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Las víctimas, tras el intenso juicio del Bataclan: “Ahora empieza el día después. Todo pasó”

Tras 10 meses de audiencias, el macroproceso en París concluyó esta semana con las condenas más duras del código penal francés para varios de los acusados

Silvia Ayuso
Victimas Bataclan juicio
Víctimas, familiares, abogados y periodistas, a la salida de la sala donde el 29 de junio se conocieron las condenas por los atentados de París.CHRISTOPHE PETIT TESSON (EFE)

Un grupo de treintañeros juega a la petanca, pasatiempo nacional de franceses de todas las edades, en la plaza Dauphine de la Île de la Cité, la isla parisina que alberga tesoros arquitectónicos como la catedral de Notre Dame o el Pont Neuf. Y el viejo palacio de justicia. A pocos metros de los despreocupados jugadores, las vallas todavía delimitaban el viernes la entrada trasera del vetusto edificio judicial, durante 10 meses sometida a una vigilancia policial extrema. También colgaban aún los carteles indicando el acceso a abogados, civiles y prensa. Pero las puertas estaban cerradas. Dentro, se ha empezado a desmontar la monumental sala especial de audiencias en la que se celebró hasta esta semana el juicio por el peor atentado sufrido en Francia: los ataques yihadistas el 13 de noviembre de 2015 en el estadio de Francia, la sala de conciertos Bataclan y varias terrazas de la capital francesa, que dejaron 130 muertos y centenares de heridos. Tras 148 días de un proceso en el que se revivieron los horrores de aquella noche que cambió para siempre a todo un país, Francia parece decidida a pasar página. Aunque no será fácil.

“Ahora empieza el día después. Todo pasó”, proclamaba al término del juicio David Fritz-Goeppinger, uno de los supervivientes del Bataclan y autor de un blog sobre el juicio.

Hasta hace apenas unos días, la misma plaza ahora inundada de nuevo de turistas ajenos al juicio, servía de respiro, y hasta de catarsis, a víctimas y familiares del 13-N. Ahí buscaban recuperar fuerzas antes de volver al angustioso proceso y sentarse durante horas frente a los 14 acusados (seis más fueron juzgados en ausencia y se cree que están muertos) de haber trastocado sus vidas para siempre.

Era “una especie de microcosmos, una comunidad de gente que se reunía antes de las audiencias para comer algo juntos, o tras el juicio para tomar algo e incluso echar unas risas o hablar de otra cosa tras la sesión”, explica Olivier Laplaud, otro superviviente del Bataclan y vicepresidente de la asociación de víctimas del 13-N Life for Paris. Volvieron a juntarse la noche del miércoles, esta vez para celebrar las condenas emitidas por el tribunal, especialmente la prisión permanente irreductible contra el único superviviente de los comandos yihadistas, Salah Abdeslam.

Los abogados del terrorista, que todavía pueden apelar la sentencia, clamaron contra lo que consideran una “pena de muerte lenta”. El propio Abdeslam, en su última declaración, el lunes, intentó arañar clemencia. “No soy un asesino. Si me condenan, cometerán una injusticia”, dijo. Cuando, dos días más tarde, el presidente del tribunal, Jean-Louis Périès, leyó la sentencia, que hace muy improbable que Abdeslam salga libre algún día, el rostro del joven de 32 años permaneció impasible.

La prisión permanente irreductible es la condena más grave que contempla la justicia francesa. Impide que se pueda pedir una reducción de la pena hasta que se hayan cumplido al menos 30 años de cárcel. Después, tampoco es fácil: tres expertos médicos deben analizar la peligrosidad del reo. A continuación, una comisión de cinco jueces del tribunal de casación decide si acortan o no la pena, para lo cual el condenado debe manifestar “garantías serias de readaptación social”.

Si las condiciones son tan duras, es porque esta condena fue incorporada al código penal en 1994 con la mira puesta en unos criminales muy específicos: asesinos de menores torturados o violados. Hasta Abdeslam, solo se había pronunciado esta pena contra cuatro hombres, todos acusados de terribles crímenes contra niños. En 2011, se amplió para los acusados de asesinato o tentativa de asesinato de personas “depositarias de autoridad pública”, desde policías a magistrados. En 2016, tras los atentados de 2015, se volvió a ampliar para casos de terrorismo.

Como la ley no es retroactiva, no se podía aplicar este último extremo a Abdeslam. No obstante, los magistrados decidieron considerar los ataques de la noche del 13 de noviembre como “un único escenario del crimen”. Y como en el Bataclan los terroristas atacaron también a agentes, aunque Abdeslam no estuviera ahí, consideraron que formaba parte de ese intento terrorista. Los jueces desecharon además las afirmaciones de arrepentimiento del yihadista, que durante el juicio aseguró que no detonó su cinturón de explosivos “por humanidad” y dieron por buena la versión de que sufrió un fallo técnico.

Para Samia Maktouf, abogada de una cuarentena de víctimas del 13-N, es una sentencia “justa, equilibrada y que tiene en cuenta unos hechos de una extrema gravedad”, dice por teléfono.

Tampoco las víctimas dudan de que las sentencias sean proporcionales al dolor infligido. “La perpetua la llevo yo ya desde hace seis años y la voy a seguir llevando hasta que deje de existir”, recordaba el miércoles Nancy Valle, madre de Luis Felipe Zschoche Valle, asesinado en el Bataclan. Olivier Laplaud, que eludió la muerte en esa misma sala de conciertos escondiéndose durante dos horas y media en un camerino, se declara “satisfecho” tanto con el proceso como con el veredicto. “No nos va a devolver a nuestros muertos ni nuestra vida de antes, ni curará las cicatrices de los heridos ni la pena de la gente que ha perdido a un ser querido. Pero lo importante es que se ha hecho justicia”, concluye por teléfono.

A pesar de esas heridas que quizás nunca cicatricen, la mayoría quiere ya pasar página. Pero tras años esperando el juicio y largos meses de proceso, no es fácil, reconoce Laplaud.

“Muchos sentimos ahora un gran vacío. Nos hemos acostumbrado a cruzarnos en la audiencia, nos sentábamos cada día en la misma sala, a menudo en el mismo sitio, mirábamos a las mismas pantallas… Nos va a llevar un tiempo darnos cuenta de que de verdad se ha terminado”.

Por ello, asociaciones como Life for Paris o 13onze15 han anunciado una transformación para dedicarse más al acompañamiento psicológico y ofrecer nuevos espacios de encuentro. “No queremos ser víctimas toda la vida, por eso, la asociación Life for Paris como institución será disuelta, pero no va a desaparecer. Seguiremos siendo un grupo de discusión, haremos conmemoraciones, pero no habrá ya un presidente y vicepresidente, seguiremos ayudándonos de manera más sencilla”, explica Laplaud.

El proceso del 13-N no es además el último. Más allá de si los condenados apelan, el próximo juicio por terrorismo en Francia ya está a la vista: en septiembre, comenzará el proceso por el atentado en Niza del 14 de julio de 2016, en el que un terrorista lanzó un camión contra una multitud que celebraba la fiesta nacional francesa y mató a 85 personas antes de ser abatido. Abdeslam y otros de los condenados esta semana tienen también otro juicio pendiente, a partir de octubre, en Bruselas, por los atentados en la capital belga en marzo de 2016 en los que murieron 35 personas.

A la abogada Maktouf le queda además un resquemor del proceso del 13-N: uno de los objetivos del juicio, recuerda, era conocer de una vez toda la verdad sobre esa noche terrible. “Ha habido algunas respuestas, pero han venido de la instrucción judicial. De los acusados, salvo algunos elementos que han aportado, no hemos obtenido más que una parte de verdad”, dice. “El proceso se cierra, espero que se cierre una página, pero una parte de la verdad sigue sin estar con nosotros hoy. Se ha quedado en el banquillo de los acusados”.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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