes. "¿Para qué vamos a tomar medicamentos, si nos encontramos bien?", decían los demacrados tuberculosos de la prisión 16/2. La Krasnodar, la cárcel número 14 de régimen severo de Elizabetinsk, donde hay 2.000 personas (más de 400 por encima de la norma) fue de las mejores visitadas. Las autoridades penitenciarias organizaron un concierto de rock. Los músicos actuaban vestidos con su uniforme azul frente a un auditorio que clavaba sus ojos en los visitantes. Para la seguridad de éstos, el Ministerio de Justicia había desplazado a guardianes de una unidad especial de vigilancia, que se apostaban discretamente en lugares estratégicos.

Esperar gestos de franqueza por parte de personas que iban a quedarse de nuevo solos con los carceleros resultaba ingenuo. En Krasnodar, los presos no se quejaron de trabajar fabricando bolsas de plástico o bloques de hormigón por sueldos de siete euros (una vez descontado los costos de su mantenimiento), en los empleos ofrecidos por empresarios locales en la prisión, pero sí de las pulgas.

A veces, el viaje sirvió para resolver un problema aislado, como el del capitán Ígor Matvéiev, que fue encarcelado después de denunciar la "venta" de soldados como "esclavos" laborales. Después de conversar con el comisario en la cárcel de Jabárovsk, Matvéiev fue puesto en libertad provisional. También, gracias a la visita, el Ministerio de Finanzas desbloqueó 450 millones de rublos para mejorar los reformatorios. El Defensor de los Derechos Humanos de Rusia, Vladímir Lukín, y la jefa de la Comisión de Derechos Humanos del presidente, Ela Pamfílova, que acompañaban al comisario, se enteraban de los "logros" del periplo sobre la marcha, cuando los funcionarios moscovitas les llamaban por el móvil para anunciárselos.

No sólo los presos tenían miedo de hablar. De los representantes de la prensa que se reunieron con el comisario en Kazán, sólo una joven periodista se atrevió a decir que los representantes del Ministerio del Interior llamaban para prohibir o dar directrices a los medios. El ministro del Interior en funciones de Tatarstán, sin embargo, evitó manifestarse sobre el conflicto con los dirigentes de centros de derechos humanos que, tras denunciar los abusos policiales, fueron procesados por supuesta tenencia de explosivos. El general Ashat Safárov dijo al comisario que mandaría su posición "por escrito". Las quejas contra la arbitrariedad policial y judicial, así como las frecuentes condenas a inocentes, menudearon en los encuentros con representantes de organizaciones no gubernamentales.

El informe del comisario debe hacer recomendaciones prácticas, y en este sentido, Gil-Robles creyó descubrir la mecánica que hace posibles los malos tratos de los detenidos. Ayudaron a ello los abogados de Kazán, frente a las protestas de la jefa del colegio, temerosa de que su república fuera a quedar malparada en el informe. Los datos recogidos durante el viaje indican que los detenidos como sospechosos de un delito pueden quedar a merced de la policía y sin abogado, incluso cuando ya han pasado a disposición de la justicia, porque, en la práctica, la policía puede llevárselos para efectuar diligencias. Si el preso vuelve con cardenales y magulladuras al centro de detención provisional, no hay un médico independiente que pueda certificarlo.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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