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El fin del oasis alemán: la crispación se instala en la política

El país, acostumbrado al consenso, va el domingo a las urnas con los partidos de los extremos reforzados. “La ultraderecha es la gran beneficiada del embrutecimiento del debate”, denuncia un eurodiputado que el año pasado sufrió una brutal paliza

Matthias Ecke, eurodiputado del Partido Socialdemócrata de Alemania, el martes en Dresde.
Matthias Ecke, eurodiputado del Partido Socialdemócrata de Alemania, el martes en Dresde.ÓSCAR CORRAL
Luis Doncel (enviado especial)

Primero vinieron los golpes. Lo siguiente que Matthias Ecke recuerda es la pregunta que, tumbado en el suelo, se hizo a sí mismo: “¿Cómo voy a continuar ahora con la campaña electoral?”. Era la noche del 3 de mayo del año pasado. Este eurodiputado socialdemócrata colgaba carteles en Dresde, la ciudad donde vive, cuando cuatro radicales de derechas ―algunos no habían cumplido ni siquiera los 18 años― le dieron una brutal paliza y le rompieron varios huesos. Al día siguiente tuvo que ser operado. Han pasado nueve meses y Ecke está de nuevo en campaña. Esta vez ―como entonces― ante unas elecciones que no anticipan nada bueno para su partido y que ―también como entonces― prometen grandes alegrías para Alternativa por Alemania (AfD), la formación ultraderechista que, sí, se distanció del ataque contra este hombre de 41 años, pero apostillando que el Partido Socialdemócrata también era responsable por el clima que sus políticas han generado.

Alemania, el país donde la palabra consenso es una religión, donde socialdemócratas y democristianos no tienen problemas en gobernar juntos ―de hecho, es la opción más probable tras las elecciones del próximo domingo―, donde los partidos de centro solían abarcar la práctica totalidad del espectro parlamentario, está cambiando. El debate se ha enardecido. Las acusaciones personales ya no son una excepción en el Parlamento. Las discusiones en torno a temas como la migración se han trasladado a los hogares. Polarización es una de las palabras de moda estos días en los medios.

Y, sin embargo, la crispación aún no ha llegado al nivel de otros países europeos o de Estados Unidos. En Alemania, por ahora, la sociedad no se divide en dos grupos enfrentados que piensan prácticamente lo contrario en una vasta mayoría de temas.

Sentado en un café de la capital de Sajonia, uno de los Estados orientales donde los ultras cosechan mejores resultados, Ecke admite que la polarización se ha instalado en la política alemana. Pero insiste en que este no es fenómeno natural, sino que ha sido impulsado por aquellos que se benefician del embrutecimiento del debate público: “Debemos identificar claramente las causas. Viene principalmente de la extrema derecha, que es la gran beneficiada”.

No comparte esta opinión el politólogo Timo Lochocki, que considera que AfD no es el causante de la polarización de la sociedad, sino más bien su consecuencia. “Venimos de una situación extraordinaria, en la que durante los 16 años del Gobierno de Angela Merkel prácticamente se destruyó el debate político. De alguna forma, estamos volviendo a la situación previa a Merkel, con debates acalorados sobre temas que interesan a la población”, añade.

La agresión que sufrió Ecke acaparó la atención de todos los medios. Pero no se trata de un hecho aislado. Políticos como el diputado democristiano Marco Wanderwitz, impulsor de una iniciativa parlamentaria para ilegalizar a AfD, ha anunciado su retirada de la vida pública, empujado por las amenazas que recibía tanto él como su mujer, la vicepresidenta del Bundestag Yvonne Magwas. En 2022, su oficina amaneció incendiada. “Quiero agradecer su dedicación a quienes están comprometidos con nuestra democracia. Por desgracia, son demasiado pocos en algunos lugares”, escribió en X al anunciar su retirada, que justificó con la necesidad de proteger, “tanto física como emocionalmente”, a su familia y a él mismo.

Manifestación en Dresde el pasado 13 de febrero contra los simpatizantes de ultraderecha que rinden homenaje a los alemanes muertos en los bombardeos aliados de la II Guerra Mundial, de los que se cumplen 80 años.
Manifestación en Dresde el pasado 13 de febrero contra los simpatizantes de ultraderecha que rinden homenaje a los alemanes muertos en los bombardeos aliados de la II Guerra Mundial, de los que se cumplen 80 años. ÓSCAR CORRAL

Ninguna estadística cuantifica el número de ataques contra políticos alemanes. Tampoco qué partidos son los más afectados. Pero algunas pistas apuntan a que se trata de un problema muy extendido. Un informe de la Oficina Federal de la Policía muestra que, entre julio y diciembre de 2024, más de un tercio de los políticos locales consultados denunciaron algún tipo de ataque. Sobre todo se trataba de daños personales ―a las casas o vehículos de los cargos electos― o insultos. Los ataques físicos eran menos habituales. La migración es sin duda el tema que más enfrenta a los alemanes. Pero a este debate, que ya se calentó en la crisis de 2015, cuando llegaron un millón de refugiados, se añadieron más tarde las polémicas en torno a las medidas sanitarias impuestas durante la pandemia y el apoyo con armas y dinero a Ucrania tras la invasión rusa.

Las agresiones a políticos son la punta del iceberg de una sociedad más crispada. El debate público ya ha cambiado en este país. Para comprobarlo no hace falta más que escuchar los discursos de ciertos representantes. “Alemania está ardiendo. Y el pirómano es este Gobierno, que siembra la devastación”, asegura Alice Weidel, candidata a la Cancillería de AfD. Su compañero Björn Höcke, líder del partido en el Estado oriental de Turingia, habla de la necesidad de que “el pueblo, con los puños cerrados, sacuda las puertas de la fortaleza” donde se refugian los gobernantes. En los discursos de AfD flota la idea de que Alemania, un país que pese a todos sus problemas mantiene un altísimo nivel de vida que la mayor parte del mundo envidiaría, se dirige a la catástrofe empujada por una élite que odia al país.

Pero no es solo la ultraderecha la que sube la temperatura. Sahra Wagenknecht, líder del nuevo partido de izquierda populista que lleva su nombre, ha sacado del armario el lenguaje de la Alemania de entreguerras, traumatizada por la derrota en la I Guerra Mundial y la humillación del tratado de Versalles, al referirse a Olaf Scholz como “canciller vasallo” por su política en Ucrania, supuestamente supeditada a los intereses de EE UU, antes de la irrupción de Donald Trump en la Casa Blanca.

Movimiento tectónico

Dos cifras muestran el movimiento tectónico de la política alemana en los últimos cuatro años. Si las encuestas no se equivocan, los tres partidos que han gobernado el país ―la coalición semáforo: socialdemócratas, verdes y liberales― perderán en total unos 18 puntos desde las elecciones de 2021. Pero no son los democristianos de Friedrich Merz, que solo subirán seis puntos, los que capitalizan este descontento. Los grandes beneficiados son los partidos de los extremos: sobre todo AfD, con un incremento superior a los 10 puntos, pero también el movimiento de Wagenknecht y el partido poscomunista Die Linke, que está experimentando una remontada impensable hace poco tiempo. “De repente, La Izquierda vuelve a ser guay”, certificaba esta semana en su portada el diario Taz.

Las encuestas muestran a una mayoría de votantes centristas insatisfechos con las ofertas de los partidos. “Hay desesperación por la falta de referentes”, asegura Peter Matuschek, director general del instituto demoscópico Forsa. Pese a que el voto se esté desplazando hacia los extremos, todavía hay una mayoría social que quiere un consenso entre las formaciones centristas. “Alemania no ha llegado al nivel de polarización de otros países. Aquí el panorama es mucho más diverso, con un centro más amplio. Por eso causa tanta frustración la crispación entre los políticos”, añade Matuschek, que desmiente la idea de que todos los votantes de AfD sean radicales de derechas. “Diría que su electorado se divide en dos mitades: un 10% de base dura, de extremistas, y otro 10% que se ha refugiado en esta formación como voto protesta. Estos últimos podrían ser recuperados por los partidos tradicionales”.

Matthias Ecke no quiere dramatizar los golpes que sufrió. Echa mano de la ironía al recordar que, al haber crecido en el este de Alemania, se acostumbró desde muy pequeño a ver nazis dando palizas. La diferencia es que ahora se atrevan a hacerlo en plena campaña electoral, contra militantes que se dedican a pegar carteles. También insiste en buscar algo positivo a todo esto. “Vemos en los partidos nuevos militantes. Gente que dice que este es el momento para implicarse. Que ahora es más importante que nunca salir a la calle para defender la democracia”.

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Sobre la firma

Luis Doncel (enviado especial)
Es jefe de sección de Internacional. Antes fue jefe de sección de Economía y corresponsal en Berlín y Bruselas. Desde 2007 ha cubierto la crisis inmobiliaria y del euro, el rescate a España y los efectos en Alemania de la crisis migratoria de 2015, además de eventos internacionales como tres elecciones alemanas o reuniones del FMI y el BCE.
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