Un cisne en casa de los Agnelli
Un libro escrito por Marella repasa la historia junto a su poderoso marido a través de sus lujosas residencias
Truman Capote escribió que Dios concede un buen físico a los cisnes pero luego es un personaje menor, como "un padre o un marido", quien las bendice con el mejor tratamiento de belleza que existe: "Una buena cuenta corriente". Eso sí, advierte el autor de A sangre fría, el dinero no lo es todo, "porque entonces un considerable porcentaje de gorriones se transformaría rápidamente en cisnes".
Cuando Capote escribió su relato Swans (Un grupo de cisnes) incluyó los nombres de las mujeres que mejor se ajustaban al elevado perfil, algo que dolió a la princesa Marella Caracciolo di Castagneto, su vieja amiga italoamericana, colaboradora de Condé Nast, que en 1953 había dado la campanada al casarse con todo un macho alfa:el apuesto y galante Gianni Agnelli. Marella abandonaba los apellidos de una familia aristócrata y cosmopolita pero venida a menos para formar parte de una de las más grandes dinastías industriales europeas.
Ni en sus mejores predicciones la joven princesa había calculado su nuevo tren de vida. Para los ojos algo puritanos de su madre, su larguirucha y estilosa hija dejaba el nido para volar al ojo del huracán de la prensa del corazón, donde los Agnelli eran sinónimo de yates, carreras de coches, fiestas y lujo sin fin.
El libro Marella Agnelli: El último cisne (Rizzoli), coescrito entre la protagonista y su sobrina Marella Caracciolo Chia (hija de su hermano menor Nicola y periodista especializada en viajes e interiorismo), curiosamente rinde tributo al amigo traidor en su título. "Fue una decisión de los editores", explica Marella Caracciolo Chia, "y la verdad es que a mi tía le gusta. No se enfadó con Capote porque la llamara cisne sino porque descubrió que no era su único cisne". Lo cierto es que el verdadero divorcio llegaría años después, con la publicación en 1975 de un texto luego recogido en su libro Plegarias atendidas, en el que ya se anunciaba el polémico contenido de la novela: su burla y desprecio a sus amigos de la jet set. El ingrato confidente pasó a ser paria, el escritor mimado se quedó en pobre enfermo drogadicto. "Intenté advertirle de su error", escribe Marella Agnelli en el libro. "Pero solo me dijo que iba a hacer con América lo que hizo Proust con Francia". Se entiende que las borracheras hombro con hombro con el patriarca Gianni y sus amigos no se volvieron a repetir.
Pero El último cisne , que sale a la venta este mes en ediciones en inglés e italiano, no es un libro de memorias al uso, de hecho la vida íntima (trágica para la saga de Turín) apenas se asoma por el texto o por sus innumerables y fantásticas fotos. El libro compone una curiosa memoria a través de lo que fue el principal motor de la vida con los Agnelli: las casas. Turín, Roma, Nueva York, Marrakech... la vida de Marella ha estado marcada por la construcción de paraísos para una familia tocada durante décadas por la desgracia personal.
Nada más casarse, y probablemente abrumada por la fortuna de su marido, se pasó meses sin moverse del sofá leyendo. No era un gesto hedonista, sencillamente no sabía cómo tomar las riendas de aquella nueva vida. Para cambiar el rumbo de las cosas fue necesaria la visita de una vieja amiga de los Agnelli (ella cree que empujada por la desesperación del marido), la condesa Volpi. Conocida en Italia por sus preciosas villas y por ser una memorable anfitriona, Volpi le regaló a la joven esposa un consejo que aún recuerda: "Querida niña, solo se necesita una cama para conseguir un marido, pero se requiere toda una casa para retenerlo".
Así que a golpe de habitaciones, obras de arte, telares, jardines, sofás, mesas, libros y millones de objetos, Marella Agnelli (y algunos decoradores emblemáticos de los años 60 y 70) construyeron metros y metros de oasis artificiales para la pareja, sus dos hijos y sus amigos. "Sin duda es un mundo que se ha perdido, esa alquimia entre cultura y dinero es hoy una rareza", admite Marella Caracciolo Chia. "Quizá resulta chocante un libro sobre esos lugares en la Italia y la Europa de la crisis pero es un libro sobre el buen gusto y contra lo vulgar. Ningún rico de hoy querría una casa así, sin jacuzzi ni ascensor. En estas casas no hay nada de eso: solo mucho rigor".
Marella Agnelli experimentaba con sus mansiones, cuya imaginación y modernidad era llamativa para la época. Pero de todos los rincones su favorito está en Marrakech, la villa cuyo jardín, explica ella, nunca muere, el lugar donde se refugió en 2003 tras la muerte del patriarca. La delicada relación que mantiene con ese paisaje la mantiene viva. Quizá también porque de todos los lugares es el que menos malos recuerdos encierra. El suicidio en 2000 de su hijo Edoardo, un primogénito que no heredó la fuerza del padre sino una turbulencia existencialista que lo empujó a tirarse desde un puente de Turín; el pasado desquiciado por las drogas entre Nueva York y Roma de su nieto más popular (el hoy exitoso Lapo Elkann) y algunas infidelidades matrimoniales digamos demasiado molestas, como la que el industrial mantuvo con la actriz sueca Anita Ekberg, quien desde hace unos años amenaza con unas ardientes memorias que van más allá de su baño en la Fontana de Trevi para La dolce vita. En definitiva ¿qué puede hacer un cisne ante toda una pantera como la Ekberg? Seguramente, seguir nadando altiva en su precioso jardín.
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