Trump confía a generales críticos con Obama la estrategia de seguridad
El nombramiento de Mattis en el Pentágono se suma al de Flynn en el Consejo de Seguridad Nacional
Donald Trump ha empezado a colocar en puestos clave de su Administración a generales desafectos con el presidente Barack Obama. Trump anunció esta semana el nombramiento del marine James Mattis como secretario de Defensa. Ha colocado a otro general retirado, Michael Flynn, como jefe del Consejo de Seguridad Nacional, el órgano que coordina la política exterior y de seguridad de la Casa Blanca. Y baraja el nombre de David Petraeus, estrella de las Fuerzas Armadas caído en desgracia, para dirigir el Departamento de Estado.
Los tres generales tienen en común que sirvieron en las guerras de la última década —Irak y Afganistán— que Trump considera el ejemplo del fracaso estrepitoso de EE UU en el mundo. Y los tres acabaron distanciados de la Administración Obama, que los elevó a cargos de alta responsabilidad y después prescindió de ellos.
Hay una diferencia entre los generales Mattis y Petraeus, y Flynn. El prestigio de los dos primeros, y su influencia doctrinal y estratégica, es enorme. Ambos habrían podido servir perfectamente con un presidente republicano más tradicional que Trump, al estilo del exgobernador de Florida Jeb Bush o el senador Marco Rubio, o incluso en una Administración demócrata, si Hillary Clinton hubiese derrotado al republicano en las elecciones del 8 de noviembre. Flynn, que participó activamente en la campaña electoral, es distinto: pertenece al círculo de Trump, el grupo de fieles dedicados a la agitación xenófoba y a las teorías conspirativas. Mattis, general retirado de los marines, y Petraeus, general retirado del Ejército, se abstuvieron de colaborar en ninguna de las campañas.
El mundo militar produce una mezcla de fascinación y desconfianza a Trump. No ha servido en las Fuerzas Armadas. En la campaña, alardeó de saber más del ISIS (siglas inglesas del Estado Islámico) que los generales, a los que despreciaba como inútiles desbordados por guerras que no entendían. Su idea de un militar de éxito es Douglas McArthur, el general que quería lanzar la bomba atómica sobre China y al que el presidente Harry Truman destituyó. O el general John Pershing. En sus mítines, Trump decía que, en su lucha contra rebeldes musulmanes en Filipinas, a principios del siglo XX, el general Pershing bañó 50 balas en sangre de cerdo y con ellas mató a 49 rebeldes. Al número 50 le dijo: “Ahora vuelve con tu gente, y les cuentas lo que ocurrió”. “Y durante 25 años, no hubo ningún problema”, añadía Trump. La historia era falsa, pero el presidente electo la repetía durante sus arengas contra los terroristas.
Sin precedentes desde 1950
Mattis será el primer general nombrado secretario de Defensa —es decir, el responsable civil de las Fuerzas Armadas más poderosas del planeta— desde el legendario George Marshall, artífice del rescate económico de Europa tras la Segunda Guerra Mundial y nombrado en el cargo en 1950. Para ello necesitará superar dos obstáculos en el Congreso: la confirmación del Senado y la aprobación de una exención a la ley que prohíbe a los militares ejercer de secretario de Defensa hasta siete años después de haberse retirado. Mattis se retiró en 2013.
Como demostró con sus críticas a la Administración Obama por su política ante Irán, mientras dirigía el Mando Central de EE UU, Mattis habla claro a los jefes. Su visión del mundo está alejada de la del presidente electo y la de su otro asesor militar, el general Flynn. Trump coqueteó en la campaña con la Rusia de Vladímir Putin y es partidario del repliegue militar de EE UU de Oriente Próximo. Mattis ha mantenido posiciones opuestas. Tras su primera reunión con Mattis, Trump demostró que podía dejarse persuadir y cambiar de opinión. Dijo que el general le había convencido de que las torturas eran una mala idea. La volatilidad del programa de Trump deja incógnitas sobre cuál será el margen de Mattis para imponer sus prioridades en el Pentágono y cómo influirá en el presidente.
El nombramiento es un gesto que tranquiliza a los republicanos de Washington y al establishment en general, espantado por la llegada de Trump a la Casa Blanca. Dirigirá el Pentágono un hombre respetado en EE UU y venerado por sus tropas, ofrecerá una garantía a la OTAN y los aliados.
Al mismo tiempo, la abundancia de generales en la Administración —la “emergente junta de Trump”, según el periodista especializado Thomas Ricks— es una anomalía, y puede reavivar las discusiones sobre la separación entre el poder político y militar.
Las últimas piezas
Una de las últimas piezas clave que queda para componer los primeros rangos de la Administración Trump es la de secretario de Estado. Será el responsable de representar al presidente de Estados Unidos ante un mundo que ve su llegada al poder con inquietud. Dice el equipo de Trump, que ha organizado la selección casi como un concurso televisivo, que hay cuatro finalistas. Entre ellos Mitt Romney, uno de los republicanos más críticos con Trump en campaña, y el general David Petraeus, lastrado por haber filtrado información secreta a una amante.
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