Una verdad inconveniente
An inconvenient truth. Es el título del documental sobre el calentamiento del planeta que ha relanzado a la fama al ex candidato presidencial demócrata Al Gore, ganador del voto popular en el año 2000 y perdedor de las elecciones ante un George W. Bush que, por sólo 517 votos, se apuntó los compromisarios de Florida y, con ellos, el triunfo final. La denuncia de la Administración de Bush por su insensibilidad ante lo que Gore considera el principal problema de nuestro tiempo convirtió al vicepresidente de Bill Clinton en la gran estrella, primero del Festival de Cine Experimental de Sundance y, más recientemente, en Cannes, donde su presencia eclipsó las de Tom Hanks, Bruce Willis o Penélope Cruz. El éxito cinematográfico de Gore, y su repercusión en una opinión pública como la americana siempre rendida a los triunfadores, ha abierto la caja de los truenos en el seno del partido demócrata.
A pesar de las reiteradas, y nada convincentes, negativas de Gore sobre sus aspiraciones presidenciales en 2008, los politólogos de Washington han empezado a considerar la posibilidad de una confrontación entre el ex vicepresidente y la actual senadora por Nueva York, Hillary Clinton, para la próxima nominación demócrata. No hay duda de que si la nominación se celebrara hoy, la senadora y ex primera dama arrasaría. Tiene todo lo que se debe tener para conseguirla. Reconocimiento popular (sólo el 2% de los votantes dice no conocerla); apoyo de los grupos y lobbies que, tradicionalmente, apoyan a los demócratas, principalmente la minoría negra, el todopoderoso sindicato de la enseñanza, la maquinaria de Hollywood y un sector, cada vez más menguante, del ala liberal del partido. Y, sin embargo, las bases jóvenes del partido, los activistas y los internautas, responsables finales de motivar el voto ciudadano para los demócratas, parecen cada día más alejados de ella. Su apoyo, al principio total y ahora condicionado a la guerra de Irak, su giro a la derecha en el tema del aborto -"es un derecho, pero, al mismo tiempo, una tragedia"-, su identificación con el Pentágono hasta el punto de ser incluida en una lista restringida de siete senadores con acceso a la información militar más restringida y su copatrocinio de un proyecto de ley para criminalizar la quema de la bandera -protegida por la Primera Enmienda de la Constitución-, en una época de recorte de libertades civiles no la han granjeado, precisamente, el favor del ala más vociferante del partido, que clama por una radicalización total del mensaje demócrata. Añádase el estupor y rechazo que ha producido en esas bases el anunciado apoyo del magnate de los medios de comunicación conservadores, Rupert Murdoch, a la campaña senatorial de Hillary. Y, por si esto fuera poco -y éstas son consideraciones no ideológicas, sino prácticas-, la senadora no se comería una rosca en el Sur, sin cuyos Estados es imposible acceder a la Casa Blanca. Y, además, es la mujer de Bill Clinton. ¿Se conformaría el ex presidente con el papel secundario de primer marido? Estos interrogantes explican que un 66% de los votantes de Nueva York, la ciudad demócrata por excelencia, aun expresando su deseo de ver a Hillary en la Casa Blanca, duden, a día de hoy, de sus posibilidades para acceder a la presidencia.
¿Qué tiene Gore a su favor? Primero, es sureño, de Tennessee; segundo, advirtió de los peligros de un caos en Irak si no se estabilizaba antes la situación en Afganistán, no ahora, sino hace cuatro años; tercero, su ecologismo y defensa de la naturaleza le han convertido en el líder indiscutible de la causa verde; y, cuarto, su experiencia en el Congreso, como senador, y en la Administración, como vicepresidente, durante ocho años están fuera de toda duda. ¿La incógnita? Si tendría la fibra suficiente para defender, en una campaña presidencial, sus posiciones liberales actuales o si, por el contrario, su posición se desdibujaría, como le ocurrió en 2000 frente a Bush. Porque, a pesar de la polarización evidente de la sociedad americana, las próximas presidenciales se ganarán, una vez más, desde el centro político, con pequeñas derivas a la izquierda o a la derecha. Donde, por cierto, está excelentemente colocado el senador republicano por Arizona, John McCain.
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