Suecia se aleja de la socialdemocracia
La izquierda carece de planes para un país con una clase media cada vez mayor
En la céntrica calle Drottninggatan de Estocolmo se montó un pequeño escenario sobre el que representantes de los partidos se alternan para dar discursos. Con disciplina escandinava, los oradores se suceden ante el intenso flujo peatonal de la calle, repleta de tiendas y cafés. En semejante sitio, incluso pequeñas formaciones políticas atraen audiencias respetables. El pasado viernes, sin embargo, solo una decena de personas siguió el discurso de los miembros del otrora poderoso partido socialdemócrata. Alrededor, las personas iban y venían subrayando el desinterés por la alocución, a tan solo 48 horas de las elecciones generales previstas para hoy en Suecia.
El asunto desde luego no tiene relevancia estadística. Los oradores probablemente no fueran del calibre de Olof Palme, carismático líder de la socialdemocracia sueca en los años setenta y ochenta. Sin embargo, al final de una campaña socialdemócrata gris, pobre de ideas y con sondeos que auguran al partido el peor resultado en un siglo, la esquina de la calle Drottninggatan fue un elocuente retrato de la situación.
Los conservadores proponen un Estado de bienestar menos universalista
Ni siquiera la tremenda recesión incubada en el capitalismo salvaje ha logrado reanimar la socialdemocracia europea; ni siquiera en Suecia, uno de sus feudos más inexpugnables, eficientes y fecundos de ideas. Los socialdemócratas han gobernado el país durante 65 de los últimos 78 años, haciendo de él un lugar extraordinariamente civilizado y notablemente rico. Hoy, el idilio parece agotado y el partido que fue gran fuente de inspiración política internacional parece incapaz de formular un discurso que interese a su gente. Por primera vez, según los sondeos, el partido va rumbo a quedarse fuera del Gobierno por segunda legislatura consecutiva. Su coalición con Verdes e Izquierda revolotea bastante detrás del bloque conservador del primer ministro, Fredrik Reinfeldt.
Los sondeos pueden equivocarse. Pero el partido lleva años en declive y nadie aquí duda de que la Suecia que acude hoy a las urnas sea una sociedad que se aleja del colectivismo que fue la marca de la casa socialdemócrata. El individualismo avanza, aunque en estándares escandinavos. "Los socialdemócratas están estancados porque han sido incapaces de adaptarse a una sociedad con una cada vez más amplia clase media, que es mucho menos colectivista que la obrera", comenta Jerzy Sarnecki, profesor universitario y destacado analista de la prensa.
La cuestión de los impuestos refleja bien la transición. La recaudación fiscal representaba el 52% del PIB en 2000. Hoy ronda el 46%. El bloque burgués promete seguir aligerando la presión sobre las rentas de trabajo. Los socialdemócratas se oponen y propugnan restaurar los impuestos de patrimonio y de propiedad. Ni siquiera ellos, sin embargo, pretenden volver al nivel de gasto social de hace un tiempo.
Paradójicamente, una de sus dificultades reside en la aceptación por parte de la derecha de muchos de los logros socialdemócratas. Reinfeldt ganó en 2006 garantizando que no tocaría los pilares del Estado de bienestar. La suya no es una revolución, sino una transición hacia un sistema con una protección social sólida, pero menos universalista. La nueva sociedad sueca parece aceptarlo.
Frente a esto, los socialdemócratas siguen presentándose como paladines del Estado de bienestar y de la cohesión social, pero sin nuevas ideas interesantes. Un cartel electoral conservador estigmatizó bien esta realidad preguntando simplemente a los votantes: "¿Adelante o atrás?".
En la periferia de Estocolmo, a 16 paradas de metro de la calle Drottninggatan, los militantes del partido distribuyen ánimo y octavillas, pero el clima es parecido. Aquí, en Fittja, barrio proletario y feudo de la socialdemocracia, el adversario no es tanto el bloque burgués, sino la abstención, muy marcada en las últimas citas. El liderazgo de Mona Sahlin -de 53 años, considerada poco carismática- no ayuda. "Intentamos recuperar", dice Milyon Tekle-Haile. "Creemos que podemos". Suena a optimismo de la voluntad antepuesto al pesimismo de la racionalidad.
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