Los aliados y el Gobierno ucranio desconfían del giro militar anunciado por Rusia
Los mensajes contradictorios del Kremlin en la guerra suscitan recelos en Kiev y Occidente, pese a los problemas de las tropas rusas para avanzar
Con un verdugo ceñido que deja solo al descubierto la nariz y los ojos y un fusil al hombro, el oficial Serguéi señala un modesto edificio agujereado por los bombardeos: “¿Vienen a nuestra casa y esperan que les demos las gracias? Se lo hicimos pagar y lo seguiremos haciendo”, dice. “Esta es nuestra tierra”. La primera semana de marzo, tanques y vehículos blindados rusos entraron en Kulbakino, un pequeño pueblo junto a Mikolaiv (en el sur del país), una ciudad conocida por sus astilleros que se ha convertido en uno de los símbolos de la resistencia ucrania contra las fuerzas del Kremlin. Los soldados de Vladímir Putin, con sus tétricas Z blancas pintadas en los blindados, habían tomado ya Jersón, en el mar Negro, la que ha sido su mayor captura, y avanzaban por el flanco sur, ansiando llegar a Odesa, el principal puerto de Ucrania. En un primer embate, lograron controlar el aeródromo militar de Kulbakino, una fábrica y algunas partes estratégicas de la pequeña localidad. Los combates fueron feroces, pero en una durísima contraofensiva, las tropas ucranias eliminaron a la mayor parte del batallón ruso e hicieron retroceder a las fuerzas del Kremlin.
Incluso en el frente sur, donde estaban haciendo sus mayores avances, las fuerzas de Putin no solo están empantanadas un mes después de iniciar la invasión, sino que chocan con la fuerte resistencia de unas tropas que el presidente Vladímir Putin infravaloró y que les está forzando a retroceder en algunos puntos. En la factoría de Kulbakino donde se hicieron fuertes los soldados rusos todavía quedan restos de la cruenta batalla. El Ejército ucranio aún la está limpiando. El “paisaje”, apunta el oficial Serguéi encogiéndose de hombros, “no es agradable a la vista”. Las tropas de Kiev neutralizaron “al 90%” de los “entre 250 y 300″ uniformados del Kremlin que lanzaron la operación contra Kulbakino y lograron capturar, además, un rosario de cañones y algunos blindados chamuscados. “Ahora son nuestros”, dice Serguéi mientras enseña un vídeo grabado tras el combate que muestra las armas, la tierra quemada y los restos de la batalla.
El viernes, en medio de una falta de avances sustanciales en la conquista, con importantes pérdidas de armamento y de personal y enormes dificultades de manejar a la población en las ciudades conquistadas y mantener sus logros, el Ministerio de Defensa ruso anunció que había cumplido los objetivos de la “primera etapa de la operación” y que se centraría en asegurar el área de Donbás, donde se ha librado durante ocho años la guerra entre las tropas de Kiev y los separatistas prorrusos apoyados y controlados por Moscú y que están sirviendo como pantalla para el conflicto iniciado el 24 de febrero.
Esa declaración permite al Kremlin mantener la repetida retórica ante su audiencia de que todo está saliendo según el plan, y puede sugerir que Putin está recalibrando sus intenciones en Ucrania. Sin embargo, en un escenario inundado desde el principio de declaraciones contrarias a la realidad por parte de las autoridades rusas —el anuncio de retirada de tropas a principios de febrero, el de que no tenían intención de invadir Ucrania—, que ya han demostrado su gusto por las maniobras de despiste para sus operaciones tácticas, el anuncio siembra serias dudas. Moscú aseguró, además, que aunque “no excluye” que sus fuerzas asalten las principales ciudades ucranias —como Kiev, Járkov, Chernígov o Mikolaiv—, tomarlas no era el objetivo principal.
Y en otra contradicción más, el Kremlin volvió a ondear el sábado la amenaza del uso de armas nucleares en Ucrania. El expresidente Dmitri Medvédev, que ahora ostenta la vicepresidencia del Consejo de Seguridad de Rusia, aseguró que el país euroasiático “tiene derecho” a usar armas nucleares contra un Estado que “ponga en peligro la existencia” de Rusia, aunque ese Estado haya usado armas convencionales.
Además, tras el anuncio de que se centrarían en la región de Donbás, en el este, las fuerzas rusas han seguido castigando con fuerza Chernígov, en el noreste del país, muy cerca de la frontera con Bielorrusia y una ciudad ahora prácticamente cercada después de que las tropas de Putin bombardeasen el puente por el que abandonaba la ciudad una ciudadanía atrapada y aterrorizada; sobre todo después de que un ataque contra una cola del pan mató a 10 personas la semana pasada. También Járkov, la segunda ciudad del país, donde han seguido con sus ataques a zonas residenciales. El sábado, en otro órdago, Moscú lanzó misiles contra los alrededores de Lviv, en el oeste del país, una ciudad que sirve de escape hacia Polonia para los refugiados. Un ataque, además, el día en que el presidente estadounidense, Joe Biden, estaba de visita en Varsovia.
El mandatario de EE UU comentó el sábado que no se cree el anuncio ruso. También los servicios de espionaje occidentales dudan de las verdaderas intenciones de Putin. Y Kiev ha reaccionado con gran escepticismo. Mijailo Podoliak, asesor del presidente Volodímir Zelenski y uno de los principales negociadores en las conversaciones con Moscú, advierte de que el Kremlin no ha abandonado sus verdaderas intenciones de tomar grandes ciudades, sobre las que está aplicando ataques sangrientos y de desgaste ante la falta de logros. “Aprovecharán el anuncio para reagruparse”, dice Podoliak. Un oficial de inteligencia de un país de Europa Central, que habla bajo anonimato, cree que el anuncio es una maniobra táctica que Moscú aprovechará para rearmarse, analizar sus posiciones e intereses y preparar una segunda fase de la contienda. Mientras tanto, Putin necesita algo para vender como una victoria de aquí al 9 de mayo, cuando se conmemora el día de la Victoria del Ejército Rojo sobre la Alemania nazi y el día que oficiosamente es la fiesta nacional rusa, con gran desfile militar en la plaza Roja de Moscú.
La creación de un corredor terrestre entre Crimea —que Rusia invadió y se anexionó ilegalmente en 2014— y los territorios de Donbás que controla a través de los separatistas prorrusos, sumada a la conquista de Mariupol, la ciudad portuaria reducida a escombros por los ataques y que se ha convertido en símbolo del sufrimiento civil, podría brindarle esa victoria. Con un ingrediente añadido: la localidad, que está en el área sur de Donbás, es la sede principal del Batallón Azov, fundado en 2014 por voluntarios ultranacionalistas (ahora reciclado y convertido en un brazo más de la Guardia Nacional Ucrania). Esto, frente a la realidad de una ciudad casi borrada hasta los cimientos, con ataques indiscriminados a civiles, escuelas, hospitales, refugios, colas del pan, podría casar con su retórica adulterada sobre su operación de “desnazificación” y liberación.
Un informe a fondo del Instituto para el Estudio de la Guerra, con sede en Washington, advierte también de que el anuncio de Rusia está dirigido en realidad a la ciudadanía rusa. Es “probablemente un intento de pasar por alto los fracasos del Ejército ruso para una audiencia nacional y centrar la atención en la única parte del escenario en el que las tropas rusas están logrando algún progreso en este punto”, señalan. Por ahora, los principales logros rusos se han dado en algunas zonas del este y en el sur. El Ejército ucranio advirtió el sábado de que las fuerzas del Kremlin se están reagrupando para lo que podría ser una nueva ofensiva en la región de Lugansk, donde han estado atacando edificios residenciales y almacenes de alimentos.
Con los nuevos movimientos, el Kremlin puede tratar de rodear a las fuerzas ucranias desplegadas en la línea del frente de Donbás —ya muy militarizada por los ocho años de guerra y que Kiev reforzó un par de días antes de la invasión por el temor a que los ataques llegasen por ahí, lo que descubrió otras zonas— desde el norte y desde del sur.
El Kremlin ha logrado hacerse con el control del mar de Azov y, a falta del sometimiento total de Mariupol, donde siguen atrapadas bajo las bombas miles de personas en una situación catastrófica, también ha creado el ansiado corredor terrestre. Sin embargo, pese a la victoria inicial en ese flanco, el avance por la costa del mar Negro se ha complicado para Putin. Tras la batalla de Kulbakino y de otras contiendas estratégicas en ciudades de los alrededores, las tropas ucranias están luchando ya contra los rusos en Jersón, la única capital regional ocupada. Con la contraofensiva ucrania a pleno rendimiento, el Pentágono considera a Jersón como “territorio en disputa”.
Con el repliegue forzado de las tropas rusas, una relativa calma ha llegado a Mikolaiv, una ciudad que se ha convertido en un escudo para Odesa y que ha pagado un coste humano altísimo por su resistencia. El viernes, el presidente Zelenski la nombró ciudad heroica, un galardón de la época soviética a las ciudades que resistieron al nazismo y que el líder ucranio ha rescatado en esta guerra.
Mientras retrocedían y al ver que perdían el dominio del pueblo, los soldados rusos bombardearon cuatro humildes inmuebles de apartamentos en Kulbakino. Allí, Mijaíl teme que esa calma relativa —en la distancia se escuchan bombardeos— no dure. Ha llenado su ajado coche Lada y se va a la dacha (casa de campo) con su esposa. Dice que ha tenido suerte: uno de los ataques se dirigió a su edificio, pero las bombas cayeron en otro portal. Los apartamentos del cuarto y el quinto piso están llenos de cascotes y escombros. No hubo muertos. Sus habitantes estaban en el refugio durante el bombardeo. Un refugio profundo, oscuro y húmedo en el que llevan durmiendo Galina y Ludmila, de 63 años, desde el principio de la invasión: 30 noches en un colchón.
Mikolaiv sigue siendo objetivo prioritario del Kremlin y permanece dentro del alcance de la artillería rusa. El lunes, un bombardeo destinado al edificio de la Administración terminó impactando contra un hotel. Otro, en un hospital psiquiátrico que estaba en renovación y contra unas cuantas casas junto al centro sanitario. Era medio día y Valentina estaba sentada en la cama pelando patatas para el almuerzo cuando sintió la enorme explosión que reventó los cristales de su bajo de una sola habitación y se llevó un trozo de techo. Todavía tiembla como un flan cuando recuerda el estruendo. Su esposo, Boris, que a sus 69 años todavía trabaja de constructor para completar la raquítica pensión de 180 euros al mes, se lleva las manos a la cabeza. “Y mientras tanto, el fascista de Putin en su búnker”. Valentina lo corrige: “Putler [una adaptación del nombre del líder ruso y el de Adolf Hiltler], ahora lo llamamos Putler”.
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